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La dudosa objetividad de algunos intelectuales (1)

SIN DERECHO A FIANZA .-Con el escándalo que la viuda de Jorge Luis Borges ha provocado ante el error en la edición de un libro en honor del escritor argentino, nos percatamos de que la soberbia en algunas personas impide aceptar los desaciertos.

Como ya se sabe, la editorial Random House Mondadori retiró los ejemplares de la nueva edición del libro Borges y México porque en la presentación de la obra, su viuda, María Kodama, descubrió que en el texto “Un agnóstico que habla de Dios”, la periodista Elena Poniatowska atribuye el poema “Instantes” (If I Had My Life to Live Over) a Jorge Luis Borges, cuando la autoría es de la norteamericana Nadine Stair (se supone es seudónimo). Ese poema se hizo famoso por circular en Internet acreditándose a Borges

Cristóbal Pera, director editorial de Random House, admitió que no se siguieron los “controles normales” y él no pudo detectar el error en las pruebas debido a que estaba de viaje.

El editor es mentiroso porque, afirmó que habló con Kodama en 1999 “y en esa época hablamos del poema apócrifo, con lo que sabía del tema; desgraciadamente estuve de viaje y el editor a cargo, quizá por el peso de un nombre como el de Elena, no se dio cuenta, ni conocía el tema que ya se había mencionado en un artículo de Rafael Olea”.

Y seguramente esperaba que el editor a cargo le leyera la mente. En octubre de 1999, Rafael Olea Franco, del Colegio de México, trató el asunto en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (Nueva época 346). Si lo sabía Pera, desde entonces se debió marcar el error para futuras ediciones. Desde aquí todos se tiran la pelota.

El error aparece desde la primera edición, de “Todo México” en 1990; el desliz no fue detectado ni por el compilador de la obra, Miguel Capistrán ni por la escritora Elena Poniatowska.

“No (nos percatamos) porque en ese momento creo que todavía no se descubría al autor de este texto apócrifo”, explicó Capistrán. Eso no es excusa. Sólo demuestra que esos encargados no leen a Borges, porque, aunque no conocieran toda su obra, al percibir tanta banalidad en el poema de marras, deberían dudar de su factura:

“Si pudiera vivir nuevamente mi vida. / En la próxima trataría de cometer más errores. / No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más./ Sería más tonto de lo que he sido, / de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad”.

Poniatowska, primero dijo que ese y otro poema se los leyó al escritor cuando lo entrevistó en 1973 y no objetó la autoría. Eso es una mentira, ya que Nadine Stair, originaria de Louisville, Kentucky, lo publicó en 1978. Además el poema apareció en Internet después de la muerte de Borges (1986). Es probable que Elenita lo leyera en la red y creyera en la falsedad.

Elena Poniatowska, tres veces Premio Nacional de Periodismo, sin vergüenza, dijo que esa falta de ética no le parecía “tan grave” y que, de haber sido avisada, habría alertado del error: “Si lo hubieran hecho yo hubiera escrito una versión diferente”.

Pues sí, pero no lo hizo en “Todo México”, publicado por Editorial Diana en 1990; lo que cambió fue el agregar el mentado poema falso.

Dijo que hace “cuatro o cinco años” José Emilio Pacheco le aclaró que Instantes no era de Borges. Pero ella no hizo nada por corregir el error. Por lo menos, publicar una cuartilla aclarando, habría servido.

Para salvarse, afirmó: “Ahora sí sabía que ese poema era apócrifo, pues hubiera dicho es falso, no lo vayan a poner”, pero agregó, “a mí nunca se me avisó (de la reedición)”.

Eso no sirve. Desde el momento en que supo que era falso, cuando le dijo Pacheco, debió aclararlo. Más tarde aceptó: “Lo hice sin darme cuenta, cuando se publicó el libro pensé en que estaba bien poner los poemas, fue un descuido”. No se llama a eso “descuido”.

Nadie es culpable. Por su lado, Miguel Capistrán explicó que la editorial sólo le envió a revisión el prólogo. “Ellos se iban a encargar de toda la edición y tampoco recibí los textos para corregir”. Tampoco los pidió.

Otra torpe excusa. ¿Cómo es posible que se preste a que pongan su nombre como responsable de la obra y no hubiera leído lo que se va a publicar? Pudiera ser que alguno se confundiera y mandara a imprimir textos de García Márquez, por ejemplo.

También en la Noche de Tlatelolco

En octubre de 1997, Luis González de Alba, publicó en Nexos que Elena había alterado sus declaraciones y los hechos que la escritora tomó de Los días y los años, libro del dirigente de estudiantes en el 68, publicado en 1971.

