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Sicilia y el movimiento por las vidas mutiladas

El movimiento colectivo –Marcha por la paz con justicia y dignidad– que encabezó el poeta Javier Sicilia, de Cuernavaca a la Ciudad de México este fin de semana, hace un parte-aguas en los movimientos ciudadanos en el país, donde el dolor, la indignación, la irritación, el silencio, pero sobre todo la desolación que padecen padres como él, madres, hijos, vecinos y ciudadanos comunes, se están cohesionando para hacer un clamor popular el “cambio radical o boicot electoral”. 

Es una acción colectiva movida por el malestar social generalizado y el daño colateral de una guerra contra el narcotráfico sin estrategia, sin diseño institucional y sin consideración social, que pretende dar un mensaje a la nación que ya es de sentido común el que esta guerra ha sido mal planteada, mal librada, mal comunicada, mal concebida y con resultados pírricos.

Como el mismo Sicilia dijo: “Nuestro México, nuestra casa, está rodeada de grandezas, pero también de grietas y de abismos que al expandirse por descuido, complacencia y complicidad, nos han conducido a esta espantosa desolación”.

Porque se ha roto y está en pedazos el tejido social, porque las comunidades en armonía hoy día no hay rincón alguno en el país que no viva problemas de seguridad, con miedo, incertidumbre.

La matriz comunitaria nacional exige que las fuerzas sociales se articulen para un nuevo pacto social-nacional. Pero, ¿dónde han quedado los resultados de las grandes movilizaciones anteriores?, ¿por qué los grandes movimientos así como suben, bajan?, ¿hasta cuándo veremos que se funde en políticas públicas?, ¿ya se acostumbraron las élites política y económica que nos manifestamos, pero no pasa nada?, ¿estaremos inaugurando un nuevo proceso con este movimiento? ¿Qué ha hecho falta para culminarlo? ¿Necesitamos ser más contundentes o más radicales?

Dejo las preguntas porque desafortunadamente las movilizaciones pasan de ser noticia a historia, tras la toma de foto, los grandes “acuerdos nacionales” y el debate público.

Tales han sido los movimientos que encabezaron Martí, los padres de los niños muertos a causa de la negligencia en el ABC, la impotencia que sentía la señora que reclamó a Calderón sobre la masacre de jóvenes en enero de 2010 en Ciudad Juárez, el caso de Maricela Escobedo que desafortunadamente se quedó en la impotencia y en la resignación de que en México no hay justicia, sino desprotección total del Estado, corrupción, una descomposición estructural, que está permeando hasta las comunidades rurales, donde antes prevalecía la paz y la tranquilidad, pero hoy impera la inseguridad, la desconfianza y la desesperanza.

Una de las apuestas de este movimiento debe ser el debatir ampliamente con todos los sectores sociales, públicos y privados e intelectuales para que de éstos emerja una nueva estrategia, logrando que el mensaje retumbe en los oídos del presidente Calderón para ya no aferrarse como en días recientes lo hizo.

Es que implica una sordera mayúscula de parte de su gobierno, porque las fuerzas de seguridad no están permeando igual, pero la delincuencia sí está infestando aceleradamente nuestras comunidades y regiones.

Los gobiernos federal y estatal deben entender que aún estamos a tiempo de corregir el rumbo, porque la Federación comprendió mal la realidad nacional y está usando métodos incorrectos, que sólo picaron al avispero y ahora no hay visos que lo puedan controlar.

Y es que hasta donde hace poco prevalecía el orden, la armonía y la tranquilidad, hoy se habla de “levantones”, “secuestros”, robos a mano armada, armas de alto poder, lejos de la paz y cerca del miedo.

Por eso debemos debatir y escuchar a las autoridades sobre el tema, como Edgardo Buscaglia, que nos permitan retomar el rumbo atendiendo estrategias sociales y financieras del problema, antes que acciones militares.

