En México se ha establecido septiembre como el “Mes de la Patria”, pues en este mismo tiempo de hace dos siglos el pueblo se sublevó contra los españoles y, como siempre, las mujeres mexicanas estuvieron presentes y jugaron papeles de vital importancia, aunque 200 años después apenas comienzan a conocerse sus nombres y sus acciones heroicas.
La Independencia
La Independencia de México fue uno de los procesos más extensos de América Latina porque la Nueva España permaneció tres siglos bajo el dominio español.
Un grupo de novohispanos de la élite criolla trataron de liberarse de España a raíz de la ocupación francesa y que el rey Fernando VII abdicara a favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón.
En tiempos de la Colonia se formaron varias juntas, entre ellas la que encabezó Francisco Primo de Verdad y Ramos. En esta primera junta se destituyó al virrey. También no debemos perder de vista la influencia que ejerció la Ilustración y luego la Revolución en Francia, así como la Independencia de Estados Unidos.
Después de muchas indecisiones, y que algunos querían guardar la Nueva España para el rey, otros criollos endurecieron su posición trayendo como consecuencia que el pueblo se levantara en armas.
El cura Hidalgo
Al grito de ¡Muerte a los gachupines! ¡Muerte al mal gobierno! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, la madrugada del 16 de septiembre de 1810 un modesto cura del pueblo de Dolores, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor (don Miguel Hidalgo y Costilla), con un puñado de campesinos casi sin armas y sin saber nada de estos menesteres, abrieron la cárcel, sacaron a todos los presos y con las pocas armas que encontraron en la armería local, o con lo que podían, se dirigieron a Atotonilco El Grande. De la iglesia de ese pueblo tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe y volvió a arengar a sus hombres diciendo: ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Mueran los gachupines!
Se encontró con Abasolo y Allende en San Miguel el Grande. De aquí en adelante la guerra de Independencia tomaría su curso; regada con sangre tanto de hombres como de mujeres que ofrecieron su vida por lograr la libertad.
Mujeres en defensa de la libertad
En esa guerra también participaron mujeres, nuestras heroínas mexicanas, fantasmas de una época que hace mucho tiempo se fue. Vivieron en un mundo convulso y conflictivo, donde los cambios se dieron con brutalidad y las diferentes clases sociales chocaron con un gobierno oligárquico y burgués que trajo como consecuencia la guerra, pero a la vez un futuro prometedor.
Sin la osadía y arrojo de mujeres dispuestas a sacrificarse en defensa de la libertad y sin su intervención, no hubiese sido lo mismo la guerra de Independencia. Demostraron muchas veces una férrea voluntad y un espíritu patriótico para liberar a su país del yugo español.
Los ejemplos más conocidos son mujeres de la talla de Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario o Gertrudis Bocanegra.
Ellas, al igual que otras muchas mujeres, arriesgaron valientemente su vida por la causa; un buen número se encuentra en el anonimato y algunas quedan en el recuerdo.
Luisa Martínez
Por ejemplo: tenemos a Luisa Martínez, esposa de un guerrillero apodado “El Jaranero”. Estuvo junto a su marido peleando, hasta que en Erongarícuaro (Michoacán) perdieron la batalla y junto con los hombres fue hecha prisionera. En el cementerio del pueblo los fusilaron. Cuando le tocó su turno gritó con todas sus fuerzas: “Como mexicana tengo el derecho de defender a mi patria”. Acto seguido se desplomó, abatida por las balas.
Altagracia Mercado
Altagracia Mercado, “Heroína de Huichapan” (Hidalgo), de su propio dinero armó un pequeño ejército en cuanto se enteró de la lucha por la libertad. Se puso a la cabeza y dio la pelea a los realistas.
