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Gerardo de la Concha no ha leído a Lovecraft

Sin Derecho a Fianza

Con los escándalos de los plagiarios Alfredo Bryce Echenique y Sealtiel Alatriste (entre otros) se supondría que los escritores tendrían más cuidado al publicar sus textos. Sin embargo parece que en algunos casos no es así.

En el aniversario de H.P. Lovecraft, decidí buscar algunos datos sobre su vida y me encontré con un artículo por demás interesante en el diario La Razón, publicado por Gerardo de la Concha el 11 de mayo de este 2013, el cual titula “Lovecrafth racista” (http://razon.com.mx/spip.php?article171846). Ahí el escritor, historiador, periodista y asesor político mexicano demuestra su ignorancia sobre la obra del célebre creador de la mitología de Cthulhu y se pone en riesgo de llamarlo defraudador del lector.

Gerardo de la Concha usa un ensayo del francés Michel Houellebecq, del que parece que habla de oídas, porque no lo cita por su nombre, sólo dice: “lo recuerda Michel Houellebecq en su ensayo biográfico). El título del libro es “H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida”. (Siruela, 2006).

El subtítulo (o balazo) del artículo de Gerardo es: “Al llegar a Nueva York, el escritor estadounidense cambió su ánimo de gentleman amable y distanciado, por un odio impetuoso contra negros, judíos…”

Sin embargo, en poco más de una docena de párrafos, el “odio racial” de Lovecraft a de la Concha sólo le ocupa uno:

“Quizás el paro, la humillación de perder a su esposa por no haber encontrado nunca un empleo, ni el más humilde en la editorial más humilde, contribuyó a ello. Ni siquiera Hitler aulló como él. Hablaba de ‘italo-semitas-mongoloides’ rodeándolo; de ‘negros horribles parecidos a enormes chimpancés’, de ‘mulatos grasientos y burlones’, de ‘judíos con caras de ratas’ —su esposa Sonia Graft era judía y una mujer muy hermosa—; se refirió a los inmigrantes, después de visitar un barrio poblado por ellos, de esta manera: ‘Las cosas orgánicas que rondaban por esa espantosa cloaca no podrían calificarse de humanas, ni siquiera torturándose la imaginación. Eran monstruosos, nebulosos bosquejos de pitecántropo, toscamente modelados en alguna arcilla hedionda y viscosa producto de la corrupción de la Tierra'”.

Con ello difama HPL, porque al decir que: “Ni siquiera Hitler aulló como él” se aparta de la realidad. Si de la Concha hubiese investigado (Houellebecq también lo menciona) sabría que esos ejemplos que pone, aparecieron en cartas personales del genial escritor de Providence, no en sus cuentos o novelas. Es en su poesía donde se nota más ese desprecio por lo que considera “razas inferiores”, particularmente en On the creation of Niggers y New England Fallen (ambas son de 1912, un año después, abandonará éste género).

Por ejemplo, el 12 de octubre de 1925 mandó una carta a August Derleth donde le decía que Providence estaba lleno de “achaparrados italianos sureños, ruso-mongoloides con cara de rata, judíos polacos, ¡y toda esa maldita escoria!”. Añadía; “Usted en el Medio Oeste, no puede concebir el alcance de esta amenaza. Debería ver toda la chusma que pulula por una típica ciudad del este; gente cetrina, de fisonomías aberrantes y gestos y lenguas chapurreadas producto de instintos extranjeros”.

No obstante donde verdaderamente desbarra Gerardo de la Concha es cuando señala:

“El poeta mahometano Rub al Khali atravesó en el año 700 el inmenso desierto incandescente después de un retiro de diez años en los cuales vivió como un ermitaño. Al terminar ese lapso se volvió un renegado, un sirviente de sus pesadillas. El Islam habría de repudiarlo.

“Y Rub al Khali, deslumbrado por el Sol del desierto también se había asomado al caos oscuro y por ello decidió escribir el más impío de los libros, para exterminar así en él mismo la luz y lanzarlo a través de los tiempos como la obra acabada de los monstruos de su espíritu, su título resuena todavía: El Necronomicón”.

“Y El Necronomicón acompañó a Lovecraft como una Biblia. Se lo llevó consigo cuando salió de Providense [debe ser Providence], en Nueva Inglaterra, con sus casas ordenadas y blancas con techos rojos, con robles en sus jardines, para irse a Nueva York, la ciudad inmensa llena de edificios y cloacas, de avenidas tumultuosas o de callejones temibles; ahí, en la gran ciudad, su ánimo de gentleman, amable y distanciado, se uniría a un sentimiento extraño antes en él, un odio tan impetuoso como la maldad antigua de Rub al Khali: el odio racial”.

Pero de la Concha no sabe leer. Tal vez abrió el libro de Houellebecq entre las páginas 35 y 36 y leyó mal, porque lo que escribió el francés, es esto:

“Como ese terrorífico desierto del interior de Arabia, el Rub al Khali, al que regresó en el 731, tras diez años de completa soledad, un poeta mahometano llamado Abdul Alhazred. Habiéndose vuelto indiferente a las prácticas del islam, consagró los años siguientes a redactar un libro impío y blasfemo, el terrible Necromicón (del que algunos ejemplares sobrevivieron a la hoguera y atravesaron las edades), antes de acabar devorado en pleno día por unos monstruos invisibles en la plaza del mercado de Damasco”.