Hay que considerar una política integral, tomando análisis finos sobre el tema, para tratarlo desde sus raíces causales, desde sus diferentes aristas y estructuras.

Deben crearse nuevos mecanismos de comunicación entre gobierno y gobernados para salir de la hambruna y la pobreza y la desigualdad, pues estas son las causas que ha generado la ola de violencia, el problema del campo, corrupción de autoridades, el papel de Estados Unidos y su política migratoria y de “apoyo” contra la delincuencia.

El ciudadano común es víctima de la pobreza, corrupción y de políticas erradas, del neoliberalismo y en suma de la inseguridad.

Muchos, si no es que la mayoría de los políticos de este país, nunca entienden que en la gente es donde realmente habita la vida política, porque carecen de una visión ética e integradora.

De aquí que sigan imaginando que son ellos los poquitos que tienen derecho a mandar, los capaces de entender las complejidades de la vida política y que el resto nos consideran siervos o meros súbditos.

Como lo demostró Gandhi, a decir de Sicilia [Proceso, 1760], si las élites existen y gobiernan no es porque sean poderosas, sino porque hay una mayoría dispuesta a aceptar que esa élite tiene razón; que esa mayoría y sus proyectos incluyentes son inferiores a la “grandeza” de las élites que gobiernan.

En México, a decir del Poeta, debemos crear una lúcida política social que pueda limitar al crimen organizado y refundar al país, recuperando la cohesión y el tejido social, con trabajo, educación y demás bienes escasos que alimentan al crimen organizado, recrear lo que las luchas negadas han dado y echarnos para adelante.

En el movimiento de los Martí, el de Maricela Escobedo, así como en el narco que intergeneracionalmente se da el efecto autobús [unos bajan y otros suben] deberíamos de culminar los movimientos, porque de otra manera NO se termina la ira y el problema sigue; incluso, se agrava, porque en el caso de los cárteles el reemplazo siempre está en puerta y en los movimientos sociales se da pero muy tardío.

Son sujetos colectivos los que hoy están poniendo en crisis la modernidad. Son sujetos movilizados al menos desde la perspectiva del cambio social. Son movimientos sociopolíticos de grupos diversos con problemas comunes, que están introduciendo una renovación de la sociedad contemporánea, están rebasando el terreno de las determinaciones económicas o de la representación política. Como diría Touraine: rebasan el campo del funcionalismo y del estructuralismo.

El poder de los sin poder reside esencialmente en la exigencia y el reclamo para construir la paz, reconstruir el tejido social y borrar el miedo, porque como dijo Denise Dresser recientemente, no hay mayor infierno que ser esclavo de la ansiedad.

Václac Havel (1936) argumentó hace unas décadas que deben tomarse como fuerzas el poder de la verdad y la necesidad de vivirla en toda su extensión hasta convertirse en arma edificante de una postura coherente con el modo de percibir la realidad.

Esto implica que las personas sean el arquitecto de sus vidas, donde pregone y prive la virtud, el respeto, la justicia, la libertad y la democracia participativa, no representativa, además de construir masas críticas, que sigan el activismo de Sicilia, lograr que los fatalistas y los pasivos den el paso por la transformación verdadera de nuestro México.

La sociedad mexicana debe potenciar “el poder moral y la fuerza de la razón”. Las comunidades poseen herramientas democráticas y culturales para imponer el proyecto social donde las personas puedan constituirse en el centro de las transformaciones de toda la sociedad con la comunidad al centro.

“La tarea primordial no es destruir lo que está mal, sino construir desde abajo una nueva persona y un hombre nuevo”. Por eso la tarea es dar elementos a los actores que son quienes las transforman a partir de sus acciones.

Justamente esto está cumpliendo Sicilia. Falta alcanzar que esta gran movilización lleve a grandes redefiniciones y que los ciudadanos ausentes se hagan presentes.

(*) Profesor-investigador del Instituto Tecnológico Superior de San Miguel El Grande, Tlaxiaco, Oaxaca.

 

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