Desgraciadamente en un encuentro desafortunado perdió el combate y cuando se dio cuenta, solo quedaba ella en pie. Sin demostrar temor, al contrario, con la valentía que la caracterizaba, siguió peleando hasta que la capturó el enemigo. Su valor causó mucha admiración a los jefes españoles y como la costumbre era no tomar prisioneros sino fusilarlos, ordenó el coronel que los comandaba que la dejaran en libertad diciendo: “Mujeres como ella no deben morir”.
Hazañas como ésta han permanecidos en la memoria de muchas generaciones, no les importó arrostrar peligros, ni la furia de los realistas, mucho menos exponer su vida con tal de arrebatar su patria al invasor.
María Soto La Marina
Con valentía y arrojo, María Soto la Marina ayudó a las tropas del general Francisco Javier Mina. Las huestes de los realistas se enfrentaron con los insurgentes cerca del río del mismo nombre que la heroína, pero no contó el general Mina con un enemigo quizá más poderoso (la sed), pues los españoles estratégicamente se habían apoderado del río; no podían romper el cerco para llegar hasta el agua.
Al darse cuenta de la situación, la valiente mujer, saliendo de la retaguardia tomó dos cántaros y sin importar las balas enemigas comenzó a traer agua para que tomaran los soldados insurgentes. Una y otra vez atravesó las líneas enemigas sin importar su seguridad, hasta que todos pudieron calmar su sed sin que sufriera ningún daño.
La Güera Rodríguez
El sistema patriarcal que hemos vivido en México ha sido férreo y de mano dura, sobre todo con la mujer. Aunque hay que reconocer que poco a poco va cambiando, pero en la época de la Independencia, hubo una que otra mujer decidida, irreverente y muy rebelde, entre éstas se encuentra María Ignacia Rodríguez apodada “La Güera Rodríguez”.
A pesar de ser una mujer golpeada salvajemente por su marido, logró el divorcio y afortunadamente muere él en Querétaro y se pudo casar dos veces más. De esos matrimonios le quedaron siete hijos. Era muy bella y de lengua rápida e ingeniosa, fue famosa en toda la capital. Aprovechando que entraba en los salones más elegantes, mandaba noticias o las estrategias que iba a hacer el Ejército Realista.
Mujer decidida, partidaria de la Independencia, llegó a fascinar a hombres como el Barón de Humbolt, Simón Bolívar y Agustín de Iturbide.
Además, hablaba a favor de los insurgentes en los grandes saraos, cosa que llegó a oídos del Santo Oficio y fue llevada ante ellos. Ese día se vistió mejor que nunca, se enjoyó y perfumó.
Cuentan que cuando llegó a la sala donde se encontraban los obispos que la iban a interrogar, entró con garbo y donaire y como no le ofrecieron sentarse, ella lo hizo con desparpajo y con coquetería, se arregló los pliegues de la falda y con suma delicadeza se compuso sus bucles rubios.
Mirándolos con inocencia y sensualidad, les preguntó que para qué se le necesitaba. Hombres recios, fuertes, por menos que eso se encogían ante estos hombres todos vestidos de morado con bonetes altos y miradas torvas y siniestras, en una sala media oscura y donde se sabía que el que entraba no salía.
Ella, juguetonamente los saludó y cuando leyeron sus supuestos crímenes, con su desparpajo acostumbrado les dijo a cada uno de ellos sus secretos mejor guardados y dónde se veía con sus amantes, incluso a uno de ellos le reclamó que la cortejara apasionadamente. Así como entró, salió: con dignidad y orgullo. El Santo Oficio jamás volvió a molestarla.
Gertrudis Bocanegra
La que no corrió con tanta suerte fue Gertrudis Bocanegra. Era hija de padre español y madre tarasca. Nació en Pátzcuaro, Michoacán. Se casó con un realista de apellido Lazo de la Vega y éste, por amor a ella, abandonó las armas.
Después del grito de don Miguel Hidalgo en Dolores, su marido y su hijo se unieron a la insurgencia con las fuerzas de Manuel Muñiz. Al apoderarse de Pátzcuaro, Muñiz acrecentó su tropa y atacó Valladolid; desgraciadamente en ese ataque murió su esposo y su hijo. Entonces ella se dedicó en cuerpo y alma a la causa de la Independencia.
