En tiempos de Benito Juárez, la lucha entre liberales y conservadores dio origen al surgimiento de un espécimen que se mantiene hasta la fecha. Hubo entonces como ahora quienes se pasaban de un bando a otro totalmente opuesto a cambio de dinero u otro tipo de prebendas y para representarlo mejor se quitaban una casaca o chaqueta de color rojo, que identificada a los liberales, para ponerse la azul de los conservadores o viceversa.
Desde entonces, a esos seres que cambian de bando constantemente se les llama chaqueteros.
Lo anterior viene a cuento porque en esta campaña electoral para elegir presidentes municipales, gobernador y diputados, como nunca, hemos visto que militantes de todos los partidos cambian bando como si se tratara de ropa interior.
Así, algunos pasan de denostar al llamado corrupto y represor a quemarle incienso a su candidato e incluso buscar en su árbol genealógico profundas pero interesadas raíces ancestrales.
En otras palabras, pasan de la oposición crítica a la lambisconería. En otros casos, hay quienes al no obtener como premio a sus antiguas tranzas en bien del partidazo una candidatura ahora pretenden descubrir en él la antidemocracia y la corrupción.
Se olvidan estos que durante años fueron aviadores, gozaron de la impunidad o hicieron pingües negocios a costa del dinero público. Otros, de menor peso específico tejen y destejen alianzas como si se tratara de esos matrimonios de kermes.
A todos ellos, ¿no se les caerá la cara de vergüenza ante sus hijos, vecinos y amigos por ser tan incongruentes y envilecidos? ¿Cómo explican su abyección, su falta de honestidad intelectual, su incongruencia y su poca resistencia a la frustración?
Sin lugar a dudas, a toda acción antidemocrática debe surgir una reacción de inconformidad, incluso de protesta, pero de eso a pasarse a servir a las líneas enemigas, a pelear en favor de eso a lo que sólo unos días antes se oponían, hay una distancia que debería ser mantenida en nombre de la hombría, de la honorabilidad y de la dignidad.
Esos que ahora son reconocidos saltimbanquis tal vez serían respetados si dieran la lucha en sus respectivos partidos hasta lograr su democratización, o incluso morir en el intento.
Lo otro, lo de ir del tingo al tango, más allá del triste espectáculo que ofrece, ningún bien le hace a la democracia por la que dicen luchar. Antes bien, uno piensa que qué poca memoria tienen.