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El mito de Máximo Ramón Ortiz

SIN DERECHO A FIANZA

En las fechas en que se celebran las fiestas mayores de los pueblos del Istmo, se publican las historias que dieron lugar a esas conmemoraciones y a sus personajes; a pesar de que existen fuentes sobre las mismas, se repiten mentiras, inventos o se copian embustes propalados por ignorantes de la historia de la región. Es el caso de “La Zandunga” (ya popularizada como “La Sandunga”) y Máximo Ramón Ortiz, el supuesto creador de la letra.

Por ejemplo, referente a él, un despistado publicó en Wikipedia :

“En la ciudad de Oaxaca estudió música, particularmente aprendió a tocar guitarra, piano y bases técnicas en composición. Estudió los primeros grados de la carrera de abogacía en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Los historiadores [¿cuáles?, por favor], en sus escritos dicen que fue inquieto desde muy joven y desde temprana edad incursionó en la política.

“Ya adulto alcanzó cargos públicos, como presidente municipal y jefe político. En su región de origen fue integrante de la milicia y con el grado de coronel fue nombrado gobernador del Departamento de Tehuantepec.

“Su vida en lo general fue muy pintoresca, según se anota en su historia [¿qué historia? Nadie sabe decir en qué consistía ese pintoresquismo]. Tuvo especial interés la circunstancia familiar; la muerte de su madre, que lo hizo convertir en canción ese dolor tan profundo que vivió.

“Ausente de su sitio natal por sus actividades públicas, fue notificado de la gravedad de su entonces anciana progenitora. Fue impactante su pena al llegar ante ella, precisamente cuando acababa de expirar”.

Ignoro quien subió esa información de quien fuera el primer gobernador del territorio del istmo (también fue antes gobernador del departamento de Tehuantepec): “cantante”; ciertamente tenía mucho tiempo Máximo metido en tantos embrollos como para andar cantando por las cantinas, hoteles o centros de diversión de la época. Y como compositor, realmente no hay absolutamente ninguna prueba. Como poeta, pues… a menos que creamos que esos versos (que hoy no tienen nada que ver los que se cantaban en 1900, por ejemplo) sean suyos.

Vamos por partes. Se dice que fue presidente municipal. Eso no pudo ser, simplemente porque en esa época, a mediados del siglo XIX, no existía esa figura política: Sí había prefectos y jefes políticos, gobernadores de departamentos. Según el investigador Gubidxa Guerrero, en ese tiempo el estado estaba dividido en departamentos (regiones o distritos), subprefecturas y alcaldías.

“Cuando los conservadores mandaban en el país, le llamaban ‘departamento’ a lo que los liberales llamaban ‘estados”; y ‘distritos’ a lo que aquéllos llamaban ‘departamentos”; ‘prefecturas’ a las ‘subprefecturas’ de éstos, y así…”.

Con algunos cambios con San Anna y luego con Maximiliano, Porfirio Díaz regresa a prefectos políticos; este sistema se mantuvo hasta la reforma de 1903, cuando fue disminuida la figura del prefecto y nació la del presidente Municipal, con esto a nivel nacional dio inicio al Municipio Libre, sistema donde los municipios podían tratar directamente con el gobierno estatal y ya no por medio de las prefecturas.

Algunos de los adoradores de Máximo señalan que fue un héroe liberal. En realidad, a su vida política, Máximo Ramón le daba tantas vueltas que sería difícil ubicarlo en una condición.

A veces estaba a favor del gobierno y otras en contra. Unas veces peleaba contra Che Gorio Melendre y otras lo acompañaba en proyectos comunes, como en el de separar al Istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca; lo que consiguieron al adherirse al Plan del Hospicio o Plan Jalisco, que se pronunció contra el presidente Mariano Arista y a favor del regreso de Antonio López de Santa Anna (y que lo llevó al poder por quinta y última ocasión: del 20 de Abril de 1853 al 9 de agosto de 1855); fue cuando el “Mocho”se hizo llamar Alteza Serenísima.

Así que el líder juchiteco al igual que Máximo murieron siendo “santanistas” (con dos años de diferencia); es decir, eran conservadores, no liberales. Si hubieran vivido más tiempo, ya que ambos odiaban a Juárez, como era lógico, apoyarían a Miramón y a Maximiliano.

Máximo tampoco fue coronel (ni general, como dicen otros); si fue teniente coronel; esa información la descubrió el historiador Mario Mecott en los archivos de la secretaría de la Defensa Nacional. Santa Anna le dio el nombramiento el 1 de junio de 1853.

En realidad no hay suficientes datos que soporten una biografía formal. Lo que del supuesto autor de los versos de la “Sandunga” se dice, no posible comprobarlo en gran medida. Como para justificar la autoría de la música de ese son, alguien señaló que Máximo estudio música en Oaxaca, pero no han aportado ninguna prueba.

Claro, se decía que Ortiz era el autor de la letra y la música; antes de que el musicólogo Gerónimo Baqueiro Foster descubriera que, el 3 de diciembre de 1850, se entrenó en la ciudad de México un “jaleo andaluz” llamado “Zandunga”, espectáculo que apareció anunciado en los periódicos El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano.

Entonces, los seguidores de Máximo se conformaron con decir que él nomás hizo la letra. Eso causó un problema entre los intelectuales tehuanos de mediados del siglo pasado cuando planeaban realizar el centenario de la “Sandunga”, porque otros sostenían que el autor era Andrés Saa; tema que trataremos otro día.

Tampoco es cierta esa versión de que Ortiz compusiera los versos al morir su madre.

VERSOS MUY DIFERENTES

A pesar de lo que se ha dicho en más de ochenta años, no hay ninguna prueba de que Máximo Ramón haya sido quien escribió los versos del son “Zandunga”, hoy llamado “Sandunga”.

