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Si no eres pintor famoso a veces la pasas muy mal: Santiago Olguín

OAXACA, OAX., enero 26.‒Sumergido hasta el fondo ahorita en su personaje de pintor, Santiago Olguín presenta en estos días, en la exposición colectiva ‒su especialidad tal vez por su espíritu de antropólogo que no lo suelta nunca‒ “Greatest Hits vol. 1”, montada en las paredes de Simaruba/ Tendajón de barrio (Pino Suárez 304, Centro), dos piezas creadas ciertamente al alimón.

Olguin-santiago-artista-visual-26.01.15-RSe trata de dos intervenciones al óleo directas de él a sendas fotografías de mediano y gran formato, una de la maestra Patricia Cerezo y otra de Víctor Chagoya.

Santiago Olguín es tres personajes, al menos son los que se le conocen: antropólogo ‒el de veras y el de antros, ha comentado alguna vez en broma‒, activista y pintor.

‒Se te identifica principalmente como antropólogo, Santiago.

‒Desde hace muchos años hago gráfica, me enseñó mi hermano Guillermo cuando vivíamos en Estados Unidos, él estudiando arte y yo antropología.

Willy Olguín lo persuadió sobre la necesidad de que pintara, se dedicara un poquito a la escultura y al óleo. Y sí, le entró, pero luego dejó el arte y se dedicó de lleno a su carrera. Hace tres años exactamente, empero, comenzó a pintar, a meterse en serio en las técnicas del grabado y el manejo del óleo.

“Ya como una cosa para vivir, como una producción de la que incluso se dependiera económicamente”.

Se considera autodidacto, dice. Básicamente se ha desarrollado en el Taller de Gráfica Francisco Limón, espacio al que le tiene mucho respeto por la apertura que le da a la gente, a quien quiera aprender, trabajar, exhibir.

‒¿Traías el gene artístico y no lo habías desarrollado?

‒Al arte le tenía cierta reserva y respeto porque no me he considerado una persona con una habilidad para hacer algo. Yo veía [al arte] como una disciplina que requiere mucho conocimiento y me resistía a meterme de lleno porque me daba miedo el estudio, pues en mi carrera lo hice mucho y ya no quería volver a eso.

Empezó poco a poco. Fue descubriendo nuevas cosas, la, su creatividad, el uso de materiales a partir del mundo que te rodea para hacer lo que uno quiera con los instrumentos que se tengan.

“No le tengas miedo a hacer lo que quieras hacer con el material que quieras hacerlo”, es su filosofía.

A los 41 años ‒actualmente tiene 44‒, abandonó su carrera de antropólogo. Hoy cada día que se levanta piensa: “me despidieron de mi trabajo”… porque, pues, pinta, acaba una pieza y después tiene que “vender el pan donde pueda y al precio que puedan pagarme”. Y luego vuelta otra vez. “Esto es un poco difícil ‒cuenta‒, ahora entiendo todo el movimiento de las divisas en el arte, si no eres una persona famosa a veces te la pasas muy mal, pero de repente te va muy bien”.

No le atrae la idea de una gran exposición en una galería, su onda va más por lo colectivo y por participar en espacios incluyentes, un bar, la calle o una miscelánea incluso, que invitan y cuelgan la obra en las paredes sin más. Como en esta ocasión en la que exponen diez artistas en total, entre ellos veteranos como Alberto “el Negro” Ibáñez y emergentes como Nahum Gadiel Vega.

La Casa del Palo Mulato, donde está ubicado el Tendajón de barrio Simaruba, ha sido siempre un enjambre de artistas. Ahí han vivido y trabajado Guillermo Olguín, Lila Downs y Paul Cohen, Raúl Herrera y María Rosa Astorga, entre varios más.

También es aposento del Taller de Gráfica Francisco Limón y ha sido, como Casa del Árbol, escuela-laboratorio de fotografía, impulsada por Marcela Taboada y Patricia Cerezo. Desde 2011, el fotógrafo Víctor Chagoya impulsó ahí varios proyectos, sin perder nunca la difusión del arte: desde una mezcalería hasta La Vagancia y Los Poetas sin Experiencia, que obtuviera los apoyos C*11 y C*12 de la Seculta.

Simaruba, espacio que abrió hace seis meses, “es una culminación de esos varios proyectos”, dice Víctor Chagoya.

‒¿Por qué abandonaste tu carrera de antropólogo‒ se le pregunta a Santiago Olguín.

‒Me tuve que dar un tiempo libre para hacer bien las cosas, no me sentía bien ni emocional ni físicamente. Como antropólogo que trabaja con comunidades marginales indígenas, urbanas o afromexicanas, a veces uno se apasiona y quiere resolverles la vida. Y no es así. Nosotros no estamos hechos para resolverles la vida a otras personas. Se trata, más bien, de participar, de hacer investigación y trabajar conjuntamente. Voy a regresar pronto, en medio año estoy en mi profesión.

‒Y el activismo, ¿no te ha decepcionado?, ¿no crees que está como degenerando, perdiendo el rumbo?

‒El activismo me ha decepcionado muchísimo, es un trabajo de tiempo completo con un enorme desgaste y el riesgo de que, por hacerlo, se te catalogue como interesado en la política o el dinero. Lo cual en mi caso para nada ha sido esto, de no ser así, ya lo hubiera hecho hace 15 años.

El momento del activismo depende de “cómo se acomodan las fichas”, reflexiona: “ahorita se manejan las redes sociales y se ha abandonado mucho la acción física de la manifestación, y no estoy hablando de marchar o cerrar calles, sino de realmente hacer algo con un grupo de gente”.

Sólo que como no hay sueldo de por medio, llega un momento “que te desgastas económica y físicamente”, y entonces “te vas a sentir decepcionado tanto de ti como de tu grupo, sobre todo si no se puede lograr algo”.

Y ahorita es “muy difícil lograr un triunfo. Respeto mucho a esa gente que mantiene la persistencia aunque acumule derrotas y derrotas. Actualmente creo que se trata de levantar la conciencia de las personas, la familia, los amigos, avanzar, luchar un poquito ante ese río, torrente de ideas y acciones con las que no está uno de acuerdo”.

‒¿Pero no piensas abandonar el activismo?

‒No, no. Creo que hay que arreglar alineación y balanceo, checar el aceite y salir a la carretera otra vez.

 

 

 

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