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Los ridículos

LIBROS DE AYER Y HOY

El más sabio de nuestro tiempo podría exclamar como Sócrates “yo solo se que no se nada”, ante lo apabullante del conocimiento que brota de la civilización. Se decía que el último hombre en concentrar todo el conocimiento de la humanidad había sido Leonardo da Vinci y algunos -adeptos a la monadología-, lo extendían a Gottfried Leibniz, filósofo, matemático, jurista, bibliotecario, político alemán y muchas cosas más.

“Yo solo se que no se nadar. Yo solo se que no he cenado” decían humoristas fatuos parodiando la frase de Sócrates que Pablo Neruda utilizó para uno de sus libros. Bromas aparte, siempre queda el recuerdo de las frases que pronuncian algunos gobernantes o ciertos personajes y meten la pata en cuestiones de conocimiento común, como cuando Vicente Fox se refirió a Borges llamándolo José Luis. Los casos son muchos y el más reciente es el del ridículo que hizo Mariano Rajoy, jefe de estado de España al confesar su ignorancia sobre la ley de nacionalidad, cuestión que debería conocer por su propia investidura.

El caso fue la botana de los iberos, días antes de que Cataluña realizara sus elecciones -que ganaron los independentistas el 27 de este mes-, a cuyo gobierno el derechista Rajoy ha hecho todo tipo de amenazas. Nadie pide que un gobernante sea sabio. Un lapsus lo puede tener cualquiera. La historia de aquellos grandes gobernantes – reyes entre ellos-, que eran poetas, escritores, filósofos, quedó atrás.

La lectura a muchos no se les da, pero un poco de conocimiento común siempre se agradece aunque se auxilie de instrumentos modernos; en todo caso los ciudadanos solo quieren congruencia, eficacia y respeto. Pero ni siquiera eso se obtiene. El conocimiento va aparejado con un buen gobierno, como lo vimos, por ejemplo en Uruguay, con José Mujica.

En México se ha rebajado tanto la función pública y partidaria, que se inicia con personajes menores que surgen de la basura para dirigir partidos o que llegan a los puestos avalados por señales obscenas y denigrantes. ¿Que se puede esperar entonces de quienes gobiernan países u organismos internacionales, con tales orígenes?. No son precisamente preciosos los gobiernos -aunque hay un exgobernante estatal de la misma calaña a quien se le atribuye tal mote-, pero viene a cuento la obra de Moliere, Las preciosas ridículas en las que el gran dramaturgo exuda su humorismo como en otras de sus comedias (Tartufo, El misántropo, El avaro, El enfermo imaginario, etcétera, obras completas Aguilar Ediciones 1987).

Crítico punzante de las clases altas francesas, sus comedias calaron de tal forma que fue perseguido, denostado y prohibida su obra. Jean Baptiste Poquelín, su verdadero nombre, nació en 1622 y murió 1673 . Fue contemporáneo de Cyrano de Bergerac inmortalizado por Edmond Rostand en 1897, con la obra del mismo nombre.

La amada de Cyrano portaba el nombre de Roxana aunque era una preciosa ridícula cuyo nombre verdadero era Magdalena Rubín. Magdelon se llama precisamente una de las preciosas ridículas, muchacha afectada y pedante, quien junto con su prima Cathos integra el dueto de las ridículas en una comedia de equivocaciones que lanzó a la fama a Moliere. En Las preciosas ridículas, las jóvenes son expuestas a idem por el gran dramaturgo y actor que criticaba sobre todo el uso del lenguaje acentuado y preciosista de las clases altas. Costumbre -la del lenguaje-, que ni siquiera exhiben nuestros políticos cuando hacen el ridículo.

laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

 

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