Por ejemplo, en el libro Breve Reseña Histórica y Geográfica del Estado de Oaxaca (págs. 140-144) de Francisco Belmar (1859-1926), publicado en 1901, el famoso investigador recopila los versos que se cantaban a finales del siglo XIX. Es en una sola estrofa y en un único verso donde se alude a Máximo:

LA ZANDUNGA

Zandunga mandé a tocar, ¡ay mamá, por Dios!
En la batalla de flores, cielo de mi corazón.
Ahora quiero recordar, ¡ay mamá, por Dios!

Trigueña, nuestros amores, cielo de mi corazón!
Ay Zandunga! qué Zandunga
De oro, mamá, por Dios,
Zandunga que por tí lloro,
Prenda de mi corazón.

Ay Zandunga! qué Zandunga,
Plata, mamá, por Dios,
Zandunga, tu amor me mata,
Cielo de mi corazón.

Ay Zandunga! qué Sandunga,
Solís, mamá, por Dios,
Sandunga eres de Ortiz,
Cielo de mi corazón.

China de los ojos negros, ¡ay mamá, por Dios!
Labios de coral partido, cielo de mi corazón,
Dame un abrazo de amor, ¡ay mamá, por Dios!
Para quedarme dormido, cielo de mi corazón.

Ay Zandunga! qué Zandunga
Habana (sic por nabana’), mamá, por Dios,
Zandunga, tú eres Tehuana,
Cielo de mi corazón.

Y le siguen otras estrofas más hasta completar cincuenta y dos. En ninguna se habla de una madre muerta, ni hay un verso que diga: “si preguntan quién cantó, dirán que Máximo Ortiz”.

Por cierto bastante enigmático ese enunciado hacia el tal “Solís”. Si es verdad que así se cantaba el son en el tiempo en que el investigador los copió, no tiene mucho que ver con los que cantará medio siglo después, por ejemplo, Tito Octavio, en el “Centenario de la Sandunga”.

El asunto de la importancia del son, que transciende las fronteras istmeñas comienza a finales de la etapa revolucionaria en la ciudad de México. El traje de la tehuana y su música le parece interesante a algún empresario y acomoda coreografías y le hacen arreglos al son para que las figuras de la época lo bailen.

Según Armando de María y Campos, fue la sevillana Tórtola Valencia la primera gran artista de fama internacional que llevó a escena en México y luego en Europa, “uno de los más bellos, suntuosos y teatrales trajes de nuestro folklore suntuario, que vistió el de tehuana, para una danza del Istmo, por 1918”. Poco después, la también española Conchita Piquer, vestida de tehuana cantó “La Chaparrita” de Tata Nacho.

Luego “cuando toda su compañía bailaba las melodías de la sandunga” (según la versión musical que el maestro vasco, Germán Bilbao, hizo en 1920 para María Conesa); dice de María y Campos, la valenciana cantó:

Aunque yo soy española
hoy me visto de tehuana
para postrarme a las plantas
de vuestra Guadalupana.

Por ninguna parte aparecía el nombre de Máximo Ramón como autor del son. Es en esta época en que surge con una tremenda fuerza el nacionalismo, impulsado por José Vasconcelos como secretario de Educación Pública (1921-1924), con ello se buscó promover una filosofía revolucionaria y una estética de lo nacional. “Ahí encajaría perfectamente la figura de la tehuana como lo prueba su representación en los muros de la Secretaría de Educación Pública”.

Ricardo Pérez Montfort, uno de los estudiosos de este fenómeno, señala 1921 como el año de despegue en la recreación de lo “típico” mexicano. Así se reivindican elementos folklóricos, que serían utilizados para reafirmar los valores nacionales. Con ese objetivo se retomaron los distintos tipos de las regiones unidas bajo el concepto de “lo nacional”. Así fueron reforzados los arquetipos del charro y otros.

Aquí también aparecen las famosas tiples María Conesa y Celia Montalván, exaltando la belleza de la mujer tehuana, como otro símbolo de lo nacional.

Y según me parece, por estos años nace el mito de Máximo Ramón.

ESTEBAN MAQUEO: ¿PRIMER LADRILLO DEL MITO?

Esteban Maqueo Castellanos (1871-1928), con antepasados italianos que llegaron al Istmo a hacer fortuna, era un abogado, político y escritor, nacido en Oaxaca. Al tener su familia (otro Esteban Maqueo, su padre o su abuelo, fue diputado por Tehuantepec a mediados del siglo XIX) propiedades en la región, conoció bastante de su cultura, por eso, el 8 de junio de 1924 escribió en el diario El Universal:

“La popularidad que, de algunos años a la fecha, gozan ciertos trajes regionales, el traje de ‘tehuana’ y la canción de la “Zandunga” (escrito así, con zeta y no ese) ocupan primera línea muy merecidamente”.

A continuación Maqueo critica a las divas María Conesa y Celia Montalván que usan ese vestido: “Irrita los nervios ver cómo se cubren con el clásico huipil […]. ¡No hay derecho, señoras, para desfigurar de ese modo tan pintoresco tocado!”. También critica que hayan alterado la música del son.
Propone que el origen de la “Zandunga” es juchiteco e inventa una historia, la de un joven que vuelve de Oaxaca porque su madre está moribunda; a pesar de sus ruegos:

“‘Señor San Vicente, Santo Patrono, que yo alcance con vida a mi madrecita y te llevaré muchas ceras y blancos racimos de flores de coco'”. Pero el hijo llega tarde; y, “ebrio de dolor” la sacude y le dice: “Viu, mamá… gudá… gudá mamá, mamá por Dios!”. Luego, el joven, “requirió papel pautado, y dejó en el pentagrama la inmortal canción, la Zandunga.”

Y de aquí parte todo el asunto que causará polémica y algunos pleitos entre Chiapanecos, juchitecos y tehuanos, en las décadas de los 30′ y 40’.