Sirviendo de espía, mandaba mensajes a los insurgentes que eran muy importantes.
Después de un tiempo finalmente decide unirse al regimiento en donde estaba su yerno de apellido Gaona; él la manda a Pátzcuaro para ver la posibilidad de un ataque.
Descubierta por el enemigo, fue encarcelada junto con sus hijas, fue sentenciada a muerte y fusilada el 10 de octubre de 1817.
Leona Vicario
Leona Vicario Fernández, hija de padres criollos, nació en Toluca. Quedó huérfana de padre siendo muy niña y a los 17 años de madre. Por disposición de ésta quedó como tutor su tío Agustín Pomposo Fernández de San Salvador.
Su vida hasta cierto punto fue novelesca y llena de aventuras. Por herencia era muy rica y cuando llegó a vivir a la ciudad de México con su tío, fue educada con exquisito gusto. En el despacho de su tutor conoció a Andrés Quintana Roo. Ambos sentían simpatía por la insurgencia y se hicieron novios.
Desde ese momento, arriesgándose, mandaba medicinas y mensajes de su propio dinero. Uno de los hombres que le servía de correo fue aprehendido (llamado Mariano Salazar). Después de torturarlo dijo quién era la que mandaba pertrechos a las filas enemigas.
Al saber Leona que habían sido descubiertos se desplazaron hasta San Antonio Huixquilucan. Su tío, preocupado y como era hombre de respeto y alcurnia, logró que el virrey le concediera un indulto.
Cuando regresó a la capital fue encerrada en el colegio de Belén, aún cuando se le había prometido que no la arrestarían; sin embargo, es llevada a juicio en el que demostró valor y dignidad ejemplares. A pesar de todas las amenazas no delató a los jefes de la insurgencia.
La volvieron a regresar en calidad de detenida al colegio. Los coroneles Francisco Arrogave, Antonio Vázquez y Luis Alconedo la rescataron del convento saliendo disfrazados y se fueron a Oaxaca. En ese tiempo se casó con Andrés Quintana Roo pero siempre tuvieron que andar huyendo porque eran perseguidos; tanto que en una cueva tuvo a su hija y le puso Genoveva (por la santa de Bramante).
El país ya un poco más calmado propicia que ellos regresen a la capital y su esposo pudo por fin terminar sus estudios. Sus restos descansan en la Columna de la Independencia.
Doña Josefa Ortiz de Domínguez, la “Ana Bolena” de México
Quizá una de las mujeres más audaces de la época de Independencia haya sido Josefa Ortiz Girón. A temprana edad quedó huérfana. Su hermana mayor la llevó de Morelia a la Ciudad de México y la internó en el Colegio de las Vizcaínas.
Fulgencio Vargas afirmaba: “Los años que estuvo recluida en ese internado le templaron el carácter. Le dieron una educación inmejorable y la prepararon para el futuro”.
A los 23 años se casó con Miguel Domínguez, nombrado corregidor de Querétaro y se desplazan a dicha ciudad. Ella, que tenía un temperamento emprendedor y gran capacidad intelectual, ayudó mucho a su marido en sus funciones de corregidor.
Hay algunos biógrafos que sospechan que ella tenía que ver mucho a favor de la emancipación de México antes del grito de Dolores, pues se dice que ayudó en el complot de José Mariano Michelena en Valladolid, pero fue descubierto y a él lo hicieron prisionero.
Sin embargo, con los conjurados del grito de Dolores sí está comprobada su participación, que la relaciona constantemente con ellos.
La noche del 13 de septiembre de 1810 la conspiración se descubre y conociendo el carácter de su mujer, su esposo la encierra en su cuarto para protegerla.
Desesperada, comienza a hacer toques en el piso como contraseña al alcalde de la ciudad, Ignacio Pérez, que vivía en el piso de abajo. Éste llega a ella aprovechando que el Corregidor no estaba y a través de la puerta le comenta que los descubrieron.
