La impunidad es normal porque nos hemos acostumbrado a ella, porque denuncias como la realizada el pasado 17 de mayo por la Arquidiócesis de Antequera sobre la desaparición de 12 triquis en su trayecto a San Juan Copala y la persistente operación de grupos paramilitares en la zona, no generan la indignación pública que una situación tan grave debería de provocar.
Nos hemos acostumbrado a que las autoridades digan que “van a investigar” y que después solamente llegue el olvido y que el asunto sea desplazado por otro más. Finalmente, lo que sobra en Oaxaca son problemas.
Así, las continuas violaciones a los derechos humanos de pueblos indígenas, por enfrentamientos entre grupos, por la operación de caciques, por la omisión gubernamental o por la intervención directa de facciones de su partido son desplazadas de la agenda pública; son llevadas a un segundo plano de atención puesto que los reflectores mediáticos están puestos en las campañas proselitistas, en las declaraciones de los candidatos, en sus promesas, en las tendencias de las encuestas electorales y en los rumores de nuevos escándalos de corrupción.
El tema de las violaciones a los derechos humanos genera tedio, ¿para qué? Es noticia de todos los días que muchos analistas, editores y lectores observan con pereza, que se brincan de las páginas de los periódicos, que cierran oídos cuando se llegan a tratar en informativos radiofónicos, o cuando excepcionalmente llegan a la televisión.
Por cierto, a este último medio el grupo gobernante y su partido acceden a través de los infomerciales elaborados por los expertos en marketing político y por la magia de un montón de dinero público atrás de la propaganda, violando de paso la legislación electoral.
La lógica mediática orientada al escándalo y a las declaraciones espectaculares de los políticos sobre asuntos de corto alcance, lleva a estos mismos a evadir sus responsabilidades sobre omisiones e intervenciones directas en los viejos conflictos; los asuntos tan cotidianos de violencia e injusticia van siendo relegados al olvido, aún cuando se presenten verdaderos estados de emergencia social, como en el caso de San Juan Copala.
Al respecto, el equipo de Contralínea ha aportado evidencias periodísticas de su reciente incursión en la zona mientras las autoridades gubernamentales señalan que no hay condiciones para su ingreso (Noticias, 18 y 19 /05/10).
Ante conflictos como éste, como el del 2006 y muchos más que se han resentido en Oaxaca, lo normal es que no se atiendan, que se dejen descomponer, que se manipulen por las autoridades que cobran por resolverlos; que los responsables se laven las manos, “la culpa es de los demás, hasta de los extranjeros”.
La costumbre es que los conflictos se estiren y se estiren hasta que revienten; total, lo que les importa en este momento es la política electoral y la conservación de sus privilegios.
Por supuesto que son válidas las expectativas de cambio; no se niega la importancia de la coyuntura electoral porque está en juego el cambio de grupos de poder, pero las declaraciones de los políticos y su propaganda, deben analizarse a la luz de los propios acontecimientos y las condiciones de los pueblos que resienten la exclusión social; de las experiencias de abusos y engaños ante los grupos de poder.
Por ejemplo, ¿Qué le dice el eslogan propagandístico de “la transformación” a los habitantes de San Juan Copala, a los de Ixcatlán, a los de San José el Progreso, a los de Coycoyán de las Flores y a otros tantos municipios oaxaqueños, que en las distintas evaluaciones sobre la pobreza y la marginación siempre quedan en los primeros lugares a nivel nacional por todos los rezagos acumulados.
¿Qué se ha transformado? ¿Qué ha cambiado? Se preguntarán las sucesivas generaciones de pueblos mixtecos y zapotecos, desde los más viejos hasta los jóvenes, acostumbrados al olvido gubernamental, a la pobreza, a la injusticia, o de los niños que tienen como expectativa principal la emigración. La idea de quienes migran es que el futuro está en otra parte, en Oaxaca no.
Para muchos de estos pueblos, la impunidad es tan normal, están sujetos a la ley del más fuerte, a la ausencia del Estado de derecho, a condiciones de vacío institucional amparadas por varias décadas del funcionamiento de una maquinaria de gobierno- partido que funciona bajo una lógica patrimonial y de lealtades distorsionadas para beneficiar al jefe máximo.
¿Qué les dicen las sonrisas artificiales de los candidatos a quienes han resentido violaciones de sus derechos elementales? ¿Qué dicen las posturas amigables y las promesas a los que únicamente saben del olvido y la hostilidad de los sucesivos gobernantes? ¿Qué dice la propaganda proselitista a los marginados?
Oaxaca vive tiempos en donde arriba circulan los supuestos logros del gobierno y su partido, las imágenes postizas de los candidatos, y la dilapidación de recursos públicos en propaganda, y abajo, en las calles, en las plazas públicas, en las ciudades, en las comunidades rurales, el abandono, las movilizaciones de protesta y la acumulación de arbitrariedades.
Si acaso, la conexión entre el arriba y el abajo es a través de intercambios clientelares de dádivas por votos.
Mientras tanto, al son de bandas de viento, cientos de acarreados, discursos vacíos, matracas y porras a los candidatos, continúa el deterioro de la vida pública y se descompone aún más el ambiente político electoral.
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