NEZA Y EL MITO DE LA MADRE MUERTA

Al parecer, la historia que inventó Esteban Maqueo Castellanos y publicó en El Universal en 1924, sobre el joven juchiteco que regresa de Oaxaca para ver a su madre y después escribe la “Zandunga”, no tuvo mayor trascendencia, y tal vez pasaría al olvido; sin embargo, doce años después, los juchitecos radicados en el DF, aglutinados en la publicación llamada Neza (primero Nesha) periódico mensual que apareció de 1935 a 1937; la desempolvaron y la publicaron, pero, mutilando la parte en que Maqueo habla del traje de tehuana, con lo que quedó sólo el cuento del teco huérfano que escribió la pieza.

A partir de ahí, surgió una ola de “etimólogos”, principalmente juchitecos, que pretendieron demostrar que la palabra “sandunga” tenía raíces zapotecas. Supongo que si Maqueo no menciona al autor como juchiteco, tal vez no se interesarían. Todo esto provocó otra polémica: varios pueblos se adjudicaron la paternidad de la “Zandunga”. Algunos chiapanecos alegaban que había partido del son “El Quirio”; otro, más alucinado, de Cintalapa, afirmó que el son apareció en su pueblo entre 1545 y 1550.

Sin embargo, ya estaba arraigada en la región la creencia de que el son era de Tehuantepec (E. Matus publica en El Universal el 19 de diciembre de 1937, que Máximo es el autor). Y en Tehuantepec ocurre la historia que protagoniza Lupe Vélez en el filme de Fernando de Fuentes, “La Zandunga” (1937). A pesar de que, a los tehuanos no le gustó como trataron el tema, incluso protestaron, pero la película apuntaló la paternidad para Tehuantepec.

PORFIRIO RUIZ, FIJÓ LA FECHA…

No obstante, quien llegó para fincar el asunto de que el autor era Máximo Ramón Ortiz, sin mayores pruebas que su palabra, claro, fue lo que dijo el ingeniero Porfirio Ruiz el 26 de diciembre de 1937 en El Universal (después lo ampliaría en octubre del ’39 en un discurso en el Anfiteatro Bolívar en un “encuentro con exalumnos del Instituto de Oaxaca”) en un artículo que tituló: “La Sandunga y su origen”:

“Los señores Manuel E. Guzmán, de Cintalapa, Chis., y licenciado Vicente E. Matus, de Juchitán, Oax., se han empeñado últimamente en una discusión, con objeto de elucidar el origen de la Sandunga, canto y baile muy popular en el Istmo de Tehuantepec y parte occidental del Estado de Chiapas. Dichos señores nos han dado a conocer el fruto de sus investigaciones en sesudos y bien escritos artículos, que se han publicado en la sección dominical de El Universal; pero como incurren en algunas inexactitudes, que es necesario rectificar, creo conveniente, en mi calidad de istmeño, poseedor de importantes datos sobre el origen de aquella pieza musical, terciar en el debate y ayudar a dilucidar un punto tan interesante en la historia de nuestra patria chica”.

Señala que esos a datos que publica se los escuchó “muchas veces” a su tío José María Ruíz, “respetable anciano, a cuyo lado estuve en Juchitán por los años de 1887 a 1897. Mi citado tío fue persona bien relacionada con los hombres más prominentes de su época en los distritos de Tehuantepec y Juchitán, conoció personalmente a don Máximo Ramón Ortiz, a quien se atribuye la paternidad de la Sandunga, y trató muy de cerca de la sociedad tehuantepecana de 1850 a 1865, por haber sido empleado de la casa comercial de don Juan de Avendaño, rico comerciante, establecido entonces en Tehuantepec, amigo de don Benito Juárez y de don Porfirio Díaz y tío de don Matías Romero”.

Agrega que “También basaré mi relato en lo que estoy seguro de recordar de los apuntes que llevaba mi tío, referentes a los acontecimientos más importantes del Istmo de Tehuantepec, a partir del año 1847 en adelante, apuntes que yo, como amanuense suyo, escribía personalmente, agregándole cada año las novedades ocurridas”.

Dos años después, la memoria le resulta mejor, porque escribe lo mismo de arriba, pero le aumenta una cita, supuestamente recordada de los cuadernos de su tío: “Don Máximo Ramón Ortiz llevo a Tehuantepec la sandunga a su regreso de una expedición a la ciudad de Oaxaca el año de 1853”.

Ruiz dice: “Esta es la afirmación categórica y rotunda que hacía mi tío, y con él todos los tehuantepecanos de nota de las postrimerías del siglo XIX cuando se trataba del origen de esa música famosa. Era también la versión unánimemente aceptada por todos aquellos que cantaron sus amores o lloraron sus desengaños al son de la Sandunga”. Luego cuenta algo de la historia del líder tehuano, su relación con Melendre, su trato con Martínez Pinillos…

“En la época de la aparición de la Sandunga en Tehuantepec, mi tío era un joven de dieciséis años (nació en el año de 1837), afecto a la guitarra y al canto. Dotado de un gran sentido musical, tocó y cantó la Sandunga como fue primitivamente conocida, y todavía por 1895 gustaba de recordar los bellos días de la juventud cantando en la guitarra la Sandunga como se estilaba en la época de don Máximo Ramón Ortiz”.

