En los últimos años y más frecuentemente cuando se está próximo a iniciar un proceso electoral, los ciudadanos que ven impedidos sus deseos de participar como candidatos en dicho proceso, suelen quejarse de “la partidocracia” prevaleciente y que desafortunadamente encuentra su sustento en las leyes electorales vigentes; misma que se caracteriza por el manejo patrimonialista de los destinos de los Institutos Políticos con registro.
De ahí que sólo algunos partidos políticos hayan asumido su compromiso por abrir los espacios a las candidaturas ciudadanas para darle cabida a esas expresiones de la sociedad y que no necesariamente les obliga a la militancia en sus filas, incluso considerando los riesgos que tal apertura lleva en sí misma.
Pero para quienes no están familiarizados con el concepto “partidocracia” aquí les compartiré unas de sus características más frecuentes; esas que tanto daño le han hecho a la democracia mexicana. Generalmente sus fundadores o sus líderes morales, suelen verlo como un negocio particular dado los millones de pesos que vía prerrogativas nacionales (vía IFE) o estatales (vía Institutos Electorales Estatales) suelen administrar, olvidándose por completo que dichos recursos provienen del pago de impuestos de millones de mexicanos y que deberían ser utilizados para la divulgación ideológica de sus principios, así como para el proselitismo del mismo partido político, dentro de los que se considera su posicionamiento de imagen e identidad entre el electorado.
Aún cuando los mecanismos de supervisión y de fiscalización de dichos recursos se han venido perfeccionando, lo cierto es que con gran decepción los ciudadanos siguen considerando poco transparente el manejo de tales recursos. Cuando esas dirigencias anteponen el control económico al desarrollo político es cuando se habla de “partidocracia”.
También se habla de “partidocracia” cuando derivado de ese férreo control de la cúpula, se toman decisiones totalmente verticales de arriba hacia abajo, excluyendo a las bases que generalmente son las que posicionan o consolidan a un Instituto Político. Una visión corta, en donde se privilegia a los incondicionales o a los amigos por sobre la militancia comprometida suele abonar a ese malestar ciudadano, aunque cabe señalar que no es un problema que se le pueda adjudicar a las bases, sino a la propia dirigencia que no tiene la visión de que un partido se posiciona a partir de su congruencia y coherencia entre sus palabras o ideología y sus hechos.
El riesgo inherente a permitir que las bases participen en las decisiones trascendentales en la vida del partido político, generalmente vienen a reducir el margen de control de la cúpula y con ello el riesgo de comenzar a tomar acciones que lejos de fortalecer la presencia ciudadana redundan exactamente en lo contrario, a pesar de que se manifieste que es para su fortalecimiento.
Otra característica de “la partidocracia” son los grandes “acuerdos” que se toman a nivel cupular y que tienen que ver con las determinaciones que se cristalizarán posteriormente en planes y en acciones de gobierno que sin duda involucran directamente a los ciudadanos; los que por cierto en más de un 50 por ciento no se sienten ni representados, ni identificados por quienes negocian sobre su futuro.
De ahí que el impulso de leyes que permitan la participación ciudadana sin mediar Instituto Político alguno se queden en la congeladora de las iniciativas, dado que sería terminar precisamente con el mecanismo de control y de permanencia de estos. De ahí que sean los Institutos Políticos que en los hechos se han abierto a la participación ciudadana los que hayan visto fortalecida su militancia; no hay mejor propaganda partidista que mostrarse respetuoso de los anhelos y de las demandas ciudadanas y llevarlas a la práctica ya sea a nivel municipal, estatal o nacional.
Dirigencias que ajustan su mandato a la voluntad de sus militantes y de los ciudadanos, relegando incluso las directrices de sus cúpulas, son las que trascienden y las que generan aceptación entre el electorado.
De ahí que los partidos que están decididos a alentar el movimiento ciudadano, deben hacerlo en el Congreso, con propuestas que eliminen el monopolio de los partidos para otorgar el registro a persona que lo menos que les interesa es ser identificados con unas siglas pues es ese precisamente su principal valor ante la sociedad o su comunidad.
Partido que abandere tal propuesta y la defienda con solidez hasta lograr la modificación de la Ley electoral, indiscutiblemente que se ganará el respeto y el reconocimiento de ese otro 50 por ciento que no cree en “la partidocracia” que prevalece en la mayoría de los Institutos políticos.
De ahí mi visión de que no se necesita más que voluntad para involucrar a la ciudadanía en esa gran labor de ir construyendo una sociedad más justa y en desarrollo. No será cambiando de camisas o de esencias (supongo que ideológicas) y mucho menos cambiándole el nombre a los partidos como la ciudadanía reconozca que se le está escuchando y atendiendo. Siendo honestos los partidos han pasado a fuerza de tantas situaciones decepcionantes a un segundo plano, siendo la persona la que determina la tendencia del voto mayoritario. Claro que el binomio persona-partido político es fórmula indestructible de triunfo en tanto la Ley así lo exija.
Por último cabe señalar que “la partidocracia” produce funcionarios partidistas sometidos a las cúpulas, pues en su cálculo consideran que siendo serviles y sumisos hacia quienes palomean las candidaturas a puestos de elección popular, será como obtendrán una de ellas. La consecuencia de tal visión es que la militancia percibe un alejamiento entre sus órganos de partido y las demandas ciudadanas, pues son los intereses particulares y no los generales los que terminan por imponerse.
Por eso es urgente romper con “la partidocracia” y demandar Institutos Políticos cercanos e identificados con la ciudadanía; que con hechos demuestren su interés por su incorporación en las actividades políticas; que las decisiones se tomen de abajo hacia arriba y no al revés como generalmente suele suceder.
Que sean el diálogo y el debate de ideas y no el monólogo o la imposición sus principales herramientas. Que sean tolerantes y aprendan a escuchar, que abran los canales para que todos puedan manifestarse con tolerancia y con respeto.
Sólo de esa manera desterraremos “la partidocracia”.