Como Ignacio también era de la causa, sale rápidamente de Querétaro y se encamina a San Miguel el Grande, a donde llega el 15 al amanecer y como no encontró a Allende se lo comunica a Aldama.
Mientras tanto, el día 14 Josefa llama a su hijastra y le dice que vaya con el presbítero José María Sánchez a ver a Joaquín Arias, capitán de uno de los regimientos de la ciudad, y le diga lo ocurrido. Cuando éste supo la noticia, entró en pánico y denunció a todos los conjurados, y en especial a Josefa Ortiz de Domínguez, diciendo que era la principal cabecilla.
Josefa fue detenida el 16 de septiembre y llevada a la casa del alcalde junto con otras personas. De ahí fue trasladada al convento de Santa Clara, tiempo después la dejaron libre pues parece que el juez de Corte, apellidado Collado, tuvo miedo a que Hidalgo atacara la ciudad.
Josefa Ortiz continúa conspirando valerosamente después de esto, sin importarle los riesgos a los que se enfrentaba. Además, la causa ya se había convertido en guerra; aun así siguió cooperando con los insurrectos.
Un hombre de las confianzas del virrey, de apellido Beristáin fue mandado por éste a investigar a la ciudad de Querétaro.
En una carta al virrey le cuenta: “Había en Querétaro un agente efectivo, descarado y audaz que no perdía ocasión de conspirar contra España, y esa era la esposa del corregidor; termina diciendo que la corregidora era una Ana Bolena”.
La trasladan presa a la ciudad de México y la ponen en el convento de Santa Teresa, pero como estaba embarazada, la trasladan a una casa particular. Siempre en calidad de detenida. Ahí duró cuatro años.
Después que se consumó la Independencia y dar el golpe de Estado Agustín de Iturbid, para convertirse en emperador, éste dio amnistía a todos los presos políticos, entre ellos a Josefa. El emperador le ofreció entonces el alto honor de ser dama de su esposa la emperatriz, cargo que no aceptó por sus ideas republicanas.
Parece ser que después de consumada la Independencia ya no tuvo mayor influencia en el México independiente.
Murió en 1829 y fue sepultada en la iglesia de Santa Catarina. En 1878 el Congreso de Querétaro declaró a Josefa Ortiz de Domínguez “Benemérita de la Patria” y dispuso que su nombre quedara grabado en letras de oro en el salón de Sesiones. Sus restos se trasladaron a Querétaro en 1994 con gran ceremonia.
Josefa Ortiz es el prototipo de la mujer patriótica, firme en sus ideas y convicciones sin importar los riesgos, se embarcó en una aventura en la cual tenía la certeza de sus ideales. Por eso, junto con los héroes de la Independencia, es honrada, pues sin su colaboración no hubiera sido posible la Independencia o se hubiera retrasado algunos años.
Más mujeres, más historias
Algunas son célebres, otras no tanto, pero todas lucharon por un mismo deseo: ver a su patria libre. Todas sufrieron el flagelo de la guerra y muchas de ellas fueron fusiladas sin tener un juicio justo.
Así tenemos a Mariana Anaya, Petra Arellano, Francisca Torres, Antonia Ochoa, María Dolores Basurto y su hija Margarita, Carmen Camacho, María de Jesús Iturbide, María Antonia García, Gertrudis Jiménez, María Andrea (La Campanera), Juana Villaseñor, Josefa Sixtos, Antonia Piña, y muchas más que ofrendaron su vida por la Patria.
A pesar de los tiempos que corrían y del machismo imperante, estas heroínas tuvieron carácter y mucha decisión; nos enseñaron de lo que fueron capaces de hacer en su condición de mujeres en una época en que debían ser sumisas. Llenas de un relieve casi mágico nos muestran la perfección que alcanzaron al realizar hechos heroicos con personalidad suficiente para sobresalir en un mundo de hombres.