Por si los datos del tío fueran pocos, Porfirio y Ruiz agrega a otros “testigos”, ninguno vivo para ese 1937; y como lo dice, parece que desde la última década del XIX ya se interesaba por saber quién era el autor:

“Es indudable que la Sandunga era una tonadilla que se cantaba en Oaxaca cuando nuestro héroe estuvo en dicha ciudad en 1853. Esta versión es consecuente con el hecho de haber sido difundida en Tehuantepec por Ortiz a su regreso de Oaxaca en dicho año, como lo aseguraban muchas personas que fueron testigos de los sucesos a mediados del pasado siglo y que aún vivían por los años de 1890 a 1900, a las cuales conocí y traté personalmente en Tehuantepec, citando entre ellas a los señores Tomás García, Evaristo Piñón, Espiridión Gómez, Norberto Celaya, Celso Cortés, etc.; pero también fue corroborada dicha versión en esta capital por la señorita profesora de piano Macedonia Alcalá, nativa de Oaxaca, en la forma que paso a referir”.

La hermana de Macedonio Alcalá, no dice que Máximo haya llevado la pieza a Tehuantepec, sino que sí se tocaba a mediados del siglo XIX: “Esa pieza es la Sandunga, y yo la tocaba y cantaba en Oaxaca cuando tenía diez años de edad”. Con eso se comprueba que la Sandunga se bailaba en esa época.

De paso, Ruiz también echa por tierra el asunto de la madre muerta, que defiende E. Matus: “el culto escritor juchiteco […] a su vez incurre en otro error al aceptar la inverosímil leyenda inventada por el señor Licenciado Esteban Maqueo Castellanos para explicar el origen de la Sandunga en un artículo publicado hace años en el Universal. Esa leyenda es la que se refiere al estudiante que se inspiró ante el cadáver de su madre muerta y creó la Sandunga”.

WILFRIDO C. CRUZ, “NORTEADO”

Lo que escribió el ingeniero Porfirio Ruiz (“La Sandunga y su origen”) el 26 de diciembre de 1937 en El Universal, dos años después lo ampliará en un discurso (1939), y dos años más tarde (1941) será reproducido en el periódico “ISTMO”, “Órgano de Orientación Social al Servicio de los Pueblos Istmeños” ( 25 de noviembre de 1941. Año II, Tomo II, Número II), generalizó la idea de la autoría de Máximo Ramón sobre el son (y la fecha en la llevó a Tehuantepec) que, para ese tiempo ya era conocido como “Sandunga”.

En la década de los ’40, también aparecieron varios libros en que era común mencionar al tehuano como autor: “Tradiciones y leyendas del Istmo de Tehuantepec” de Gilberto Orozco de 1946. Ahí menciona que Máximo es el autor, sin más datos.

También se publica en 1946, “Oaxaca recóndita” de Wilfrido C. Cruz. Donde descalifica lo dicho por Maqueo Castellanos sobre la falsa etimología en zapoteco del vocablo “sandunga”; también duda de la historia de la madre moribunda y la fantástica creación de la pieza:

“Esta fábula desconoce la ley psicológica de que del abatimiento de la consternación, estados negativos e inertes, no puede surgir un esfuerzo positivo y creador. ¡Y qué raro que en Juchitán nadie recuerde el nombre del inspirado compositor que realizó el milagro de trasmutar su desesperación y su angustia terribles, su pesimismo espantoso nada menos que en el cántico más optimista, en el himno más robusto y más triunfal!”.

Don Wilfrido también habla de los funerales de máximo, que le narró un anciano “cuyo nombre no recuerdo”; de ahí parte esa expresión sobre un hecho falso:

“Los huertos de Tehuantepec quedaron sin flores. ¡Máximo Ortiz había muerto! Tehuantepec regaba las rosas de su dolor y los cristales de sus lágrimas sobre la tumba recién abierta del artista y del poeta que habría logrado captar la Sandunga”. (Pág. 317).

Sin embargo, por más poético que se ponga don Wil, fue engañado por el pícaro anciano. Porque hasta ahora nadie sabe dónde está la tumba de Máximo; se supone que fue inhumado por las cercanías de Jalapa del Marqués, pero no hay nada en claro, aún.

  1. Cruz, quien, en ese momento considera al tehuano como compositor de la música y la letra, se pregunta: ¿Quién fue este hombre? […]. Fuera de los pocos datos que hemos obtenido con respecto a su vida pública […] nada hemos podido saber de fijo respecto de su vida privada, a su dotes artísticas y literarias”

Tal vez porque esa dotes le fueron inventadas.

Y agrega: “He ocurrido a sus descendientes en Tehuantepec y según parece también ellos han perdido las tradiciones relativas a su antecesor, pues nada han podido informarme en concreto para poder determinar cuál fue la participación de Máximo Ortiz en la composición de la sandunga”.

Y nada hubieran podido decirle. Tuvieron que pasar algunos años más para que se supiera que la “Sandunga” había llegado a México de España como “Zandunga”.

Don Wilfrido continúa y acá aparece algo importante que, los malos lectores del libro, alterarán:

“Puede suponerse, sin embargo, con algún fundamento, que Ortiz estudió en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado [no era “del Estado”] de Oaxaca como por 1840; que tuvo nexos muy estrechos con los intelectuales de aquel tiempo, que cultivo relaciones con la sociedad oaxaqueña y que frecuentó sus círculos artísticos”.

Sí, pudo ser. Pero como hay ningún dato fidedigno, entonces, lo que dice don Wil, es pura especulación. Por eso dice “puede suponerse”. Esta suposición, mas adelante ya no será así; al hablarse de Máximo; afirmarán: “estudió en el instituto fulano y aprendió a tocar tal y tal instrumento…”

Don Wilfrido sigue hablando de lo maravilloso del son y de la letra, sin embargo, él se refiere a los versos de su tiempo (1945), que, como vimos al principio de este trabajo, no tienen mucho que ver con los de finales del siglo anterior, y si nos ponemos a sospechar, menos se parecerán a los de casi cincuenta antes (1853). Para concluir afirma:

“La ‘Sandunga’ es originaria del Istmo de Tehuantepec.

“Se ignora quién hay sido su autor; propiamente es un producto anónimo del alma popular criolla o mestiza de emoción aborigen y de técnica española. Máximo Ortiz la adoptó como himno de combate; posiblemente compuso algún zapateado de ella y es muy probable que haya sido el autor de alguna de sus letras como canto”.

