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El sismo que viene

A propósito del rescate de los 33 mineros atrapados en la Mina San José, en Chile, es imposible dejar de pensar en la suerte de los mineros mexicanos atrapados en una mina del municipio de San Juan de Sabina, Coahuila, en el año 2006.

Si bien es cierto que las condiciones de ambas minas eran diferentes, también es cierto que la voluntad y el tratamiento de ambas desgracias por parte de las respectivas autoridades fueron totalmente diferentes.

No es una mera coincidencia que el mexicano promedio se pregunte: ¿Qué hace su gobierno para ofrecerle mejores condiciones de vida?, o ¿Qué es lo que hacen sus autoridades cuando sucede una desgracia de tal magnitud?

Y, sin embargo, con mucha pena se encuentra con gobernantes distantes de sus necesidades, que ensucian la bota y no vuelven más, gobiernos impersonales carentes de solidaridad que no le tienden la mano a su población en tiempos de crisis y de desgracias naturales o accidentes como el de los trabajadores de la mina Pasta de Conchos.

En el año 2000, los mexicanos nos hicimos a la idea de que la construcción de un México más justo y gobiernos honestos capaces de actuar efectivamente frente a las necesidades de la sociedad tendrían que darse en automático, sacando al PRI de Los Pinos se irían los pillos y los malos manejos, la demagogia, el tráfico de influencias, el abuso de poder y la corrupción. México entonces empezaría a crecer como nación. Sin embargo no fue así.

Nos dimos cuenta que la democracia implica una serie de componentes que México no tenía y que era complejo construir de la noche a la mañana, nos dimos cuenta que era más fácil seguir ejerciendo el poder de la forma tradicional y de esperar resultados sin responsabilizarnos.

El júbilo por la “transición” pronto se tornó en un camino sin rumbo que desencantó a todos y un desánimo generalizado comenzó a crearse en la sociedad.

En el año 2006, las elecciones presidenciales reforzaron ese sentimiento nacional creando polarización y violencia, la democracia que tanto anhelábamos aún estaba lejos de consolidarse, el clima postelectoral de encono y posturas radicales generaron caos en el sistema político por un lado y descontento e irritación social por otro.

Por lo tanto, nuestro país no sólo necesita políticos que estén a la altura de lo que las democracias contemporáneas exigen, sino también de medios de comunicación que dejen de ser actores de dicha democracia y se conviertan en facilitadores del debate público de altura que contribuya al fortalecimiento de la misma y de ciudadanos capaces de organizarse de forma pacífica con propuestas incluyentes e innovadoras.

Históricamente el mexicano tiende a solidarizarse con los demás y a trabajar en conjunto ante la desgracia. Un claro ejemplo de ello quedó demostrado en el sismo de 1985, después del cual la acción de la sociedad civil organizada dejó en claro que podía ser más importante que la acción misma del gobierno; también nos demostró a los mexicanos que sí podemos organizarnos y convertirnos en ciudadanos ejemplares cuando se trata de salir adelante y ayudarnos mutuamente.

En la actualidad, México necesita nuevamente de un sismo, pero esta vez tiene que ser un sismo de conciencias y de voluntades que nos hagan crecer como nación, uno que desgarre el suelo que pisan los corruptos, uno que derrumbe las estructuras del conformismo y la pasividad nacional, uno que sepulte nuestros miedos y el derrotismo del que hemos sido presas, uno que aniquile de una vez por todas la confrontación y la lucha entre mexicanos para poder construir sobre esas ruinas, un México de mejores ciudadanos, un país con gobiernos dignos de representar a su pueblo, un México de todos.

 

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