PALABRA DE ANTÍGONA.- Recientemente en la ciudad de Washington, a iniciativa de la Comisión Interamericana de Mujeres (de la OEA), decenas de ministras, congresistas, feministas y las llamadas expertas en género, se reunieron para examinar la ciudadanía de las mujeres.
Es verdad que preocupa el déficit de representación femenina y que urge garantizar en todos los órganos de gobierno la paridad, en acuerdo con la demografía (las mujeres somos el 52 por ciento de la población) y de las leyes de igualdad que menudean en los países de las Américas.
La ciudad donde está la Casa Blanca, que sirvió de escenario –a una calle está el museo que reconoce a las mujeres que lograron la paz en el siglo XX tras dos guerras mundiales–, estaba toda floreando en ese rosa de los cerezos preciosa y el sol aparecía en primavera, lo que cubría de un buen ambiente los debates y discusiones que mostraron la tremenda realidad:
Pocas mujeres en órganos de decisión y políticas sociales y económicas que siguen manteniendo a millones de mujeres en la exclusión y la discriminación.
El documental de la violencia, estremeció a las participantes, entre ellas, Michelle Bachelet, nueva directora de la política de avance para las mujeres de la ONU (ONU Mujer) y la primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar.
Se habló globalmente de los obstáculos que todavía hay que vencer para que las mujeres tengan el lugar que merecen en la gobernanza del continente.
Hubo testimonios, experiencias y cifras, así como muestras de avances y muchos retrocesos.
También se manifestaron preocupaciones. La principal reconocer que el avance existe, es lento pero existe, y son esas mujeres a las que la señora Bachelet llamó a tomar conciencia de su papel en esta hora clave, para hacer efectivos los derechos de las mujeres.
Se refirió a las que llegan, a las que están con posibilidades de influir y ser voz de millones de mujeres. Las llamó a empujar las políticas para la igualdad y contribuir conscientemente a la democracia.
Menuda responsabilidad para ese porcentaje, que en promedio todavía no llega ni al 30 por ciento, y que en algunos países encuentra profundas resistencias.
Recordar esta reunión, celebrada el 4 y 6 de abril últimos, es obligada cuando en México hay un reclamo fundamentado a la manera cómo muchas mujeres, en el círculo privilegiado del poder, actúan exactamente como los hombres misóginos y en lugar de abonar a la democracia convierten su tarea en sospechosa de autoritarismo y se olvidan que son mujeres.
La cuestión es mucho peor cuando esas mujeres de la élite, inteligentes, científicas sociales o de ciencias exactas, sí pueden comprender con claridad el significado de la desigualdad y el reclamo de ejercer otro tipo de mando, más aún si son capaces o no de contribuir a la democracia, ésta que reclama nuevos equilibrios en los poderes, donde las mujeres somos esenciales.
Como decía, viene a cuento porque un respetable grupo de mujeres de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) están solicitando la remoción de la doctora Esther Orozco, rectora de esa casa de estudios desde abril de 2010, por su manera de dirigir, de tratar a las y los trabajadores y de promover acciones misóginas para relevar el papel de las mujeres, como sucedió el 8 de marzo, cuando se cumplieron 100 años desde que se acordó el Día Internacional de la Mujer en Copenhague en 1910.
Las feministas de la UACM, profesoras, estudiantes y trabajadoras de diversas corrientes, afirman que la rectora actúa con prepotencia, misoginia y autoritarismo.
Lo grave es que la doctora Esther Orozco tiene una gran reputación como mujer de ciencia, ella misma llevó a cabo interesantes políticas a favor de las mujeres a su paso por el Instituto de Ciencia y Tecnología de la ciudad de México.
No se le puede reclamar una conciencia feminista, que siendo mujer ilustrada contó con apoyo, porque había esperanza en su actuar.
Para muchas, esa conciencia feminista fue punto a su favor cuando se discutía quién ocuparía la rectoría.
Hace meses que el sindicato de esa casa de estudios ha reclamado, una y otra vez, diálogo y soluciones.
Sabemos que las mujeres en el poder –y se dijo en Washington– muchas veces no tienen apoyo ni recursos; otras exceden su actuar por miedo y falta de confianza en sí mismas o simplemente se enfrentan a aparatos que las estrangulan.
Sin embargo, hay casos fantásticos donde enfrentan esto y más y salen adelante, pero también hay esos tremendos casos donde ni siquiera se plantean que están llamadas a hacer una política diferente y a afianzarse en la historia de lucha de las mujeres.
Tal es el caso. Dicen las feministas comenzaron a lamentar el autoritarismo de doña Esther, desde que se hizo del puesto, desde su toma de posesión.
La rectora ha puesto en práctica “una política caracterizada por la falta de disposición al diálogo; no se diga a la crítica, por una estrategia anti sindical, de acoso laboral, irregularidades como la retención de las cuotas sindicales, despidos y un despotismo rayano con la megalomanía.
Afirman: “nos alarmaron los crecientes reportes de corrupción y nepotismo que fueron expuestos en un reportaje de Emir Olivares, publicado en La Jornada del 10 de abril”.
Fue claro que no entiende nada sobre feminismo. Como muestra –dicen las peticionarias de la renuncia–, en la UACEM el pasado 8 de marzo.
La Coordinación de Servicios Estudiantiles, encabezada por Erika Araiza, organizó una carrera de tacones, con dos requisitos: los tacones deben medir más de siete centímetros y las participantes deben contar con seguro facultativo del IMSS.
Ello obviando los riesgos que significa para la salud una carrera con tacones –dejando claro que este acto pervierte el sentido de un día (el 8 de marzo) conquistado por las mujeres en la reivindicación de sus derechos–.
La iniciativa levantó gran indignación en la comunidad universitaria y feminista, por evidenciar el despliegue de misoginia que reproduce símbolos de la femineidad opresiva, en una coyuntura donde el feminicidio y la violencia contra las mujeres aparecen como parte del escenario cotidiano.
Pese a los argumentos, las autoridades universitarias se negaron a cancelar la carrera, de la misma forma en que ahora la rectora no reconoce la crítica a su actuar.
Es una verdadera tragedia este hecho, porque los puestos para las mujeres, la demanda de paridad y la pelea constante para lograr la cuota de participación política, la demanda para derrumbar los obstáculos, para tener más mujeres en el poder, es de pronto enfrentado a realidades que es conveniente ventilar.
Cuerpo de mujer no garantiza –dicen las italianas–, porque frente a la discriminación y la injusticia para las mujeres se necesitan mujeres con otra forma de actuar, una mucho más democrática y comprometida que la empleada hasta ahora por los hombres.
De ahí que no funcione apoyar a mujeres sólo por ser mujeres. Tenemos, como el de la doctora Orozco, otros ejemplos deplorables entre las políticas, lamentablemente.
El caso de la doctora Orozco duele tanto como aquellas mujeres que subidas a un pequeño pedestal, se olvidan de las otras, hostigan a sus maestras y antecesoras, interpretan el poder para minimizar, para mostrarse al mundo con las mismas prácticas del sistema y no para transformar.
Escuché a la señora Bachelet decir algo fundamental: una mujer en el poder político cambia a muchas mujeres, en ese poder podría transformar la realidad, pero mientras tanto hay que insistir en que es inaceptable, de donde venga, el autoritarismo y la misoginia.
Pero viniendo de una mujer que tiene inteligencia y parece comprometida, es muy grave.
saralovera@yahoo.com.mx