Y Trascribe varias versiones de las que dice: “todas son burdas, rústicas, como si hubieran sido escritas sobre la corteza de los ceibos y de los cocoteros”.

MIGUEL VILLALOBOS… TAMBIÉN

Otro libro que sale a escena es “Tehuantepec. Historia, tradición y leyenda”, de Miguel Ríos Villalobos, de 1948. El autor tehuano menciona que un día, mientras Máximo evadía a sus perseguidores (ya había caído Santa Anna), decide acudir a una vela en su pueblo, como preludio a su muerte.

Afirma Miguel Ríos (sin fuentes, como era común escribir en esa época) que Máximo Ramón Ortiz “supo que en su barrio iba a celebrarse la flamante vela Fragua [muy famosa vela, pero que nadie sabe cuándo se inició] en la que estaba agremiado”. Don Miguel agrega que el líder llegó disfrazado, “Ortiz vio a su madre, la saludó, la besó y se despidió muy tiernamente de ella porque presentía tal vez su muerte, como en efecto, al poco tiempo cayó prisionero”.

También agrega que, en el baile “en un arranque de entusiasmo y temeridad ordenó a eso de la media noche que le tocaran la Zandunga para que él personalmente la cantara y como no tuviera preparada ninguna letra”, [esto es importante, porque, según don Miguel, acá nace la letra de la pieza] Máximo “improvisó estas frases, que fue acomodando en el primer zapateado del son:

“Zandunga mandé a tocar
¡Ay madre de Dios!
Y si preguntan quién cantó
Diles: Máximo Ramón Ortiz”.

Pues si eso dijo don Máximo, bastante mal poeta era; para eso no tenía que ir a estudiar al Instituto: “Ortiz” no rima con “tocar”.

No obstante, si fue cierto ese momento, eso desvanece esa teoría de que los versos fueron compuestos para una madre muerta, pues como nada dice después don Miguel, se entiende que la señora le sobrevivió al héroe.

Aunque, pocos años después, esa versión de Villalobos, la echan abajo otros presuntos historiadores, señalarán que la madre del nuestro personaje se llamó Delfina Zavaleta, y que murió a los pocos años de haber nacido Máximo. Así anda la biografía, con vueltas y recovecos, como se bailaba el son.

LAS FIESTAS DEL CENTENARIO

Ya estamos en 1953. Alberto Cajigas Langner (quien publicará en 1961 El folklor musical del Istmo de Tehuantepec, el más importante libro sobre asuntos de la cultura popular tehuana hasta la fecha) uno de los más acérrimos “sandunguistas”, no podría quedar sin decir nada de su héroe. Así que, el 7 de marzo de 1953, escribió en Excélsior:

“Cuando son muchas las personas —algunas de ellas ignorantes— que exteriorizan su opinión sobre un tema determinado y escabroso —cualquiera que sea la índole de éste— y si sobre todo las fuentes de información no son veraces, se corre el gravísimo riesgo de caer en la confusión”.

Mucha razón tenía el médico. No obstante, Cajigas y sus contemporáneos, a pesar de no ser ignorantes, con todo lo que decían de Máximo Ramón y “La Sandunga”, corrían esos gravísimos riesgos de confundir. Lo que a la postre ocurrió.

Para el conocido defensor de Ortiz, pareciera muy importante destacar la ascendencia española de Máximo: “El guerrillero descendía en línea directa, de español y tehuantepecana: El color blanco en la tez de sus descendientes, algunos de ellos con marcados ojos claros, confirman esta aseveración”.

Después sigue con la versión de que es enviado a estudiar a Oaxaca y “al parecer” es la música lo que lo apasiona y afirma: “Se asegura que llega a manejar con singular habilidad el piano y la guitarra”.

Como hemos visto, el mito de Máximo se comenzó a edificar con alusiones, con los “se dice”, “al parecer”, “se comenta”, “se asegura”. Ni Maqueo Castellanos mencionó en su cuento que el juchiteco enviado a Oaxaca estudiaba música. En 1946, Wilfrido C. Cruz, aventuró esa posibilidad, y años después esto ya es tomado como un hecho en Tehuantepec.

Sin conocer la vida política de Ortiz, sus admiradores lo convierten en una especie de héroe de novela: cabalga un “brioso corcel” para cantarle a su amada. “Cuando las autoridades se percatan, toman aprestos para perseguirlo, pero nunca logran atraparlo […] Máximo Ramón burla, muchas veces a las autoridades”; sigue el médico.

Sin absolutamente ningún dato (ya que no se sabe cómo se tocaba “La Zandunga” al principio) Cajigas señala: “Su preparación cultural y musical nos llevan a la conclusión de que es él quien la crea al agregarle —además— algunos zapateados”.

Luego, el galeno transcribe: “algunos versos primitivos en los que se alude, en forma por demás elocuente, al famoso guerrillero:

“Si Dios me diera licencia
de abrir esa sepultura.
Sacar (sic) a mis dos hermanos
Máximo Ramón, Ventura.

“De Oaxaca yo he venido
Pisando espinas y abrojos.
¿Y sabes por qué he venido?
Por ver tus divinos ojos.

“Ay Sandunga. Que Sandunga Solís
Mamá por Dios.
Sandunga tú eres de Ortiz
Cielos de mi estimación.”

Pues, muy “elocuente” no es: El único verso en que se podría interpretar que Máximo es el autor es el penúltimo. El que se mencione a Ortiz no indica que también sea el autor de los versos. Como señalamos al principio, esas dos primeras estrofas no aparecen en la recopilación que hace Francisco Belmar en 1901, ni en la que presenta Wilfrido C. Cruz en 1946.

