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Teresa Gil

Tenochtitlan, el sueño que no pudieron destruir

Libros de ayer y hoy

Si tantos mexicas recorremos la gran ciudad, si multitudes la laceramos, la golpeamos con nuestras conductas disímbolas; si millones le expresamos con nuestra vida diaria el amor a veces exhibido con descuido, con desaseo, con abuso, pero con la cercanía permanente, quiere decir que la intención de exterminio que planearon algunos nunca prosperó.

Aquí seguimos, pésele a quien le pese, como los grandes herederos de una cultura que asombró al mundo y que nosotros mismos por nuestra insensatez, no hemos ido a los confines a gritarlo a voz en cuello. Preferimos volver los ojos, cosa que no está  mal, a las culturas griega, egipcia, china, escandinava y a todo lo que  el humano ha creado y menospreciamos al interior lo que es nuestro, que es parte del vivir cotidiano aunque en más de 90 por ciento lo ignoremos, al grado de no saber la dimensión de nuestra herencia.

En este momento que se define y acentúa nuestra pertenencia a la cultura mexica y a todas las que levantaron su creación  en nuestro territorio, deberíamos de lanzar el grito conjunto, no obstante los desvíos del pasado, (algunos exacerbados por el cruel invasor): ¡Tenochtitlan vive!  Es el centro de nuestra patria.

Conocimiento académico de nuestra cultura, raquítico en su extensión

Nuestra mitología ancestral es tan extensa, tan compleja y tan difícil por los muchos idiomas que la comprenden, que todo el conocimiento que se imparte desde la escuela primaria, apenas deja un destello de lo que ha sido. La historia, la antropología, la lingüística y todas las disciplinas que la contemplan, han ido desbrozando su largo recorrido de siglos pero la gran mayoría de ese conocimiento ha quedado en el seno de las casas de estudio o en libros publicados que no se difunden. 

En este tema crucial que debería ser expuesto en este Año de la Independencia, pasa como todos los conocimientos que surgen de tesis en esas muchas casa de estudio, públicas sobre todo, que se ensartan en vocablos técnicos y nunca salen al público en lenguaje cotidiano. A algunos les sirve para regodearse, pero no hay información permanente a la gran ciudadanía.

Es el momento para una gran  promoción con materiales y libros accesibles que lleguen gratuitamente a la gente. Los datos del colonialismo, bajo la mirada interesada, han dado vislumbres de lo que ellos vieron y vivieron, pero todo  el origen, los aportes, los descubrimientos, se han  profundizado en la academia y enderezado errores.

Un escritor como Alfonso Reyes le dio en su momento un  vistazo en concordancia con los  españoles y Miguel León  Portilla el gran historiador, coincide también en parte en la preponderancia de los aportes ibéricos. Si uno revisa las bibliotecas digitales, hay cierta confusión en datos y nombres, espacios y épocas, no siempre aclarados.

Ante una gran cultura, los humanistas cumplían una misión evangélica

Vulgarmente se diría, “a  lo que te truje chencha”. Los  misioneros, los religiosos y humanistas que vinieron en  el engranaje invasor, traían la misión de catequizar a los herejes como consideraban a los indios. Los dioses que estos tenían, más de dos mil según la mención de Mardonio Carballo, les valieron a los enviados de la iglesia católica en tiempos en que ya la Inquisición enseñaba sus colmillos.

Ese caminar por un territorio inhóspito, sobre todo en el norte del país , misión por ejemplo del padre Kino, entre muchos, no era un gesto personal de apoyo; estaba fincado en un método de implantar nuevas ideas; la catequización y la imposición de dioses propios a partir del evangelio.

Con esa imposición ya extendida por todo el país a lo largo de siglos, se tomaba y adjudicaba a su vez no solo la mente, sino las riquezas de los moradores de estas tierras. Que muchos de ellos eran personas cultas, generosas y solidarias, paliaba un poco la vida de los invadidos, pero de todas maneras no dejaba de ser una imposición. No evitó, además, las muchas matanzas de los naturales.

Axayácatl, padre de Moctezuma II y el calendario azteca piedra del sol

Entre los muchos personajes que desfilan en nuestra historia y mitología, Axayácatl tiene el sello literario de las obras shakespeareanas. Me recuerda la obra de teatro Códice Tenoch que el mexicano Luis Mario Moncada presentó en Avon durante la celebración de los 500 años de William Shakespeare.

Nunca se repuso el tlatoani padre de Motecuhzoma II e hijo de Tezozomoctli, de las muchas guerras que asolaban Tenochtitlan cuando él gobernó (1469-1481). Fue junto con su padre, creador del universalmente conocido Calendario Azteca llamado también Piedra del Sol. Una maravilla científica.

De su clamor por la muerte  que en algo también nos recuerda lo que estamos viviendo, reproduzco parte del Canto del tlatoani mexica. En traducción de León Portilla (La muerte en la poesía mexicana Editorial Diógenes 1970): 

CANTO

Continua la partida de gente
 todos se van.
 Los príncipes, los señores, los nobles
 nos dejaron huérfanos.
 ¡Sentid tristeza, oh vosotros señores!
 ¿Acaso vuelve alguien,
 acaso alguien regresa,
 de la región de los descarnados?
 ¿Vendrán a hacernos saber algo
 Motecuhzoma, Nezahualcóyotl, Totoquihuatzin?
 Nos dejaron huérfanos,
 ¡sentid tristeza oh vosotros señores!
 ¿Por dónde anda mi corazón?
 Yo Axayácatl, lo busco,
 nos abandonó Tezozomoctli,
 por eso yo a solas doy salida a mi pena.

Teresa de Jesús Gil Gálvez

Nací en La Colorada, Sonora, estudié en la Universidad de Sonora que me dio mención honorífica por mi tesis La libertad de prensa en México. En la UNAM hice estudios de maestría en Ciencias penales. En medios sonorenses trabajé, desde la adolescencia, en los más importantes del estado y en julio de 1972 salí en un tren hacia la gran capital, donde he trabajado en medios importantes, diarios, semanarios y revistas, con breves retiros al mundo entre ellos una corresponsalía en España.

Colaboradora desde enero de 2017.


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