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La muestra “Mezcal” en Azomalli o el regreso al origen en la cuna de Minas

OAXACA, OAX., julio 11.– Volver al origen es la consigna. Por un lado, la galería Azomalli regresa a las andadas de 1997, cuando participó en la primera Feria del Mezcal con la exhibición de alrededor de 150 pinturas, según platica Isabel García Echeverría, propietaria y directora de ese espacio artístico.

Por otro lado, el mezcal de Santa Catarina Minas, el de Eduardo Ángeles Carreño, en específico –perteneciente a la familia que posee el palenque más antiguo de ahí–, está volviendo no sólo al origen de identificar a la población como la cuna de la bebida, sino como la vieja entidad e identidad mezcalera oaxaqueña, más allá de cualesquiera booms o modas o mezcalerías nacionales e internacionales.

El resultado es la muestra “Mezcal” –con la confluencia de alrededor de 50 obras alusivas a la bebida– y la plática y degustación que ofrecerá Eduardo Ángeles Carreño en Azomalli (Gurrión 110, Plazuela de Santo Domingo, Centro), este sábado 12 de julio, a partir de las 20:00 horas.

Hay que acordarse que, “Mezcal”, pide el cónsul Geoffrey Firmin antes de tirarse al precipicio de su vida en la novela “Bajo el volcán”, de Malcolm Lowry, la obra mezcalera por antonomasia. Exactamente igual que “exige” –diría José Alfredo en “Tu recuerdo y yo”– su trago el pueblo oaxaqueño: “mezcal”, dice siempre.

No un espadín o un “mexicano” o un tobalá o un cuishe –eso es para el mundillo cultural–, mucho menos una marca de 36 grados alcohol-volumen (Alc. Vol.) o Gay Lussac– aquello que quién sabe qué es, menos mezcal, diría don Lorenzo Ángeles Mendoza, padre de Eduardo– que luego publicitan como tal en la 17 Feria Internacional del Mezcal oficial, la cual, por cierto, será inaugurada, con bombo y platillo, el próximo 19 de julio.

No. El cónsul Geoffrey Firmin pide “mezcal”: a secas. El mayor de 45 grados Alc. Vol.

Como a secas están ahí, sin orden, esperando espacio en la pared de Azomalli, los cuadros de los autores que participarán en la muestra “Mezcal”.

Se recorre la vista por las pinturas con lo poco que dejan verse amontonadas ahí: diablo mezcal, mujer mezcal, cántaro que habla, maguey omnipresente, callejón Farolito –la mítica cantina que vivió en carne propia no Firmin sino Lowry–, tradición sin complejo oaxaqueño folclore –folclore, eso que tanto intimida a los artistas posmodernos, cosmopolitas–, pueblos y no calles urbanas: el mezcal es una mujer diablo pero también un demonio hombre…

A secas, también –comenta entre risas Isabel García Echeverría–, es ver, desde la mirada que atisba lo estético o la belleza, las piernas del mezcalero que transporta el tepache para depositarlo en la olla de barro rojo, esa de Atzompa o la sierra Mixe, que será el soporte de la destilación de este día: el shishe, la punta, el mezcal… Del maguey que usted guste.

Minas, desde luego, es de ensueño. Más cuando llega así la tarde y se ve, nítidamente, caer la oscuridad sobre la luz, para luego caminar entre magueyes y llegar al palenque que Eduardo Ángeles Carreño ha creado a un trecho de su casa.

Ahí están los magueyes cocidos, la fermentación a punto y la destilación en su momento. Como se acostumbra, en jícara de bule se prueba lo que venga: una punta, por ejemplo –aunque se asusten los científicos de la Universidad Autónoma Chapingo–. El trago es a gusto de cada quien, nunca medido por milímetros ni onzas. También el café, que viene despuesito, contenido en fantástica olla de barro desuniforme.

Al final, el pacto queda: la muestra “Mezcal” y la charla del palenquero de Minas Eduardo Ángeles Carreño confluyen en medio de más de 50 obras de creadores oaxaqueños o residentes aquí que hablan sobre cómo siente estéticamente el artista tan sagrado destilado de maguey.

 

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