Esto podría indicar que esos versos son demasiado tardíos; tal vez después de 1945, ya influidos por la historia que inventó Maqueo, el escándalo sobre si la palabra “sandunga” era zapoteca y el culto en crecimiento a la figura de Máximo. “De Oaxaca yo he venido Pisando espinas y abrojos” pudo deberse a la historia de la madre, ya en boga en los 40′; sin embargo, no se menciona a ningún moribundo.

La tercera estrofa es la única que sí aparece en la recopilación de 1901, donde nos sigue intrigando el nombre de ese tal “Solís” (al igual que el de “Ventura”, cuyo misterio lo solucionarán los “historiadores” diciendo que es hermano de Máximo).

Cajigas, después, señala a otro de los personajes que su grupo defenderá en los preámbulos de la celebración del Centenario: Cándido Jiménez. Afirma que en 1870, organiza la primera banda de música en Tehuantepec y será muy famoso en todo el Istmo.

“Fue este músico quien, al instrumentar La Sandunga, la lleva por primera vez a una banda […] la que el mismo dirige. En realidad no podría ser de otra manera, puesto que fuertes e indisolubles nexos de orden familiar y artístico identifican al guerrillero con el famoso músico. El gran prestigio de don Cándido es una poderosa razón para que Máximo Ramón no busque en otra parte lo que tiene al alcance de su mano”.

Muy bien. Pero a don Alberto Cajigas se le olvida (o lo ignoraba en ese momento) que, para la fecha en que propone la instrumentación de “La Sandunga”, Máximo lleva ya 15 años de muerto, por lo que no tenía a Cándido “al alcance de su mano”.

Dos semanas después, el 24 de marzo, también en Excélsior, Cajigas Langner insiste sobre la figura del líder de los “patricios”. Dice que no existen archivos por ningún lado, por lo que “es imposible saber con exactitud la fecha de nacimiento del coronel Máximo Ramón Ortiz”. Y calcula que éste “vino al mundo en la segunda década del siglo pasado”. Luego sabremos, por Ortiz Urquidi que fue el 24 de junio de 1816.

En su colaboración para el diario capitalino, Cajigas Langner, agrega más datos. Afirma que Adalberto Celaya, “fallecido hace dos años” en Tehuantepec, e hijo de Norberto Celaya (quien, según el hijo, fue amigo de Máximo) asistió a la “escuela de doña Marina” “tía” de Ortiz (que luego no resultará tal).

A continuación narra la historia que le contó Celaya: que el presunto padre de Máximo (el cura Juan Ortiz, según Urquidi) llegó de España, tal vez “en la última década del siglo XVIII”, acompañado de su hermano Vicente y que en la ciudad de México dejó a su hija Marina para que se educara: “Se comenta, que el dominio del piano fue el instrumento de su predilección”.

Luego, aparece Delfina quien procrea a Máximo “y a Ventura”. Marina se casa (no dice con quién) y trae al mundo a Agustín y a Vicente. Cajigas insiste en la ascendencia europea del futuro líder, ya que destaca “el azul profundo de sus ojos”, que heredará “a sus descendientes”. Es raro que no tuviera un apodo referente a eso, así como se designaba al de ojos verdes (bedxe- bichi) o de cabello ensortijado (bidxu- pichu), por ejemplo.

Langner dice que Marina (quien ya vive en Tehuantepec), Delfina y los niños, viven juntos; que la primera improvisa un modesto colegio y que es aquí donde Máximo aprende a tocar el piano, por eso su “tía” lo envía a Oaxaca. Me detengo acá porque Cajigas y Celaya (y otros) están confundidos. Si Marina es hija de Juan Ortiz, entonces es media hermana de Máximo (y de Ventura), no su tía. Es increíble que nadie haya reparado en eso.

Lo que antes había refutado en Maqueo Castellanos, ahora lo retoma y cuenta lo mismo: que Máximo se entera en Oaxaca que está moribunda la madre… No obstante, también duda, y aventura si los versos pudieran haber sido dedicados a “una bella tehuana”.

También se pregunta: “¿Será que la madre de Máximo se llamaba Sandunga? ¿O que por cariño a ella así la hubieran bautizado?”. (Esta suposición podría ser origen de las conclusiones que dos años después hará Raúl Ortiz Urquidi).

Este artículo aparece en el libro de Cajigas en 1961 con un agregado:

“Nota; El Vicario Cooperador de la Parroquia del sagrario de la Ciudad de Tehuantepec, Presb. Enrique Van Hoof, nos proporcionó recientemente la partida correspondiente en la que aparece que el Cor. Máximo ramón Ortiz nació en aquella población el 24 de junio de 1816”.

EL CENTENARIO Y ORTIZ URQUIDI

Con los datos que el musicólogo Gerónimo Baqueiro Foster halló en la Hemeroteca Nacional, sobre el cartel que anunciaba en diciembre de 1850 la presentación de la “La Zandunga” en la ciudad de México en diciembre de 1850, y lo que aportó el ingeniero Ruiz, a los “sandunguistas” de Tehuantepec se le ocurrió celebrar, en mayo de ese 1953, un homenaje a la pieza por los cien años de haber sido traída a Tehuantepec (partiendo de 1853) y a quien la trajo y supuestamente le agregó los versos. También decidieron, sin solicitar al pueblo su anuencia, declararla su himno.

Los datos (sin fuentes) sobre la vida de Máximo Ramón iban abultando de papel los escritorios de los intelectuales tehuanos. El 19 de abril de 1953, en El Universal, el licenciado Raúl Ortiz Urquidi, aseguró que la fecha exacta del nacimiento de Máximo era el 24 de junio de 1816, según, dijo, porque vio la fe de bautizo que el licenciado Genaro V. Vásquez, el ex gobernador interino del estado, tenía en su poder.