Es obvio que si de la Concha hubiera leído las cartas, sabría también que en varias de ellas alude al Necronomicón del que, dice, es un invento suyo. En una carta de 1937 dirigida a Harry O. Fischer Lovecraft revela que el título del libro se le ocurrió durante un sueño.

Y, en ninguna parte de su obra, HPL llama al autor del Necronomicón “Rub al Khali”.

La ignorancia de de la Concha es supina. Rub’ al Khali es el nombre de un desierto: también Rub al-Jali: en árabe “cuarto vacío”, es uno de los mayores desiertos de arena del mundo, y forma parte del más amplio desierto de Arabia. Es una de las regiones más inhóspitas de la Tierra y está totalmente deshabitada, ni siquiera los Beduinos se atreven a cruzarlo entero. En verano las temperaturas llegan hasta los 55ºC y las dunas suben una media de 330 metros, convirtiendo Rub’ al Khali en un lugar inhabitable, en un lugar vacío.

Si de la Concha hubiera leído al menos los libros donde se menciona el Necronomicón, sabría que HPL siempre llama a su autor “el árabe loco Abdul Alhazred“, y si leyera sobre la vida del escritor, sabría que éste, en la adolescencia, adopta el seudónimo de “Abdul Al-Hazred”. Fue tomado de sus lecturas de Las mil y una noches (Alhazred = all has read, el que lo ha leído todo), ese juego lo hará varias veces en sus narraciones, escribiendo nombres “fonetizados”.

Es cierto que Lovecraft, para hacerlo creíble, concibe una historia del libro y de su autor.

Inventó que alrededor del año 738 d.C., en Damasco, fue escrito un libro por Abdul al- Hazred (que adoraba a Yog-Sothoth y Cthulhu) al que se llamó “Al-Azif. El murmullo de los demonios” (Azif era el término utilizado por los árabes para designar el ruido nocturno producido por los insectos que, se suponía, era el murmullo de los demonios) en otra parte aparece como “Kitah Al-Azif”. Y que lo tradujo el griego Theodorus Philetas con el nombre de Necronomicón, “El libro de los muertos” (ya se ha estudiado la etimología y no corresponde a lo que HPL indica). Lovecraft para hacer verosímil su existencia cita como uno de sus compiladores a Ibn Khallikan, erudito iraní o árabe que existió realmente.

También inventa que en 1228 Olaus Wormius tradujo el libro al latín, y que aún quedan algunos ejemplares de ella, los originales en árabe y griego se perdieron.

HPL dice que se conservaron cuatro copias completas: una en la biblioteca Widener de la Universidad de Harvard, dentro de una caja fuerte; una copia del siglo XV, en la Biblioteca Nacional de París; otra en la Universidad de Miskatonic en Arkham (EEUU) y otra en la Universidad de Buenos Aires. Además, quedarían algunos fragmentos dispersos en Simancas.

En “El horror de Dunwich” se dice que hay ejemplares, aparte de las mencionadas, en la Biblioteca de Widener de Harvard, en el Museo Británico y, claro, en la Universidad de Miskatonic en la ciudad de Arkham. Miskatonic y Arkham son otros inventos del escritor.

El mito crecía. En su artículo “The Making of a Hoax”, August Derleth cuenta que en 1962 en la publicación “Antiquarian Bookman” apareció un anuncio que decía:

“Alhazred, Abdul. Necronomicón, España 1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás buen estado. Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece tratado (en latín) de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello en guardas indica procede de Biblioteca Universidad Miskatonic. Mejor postor”.

Lovecraft escribió en una carta a Willis Conover (29 de julio de 1936):

“Ahora bien, sobre ‘los libros terribles y prohibidos’, me fuerzan a decir que la mayoría de ellos son puramente imaginarios. Nunca existió ningún Abdul Alhazred o el Necronomicón, porque inventé estos nombres yo mismo. Luwdig Prinn fue ideado por Robert Bloch y su De Vermis Mysteriis, mientras que el Libro de Eibon es una invención de Clark Ashton Smith. Robert E. Howard debe responder de Friedrich von Junzt y su Unaussprechlichen Kulten….

“En cuanto a libros escritos en serio sobre temas oscuros, ocultos, y sobrenaturales, en realidad no son muchos. Esto se debe a que es más divertido inventar trabajos míticos como el Necronomicón y el Libro de Eibon”.

Pero Gerardo de la Concha cae, como otros ingenuos y cree que el libro en verdad existe, pues escribe:

“En la buhardilla sobre la mesa donde trabajaba en los últimos tiempos de su existencia estaban en orden las cartas en las cuales desahogaba su odio racial al mismo tiempo que reivindicaba su “arianismo”; y también bien dispuestos se encontraban sus manuscritos en los cuales confiaba con una poesía radical sus peores pesadillas creando con ellas una mitología nueva, como ninguno otro escritor en el siglo XX logró hacer. Y en un buró junto a su cama, le aguardaba El Necronomicón”.

 

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