EXPRESIONES.- Si Andrés Manuel López Obrador, siempre investido de lobo, se pone ahora piel de oveja para dar otra apariencia ante el electorado, vale como táctica política para emparejarse ante ese mito que le endilgaron en el 2006 de ser “un peligro para México”.

Seis años después, con su pelo más blanco, encorvado y sin ese aire mesiánico que le caracterizaba, López Obrador se lanza a la guerra política en pos de la Presidencia de la República por segunda ocasión.

Los mafiosos del poder ahora ya no lo son tanto para el Peje, que hasta les extiende su mano franca en busca de reconciliación y de la proyección de una mejor imagen.

A mi modo de ver, no le queda la pose, pero ya sus correligionarios lo ven como un valiente e inteligente político.

En fin, las circunstancias cambian y ahora el hippiesco “amor y paz” en la política pretende hacer que la gente confíe en una supuesta nueva clase política.

Pero, me pregunto, ¿podrá pegar en Oaxaca esta política “amorosa”?

Debiera ser, luego de que Gabino Cué Monteagudo es un fiel creyente de las posibilidades y aptitudes de AMLO para gobernar este país, empero, ¿ese amor político será más importante que el cambio a raja tabla que GCM ha implementado en Oaxaca para disminuir a sus enemigos políticos?

Zafarse de golpe y porrazo de un sistema que perduró 80 años en el poder es una tarea maniquea que hasta ahora ha generado incertidumbre y más rencores que convencimiento de una buena ruta para encauzar a Oaxaca hacia la solidaridad y el trabajo honesto.

Por lo que en realidad una política “amorosa” en Oaxaca vendría, no a solapar más impunidad y corrupción, sino a forjar paulatinamente una visión nueva de trabajo, que deseche per se a la escoria política y sepa reconocer al mismo tiempo los valores, que los hay, de quienes tuvieron que ajustarse a las circunstancias para sostenerse.

Amor y paz, pues.

Oaxaca de Juárez, Oax., viernes 18 de noviembre/2011

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