Agregó que la casa donde nació el líder de los “patricios” estaba ubicada en lo que hoy son los jardines de la casa de Juana Cata. El niño fue presentado por “sus padrinos José Vidaurri y Agustina Girón […] como hijo de padres no conocidos”, Ortiz Urquidi señala:

“¡Y era natural! Pues su progenitor fue el padre dominico Juan Ortiz. Y su madre, una mestiza del barrio de Santa María: Delfina Isabel Zavaleta”.

Lo que unos años antes había dicho con cautela Wilfrido C., Cruz, con Urquidi adquiere carácter afirmativo. Ya no dice “al parecer” “comentan”, sino, asegura que Máximo estudió en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca “el bachillerato y los primeros años de abogado”. Sin pruebas, claro.

También dice unas mentiras: que “llegó al generalato […] regidor, presidente municipal y jefe político”. Y además: “secretario general de Gobierno” con Martínez pinillos.

HERNÁNDEZ YÁÑEZ, OTRO REPETIDOR

Por su parte, Jorge Hernández Yáñez, escribió en El Universal, el miércoles 6 de mayo de 1953 (es obvio que leyó a don Wilfrido):

“¿Qué participación tuvo en su composición Máximo Ramón Ortiz a quien se recuerda en casi todas las letras con que se canta la Sandunga?

“Máximo Ramón Ortiz oriundo de Tehuantepec, tal parece que estudió en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado en la Ciudad de Oaxaca por el año de 1840 y cultivó relaciones con la sociedad oaxaqueña frecuentando los círculos artísticos como la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia, a la cual pertenecía el famoso músico autor del inmortal vals ‘Dios Nunca Muere’. Participó activamente en las luchas políticas; el 6 de abril de 1853 fue nombrado Comandante y Gobernador Militar del entonces Territorio de Tehuantepec. Guerrillero muy inquieto, culto y valiente, militó en el Partido Conservador y con tal motivo anduvo a veces a salto de mata”.

Y repite lo que dice en su libro Miguel Villalobos (con algo de su cosecha): “Sabiendo que en su barrio se celebraba la Vela Fragua a la que él pertenecía, Salió de su escondite disfrazado, se despidió de su madre y demás parientes y asistió con su gente a la fiesta.

“Presenciando el baile y en un arranque de alegría y temeridad, a media noche mandó tocar la Sandunga y cantó los siguientes versos improvisados que lo denunciaron y desafiando a los Liberales, pudo escapar”; y cita los mismos versos.

También copia impunemente a don Wilfrido sobre los “Suntuosos funerales” de Máximo: “y las flores de todos los huertos no era bastantes para cubrirla tumba del inquieto guerrillero, del artista del pueblo que había logrado captar en la Sandunga, de manera tan genial…”.

Este redactor también defendió la paternidad de la música del son a favor de Andrés Gutiérrez “Ndré Saa” (otro misterioso); lo que motivó una polémica con los intelectuales tehuanos que señalaban que, quien instrumentó la pieza, fue Cándido Jiménez.

MÁXIMO, ¿ERA DE ZAPOPAN, JALISCO?

Parecía que había una euforia por hablar de la “Sandunga” y de quien primero nombraron como su autor; porque el 17 de mayo (a dos semanas de la fiesta del Centenario) apareció en el periódico Novedades una entrevista a Celenia Flavia Fuentevilla, de 103 años de edad y descendiente de doña Josefa Ortiz de Domínguez (dice el redactor), vecina de Cuernavaca, Morelos, pero nacida en Oaxaca.

Ella declaró que su padre era amigo de Máximo Ramón “y que, de hecho, éste vivía con su familia, donde tomaba sus alimentos”. Doña Celenia, dice el texto:

“Asegura que Máximo era originario de Zapopan, Jalisco, y no de Oaxaca como erróneamente se ha dado en afirmar. Que Máximo Ramón y su hermano Valerio fueron trasladados a Oaxaca por un general de apellido Beteta, quien los llevó a residir a San José Chihuiro, donde tenía una finca una hermana de los Ortiz”.

La centenaria señora agrega que “Ahí el compositor se casó con Teresa Sodi, oaxaqueña legítima […] de rancio abolengo. Este compositor se prendó, locamente, en un pueblo de Oaxaca, de la señorita Urbana Mantecón, y al verse humillado y desairado por el padre de esta […] le compuso La Sandunga, que en realidad es una queja y una protesta por los desaires”. (Novedades. No, 4,387. 17 de mayo de 1953).

Hasta ahí quedó el ¿chisme?

GENARO V. VÁSQUEZ TAMBIÉN LE ENTRA

Pasaron las fiestas del Centenario de la Sandunga. Al mes siguiente, Genaro V. (por Vicente) Vásquez, publica su versión. A falta de datos fidedignos, echa mano de los mismos recursos: “Cuenta la leyenda que en su juventud” estudió en Oaxaca y que ahí se enamoró de una “bella joven de familia distinguida” cuyo nombre jamás dirá: Que luego en Tehuantepec “sus broncas aventureras […] llenan la página romántica” con Dominga Girón y Teresa Sodi, hija de “la más bella mujer del Istmo: Isabel Pétriz”.

Don Genaro deja dudas sobre el nivel cultural del líder patricio ya es “Mácsimo”, dice, “como él escribía su nombre”. Indica que en Oaxaca se encontró a una mujer de que se había enamorado de joven y que, “para no descubrir el nombre [la identificaba] con el mismo de la melodía: su Sandunga”. Vásquez Coincide en las versiones anteriores sobre el tiempo en que pudo haber llevado la pieza al istmo; repite el cuento de Maqueo y apunta un nuevo lamento, hasta ese momento inédito:

“Arrojándose sobre el cuerpo tibio todavía, exclamó con llanto: ¡Ay mamá, ay, por Dios, por Dios, por qué no pediste al Altísimo que te conservara una hora más, siquiera para verte viva!”