González de Alba dijo que se percató de lo anterior al leer un libro de Enrique Krauze donde ponían en su boca: “parecía que íbamos pisoteando toda la verborrea de los políticos, todos sus discursos, siempre los mismos, toda la demagogia, la retórica, el montonal de palabras que los hechos jamás respaldan, el chorro de mentiras”.

“Enrojecí de vergüenza — escribe Luis—. ¿Así escribía yo? Sólo me faltó decir ‘el titipuchal’, el ‘buti’. Y luego eso de los pasos, pasos, pasos. Volví a enrojecer. Por suerte dudé. Busqué la cita en el libro de Krauze y descubrí que no hacía referencia a mi propio relato, Los días y los años, sino al de Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Una vez localizado el párrafo original en mi libro, de donde Elena lo pasó al suyo y luego lo tomaron los ayudantes de Krauze, vi con alivio que no dije nunca ‘pasos, pasos, pasos, el montonal, el chorro de mentiras’. Estoy traducido al poniatosko. Mi escritura es mucho más seca. También es menos simpática”.

Agrega que en el libro de Elena, el problema era que se atribuían a fuentes incorrectas y en todas ellas se había cambiado el lenguaje “hacia un sentido más cercano al que Elena cree popular”.

Furiosa, la Poniatowska renunció al consejo editorial de Nexos por esa publicación aclaratoria. El escritor demandó que se corrigiera La noche de Tlatelolco. Ediciones Era lo aceptó. Sin embargo, el escritor fue excluido como columnista de de La Jornada, por atreverse a molestar a la escritora con esa aclaración.

Y sobre el Istmo, también falla

El domingo 3 y el lunes 4 de junio de 2007, Elena Poniatowska publicó en La Jornada un artículo en dos partes titulado “La Cocei”.

Ahí escribe: “La COCEI demostró que era capaz de movilizar a más de 10 mil personas […] como antes los juchitecos derrotaron a los franceses en Tehuantepec, en 1866”.

En realidad, los juchitecos, tehuantepecanos del barrio de San Blas y Shihui (después se separarían de Tehuantepec), los de Chicapa, de San Jerónimo, Ixtaltepec, El Espinal, Ranchu Gubiña, Zapotal, Zanatepec, Niltepec, Xadani y otros, derrotaron a franceses y conservadores mexicanos en Juchitán y zonas aledañas, no en Tehuantepec, como afirma la escritora.

También señala: “Allá fuimos a acompañarlos Rosario Ibarra de Piedra […] y otros luchadores como los Pineda, los López Nelio, los López Lena […] y tantos apellidos más del istmo”. En realidad, los “López Lena” no están identificados con la Cocei, al contrario.

Más adelante afirma: “Luego vino la carretera Panamericana […] Juchitán se volvió cosmopolita. La película de Sergei Eisenstein […], los libros de Pierre Brasseur […] internacionalizaron a Juchitán”.

Otro error de tan laureada escritora: el filme “¡Qué viva México!”, del ruso Eisenstein, no “internacionaliza” a Juchitán, ya que su episodio, “Sandunga”, recrea los preparativos de una boda indígena, pero en Tehuantepec.

La laureada escritora no da una. Pierre Brasseur, es el pseudónimo de Pierre-Albert, actor y director francés (1905- 1972). Ella quiso referirse a Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, autor de “Viaje por el istmo de Tehuantepec”, entre otras obras. Seguramente el bromista de Macario Matus le susurró al oído que el libro se llamaba “Viaje por el istmo de Juchitán”.

Ahí Brasseur no habla muy bien de los juchitecos. Se refiere al monasterio, hoy Casa de la Cultura: “Es cierto que son soldados (juchitecos) […] quienes hoy la habitan. Jamás he visto nada tan inmundo; ahí están con sus concubinas, sus mujeres y sus niños […] en una promiscuidad obscena […] Mi corazón se sublevó de repugnancia” (pág. 151). Y otras frases que muestran su malestar.

Resulta obvio que Elenita no ha leído el libro (no “los libros”), ni porque el personaje principal de su novela-testimonio “Hasta no verte Jesús mío”, es de la zona del Ismo. Si Elena lo hubiera leído no habría mencionado a Brasseur.

En su texto de La Jornada, la escritora habla de lo hermoso de Juchitán: “conocimos los huevos de tortuga y los tamales de iguana, el bupu, el pozole y el atole […]. Me fascinaron las dunas naturales de Playa Cangrejo, y al abandonar Juchitán pensé que había perdido al paraíso terrenal”.

Muy bien. Sólo que Playa Cangrejo no se ubica cerca de Juchitán, sino en la zona chontal, rumbo a Huatulco, y pertenece a Tehuantepec. Tampoco son “suaves” los ikoots, mal llamados “huaves”; ni se escribe “San Blas Atemmpa”. En fin. Como para llorar.

 

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