Al siguiente párrafo, sugiere que Máximo pudo llegar antes, pero lo retuvo una mujer: “El guerrillero, con el alma destrozada, en espontáneo reproche al amor que lo detuvo en Oaxaca, exclamó: ¡Sandunga vana ay! ¡Mamá por Dios!” (Veraz. No. 8. Pág. 31, 20 de junio de 1953).

Es decir, “Sandunga” es la mujer que ama y que, por atenderla, no pudo alcanzar a su madre viva: por lo tanto, le compone una canción a la culpable de su drama. Mucho enredo.

Abundante la imaginación de don Genaro. Luego, aunque la mayoría de investigadores coincide en que las bandas aparecerán unos veinte años más tarde, él afirma: “Días después, el maestro de la Banda (sic) del barrio de Santa María comenzó a escribir la melodía”. Puras invenciones.

Es notable como cambió de parecer don Genaro, porque en “Música popular y costumbres regionales del estado de Oaxaca” (un librito de apenas 43 páginas, publicado en 1924, de su autoría) acepta que “La Sandunga” es de origen chiapaneco; no obstante dice: “su gracia y su esencia, son exclusivamente oaxaqueñas. Nadie habla de La Sandunga sin evocar el cuerpo esbelto de la tehuana”.

Y sobre el “autor” solamente señala que los versos “los puso de moda, en la guerra de Intervención (¡!), el famoso cabecilla Máximo Ortiz”.

Como que don Genaro andaba un poco “norteado”; porque no sabemos a qué guerra se refiere. Obviamente no a la intervención española de 1829; ni a la primera de Francia entre 1838-1839; tampoco a la intervención norteamericana de 1846-1848, porque aún “La Zandunga ” no llegaba a México, y para la siguiente, con Maximiliano (1862-1867), menos, pues el “cabecilla” tehuano ya había fallecido.

Y, EN EL CUMPLEAÑOS DE MÁXIMO…

Dos años después, después de publicado lo anterior, Raúl Ortiz Urquidi, en el discurso que dio con motivo de la develación del busto que aún se halla en el centro de Tehuantepec (24 de junio de 1955: cumpleaños de Máximo y a casi cien de muerto), señaló que la pieza surgió como canto a una madre, pero “no la que trajo al mundo a su genial creador, no Delfina Zavaleta, puesto que murió cuando Máximo Ramón y su único hermano, Ventura , eran muy pequeños, sino a la madre de crianza, a la tía Marina Ortiz”.

Urquidi afirma que a Marina “siendo como era, española, por su salero, gracia y donaire, sus hermanos, también españoles, llamaban Sandunga, de acuerdo con la acepción castiza de esta palabra”.

Aquí don Raúl nos descubre que, aparte de Marina, Máximo Ramón tenía ¡más medios hermanos! Muy prolífico resultó el cura Ortiz. Lo malo es que nada se sabe tampoco de ellos y nadie supo de dónde sacó esa información don Raúl.

Luego, probablemente influido por lo que publicó antes su amigo Genaro V. Vásquez, dijo que, las palabras de Máximo al cadáver de su media hermana (“tía” para Urquidi), fueron:

“Sandunga navaana stine,
Ñaa sti lachiduá!
¡Shi vidne li, Diuxhi!
¡Shi ne se neu láabe
Sin ñúñabe na,
Sin nigube dáaya ná!”.

(¡Sandunga, triste y dulce Sandunga mía. Mamá de mi corazón! ¡Qué te hice, Dios mío! ¿Por qué te la llevaste sin que me viera. Sin que me bendijera!) Págs. 306-307 del libro de Cajigas Langner.

EL MITO SIGUE VIVO

A pesar de que la historia está tan embrollada, lo que inventó el escritor Maqueo Castellanos, como un acido poderoso, ha conseguido penetrar la conciencia del istmeño y no hay quien no cuente que los versos de la pieza se crearon para una madre muerta, aún cuando en ninguna línea se alude a la muerte (también se insiste en llamar “guerrillero” a Máximo para ocultar el estigma de santanista).

Ya vimos que para algunos, la madre murió cuando Máximo volvió de Oaxaca; para otro, ella vivía cuando a Máximo canta la pieza en la vela; para otro más, la madre murió siendo él niño, y otro dice que no era para la madre sino para la tía que era media hermana…

La repetición de esas invenciones afecta hasta a estudiosos de la música. Por ejemplo, el genial “Peregrino istmeño” Luis Martínez Hinojosa, en un disco recreó la historia de Maqueo sustituyendo al juchiteco de éste por Máximo Ramón (“Sandunga son celestial”).

Ahí el maestro ixtepecano dice que, ya muerta la madre (“una madrecita istmeña”), “Dios mandó un grupo de ángeles. Los acompañaban otros con extraños instrumentos” y que uno de ellos le entregó un pentagrama a Máximo Ramón, “con un extraño solfeo” y de ahí salió “La Sandunga”. Muy sentida la recreación del maestro, pero con datos falsos.

En conclusión, con tantos historiadores (algunos “inventadores”) tan informales, y la ausencia de documentos, es sumamente difícil hacer una biografía del presunto autor de la letra de “La Zandunga” —como debería ser llamada esa pieza.

Asimismo a ningún cronista de Tehuantepec le ha importado ahondar en la vida de Máximo; ni a sus historiadores, quienes, en sus conferencias, textos sobre el asunto o en sus programas radiofónicos, repiten los datos del autor de su preferencia, como Ortiz Urquidi por ejemplo, así que Máximo era: “Apuesto, varonil, inteligente y culto”.

De lo único que podemos estar ciertos es que, Máximo nació el 24 de junio de 1816 y lo que de él se escribió (con reticencias) sobre sus andanzas políticas, hasta que falleció perseguido por los liberales del Plan de Ayutla en 1855.

 

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