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Mujeres militarizadas o la lucha por la paz

PALABRA DE ANTÍGONA.- El pasado 16 de septiembre durante el acostumbrado desfile militar se mostró cuánta “veneración” y buena imagen tienen las fuerzas armadas en México. Esta parada militar como repetidamente escuché en los medios electrónicos, mostró, sin enrojecer a nadie, aviones y pertrechos que los Estados Unidos han facilitado a México, para “la guerra contra el narcotráfico” en virtud de la iniciativa Mérida.

Los contingentes, que en mi ya antigua infancia me producían emoción, sobre todo cuando desfilaban los Zacapoaxtlas herederos indígenas de la Batalla de Puebla, hoy sólo me refirieron a la desmesura con que se entroniza la violencia en todo el país, a las mujeres caídas en enfrentamientos o sucesos poco claros, a las viudas, madres, hermanas y también viudos, padres o hermanos que han perdido a sus seres queridos.

Pero hubo algo realmente extraordinario, por poco sabido o poco reflexionado. En este el quinto año de gobierno de Felipe Calderón, llamó la atención que en cada uno de los 79 contingentes que desfilaron bajo el balcón presidencial, estuvieran encabezados por mujeres.

Según datos oficiales, más de 10 mil 800 mujeres forman parte de las distintas compañías y especialidades en el Ejército y en la Armada, en la Aviación y aún en las tropas de asalto.

Las mujeres efectivamente han dejado de ser sólo parte de los servicios de salud, limpieza o intendencia de las Secretarías de la Defensa Nacional o de Marina, para formar parte de las fuerzas especiales, del grupo de boinas rojas, de paracaidistas. Según explicaron los voceros entrevistados por los medios o directamente en la crónica del desfile, también están en los servicios de inteligencia y la fuerza aérea.

Vi en la televisión y comprobé que sí, que cada contingente fue encabezado por personal femenino, cargando fusiles y metralletas.

También me llamó la atención que por primera vez en la misma calidad que los militares, desfilaron los integrantes de la Policía Federal, donde, también según datos oficiales, más de 8 mil mujeres en diferentes actividades y categorías se han integrado a esas corporaciones.

Pude ver sus rostros y su juventud, cargando armas o manejando pesadas motocicletas.

Esto me causa un doble sentimiento. Las mujeres en el siglo XX salimos del espacio privado al público, en virtud de cuatro cambios fundamentales sucedidos el siglo pasado: su incorporación masiva a la educación, en todos los niveles y en un amplio abanico de estudios profesionales.

Del mismo modo nos incorporamos al trabajo asalariado, tanto que se presume que estamos a punto de ser el 50 por ciento de la fuerza productiva del país, en actividades muy diversas, pero principalmente en la precarias y mal pagadas.

En el siglo XX se revolucionó nuestra condición sexual. Con la aparición de la pastilla anticonceptiva, las mujeres hemos tenido la oportunidad -así sea simbólica e incompleta- de decidir cuándo, cómo y a qué hora tener o no tener hijos. Por supuesto que esa libertad está acotada.

Y, finalmente, en 1953 logramos, tras una lucha de más de cien años, el derecho al voto universal. Esto, la posibilidad de adquirir la ciudadanía plena. No obstante todas las resistencias, tantas que hoy, en 2011, las dirigencias de todos los partidos políticos escamotean los derechos, hacen trampas para no destinar el dos por ciento de sus recursos, como dice la ley, para promover el liderazgo y capacitación política de las mujeres, le dan la vuelta a sus obligaciones definidas en los documentos estatutario que ellos mismo aprobaron, como la paridad la incorporación de las candidaturas en las listas plurinominales en forma alternada, también como obliga la ley.

En fin, que esos cambios alteraron a la familia tradicional, al reparto de la riqueza y a las comunidades sociales y de trabajo. Aún cuando los derechos adquiridos no se cumplen a cabalidad, es verdad que las mujeres ocupan espacios públicos, compiten por las fuentes de trabajo y se desarrollan en múltiples actividades, no exentas de los prejuicios y resistencias patriarcales. Supongo que reflejo de esta realidad, es que las mujeres vayan a la milicia, se entrenen con armas y en el uso de la fuerza.

Me causa un sentimiento contradictorio, porque históricamente, nuestras antepasadas que se organizaron para lograr estudiar, votar, trabajar con dignidad, también abonaron a la cultura de la paz y la solución pacífica de los conflictos. Nada más ajeno a nuestra historia que formar parte de quienes están listos para iniciar asaltos y luchas armadas.

Sé que además de la incorporación de las mujeres a las fuerzas policíacas y militares, algunas promotoras de la igualdad y la participación femenina están de acuerdo en que se equipare esa igualdad en todos los campo, incluso en el uso de la fuerza.

Algunas de ellas mismas se opusieron a la solidaridad con el movimiento del Frente Zapatista por la Liberación Nacional en l994, precisamente porque las feministas no pensamos que sea la lucha armada la vía para solucionar los problemas de las y los indígenas, ni como mecanismo para buscar el poder.

Las feministas nicaragüenses y salvadoreñas han documentado ampliamente cómo fueron tratadas en la guerrilla y las colombianas también han mostrado cómo la violencia institucional y la guerra han producido grandes calamidades en la vida de las mujeres.

Pero lo que definitivamente me causó una impresión muy fuerte, fue la cantidad de padres y madres de familia que llevaron a sus hijos e hijas pequeñas a ver y participar de la demostración militar, lo que ha sido una costumbre y se consideraba parte de la educación cívica, cuando todavía se pensaba que el ejército mexicano era aquel que se formó con campesinos durante la Revolución Mexicana o con los alzados contra los conquistadores.

Me causó esta impresión ver a los niños y niñas tomarse fotografías arriba de las tanquetas, saludando con alegría a los que desfilaron, venerando a sus generales, comandantes, mayores y gente de tropa.

Miré cómo aplaudían, cómo les agradecían sobre una supuesta seguridad pública, vi cómo hubo niños que pedían tocar y admirar las armas. Incluso las tomaron y se pusieron en posición de disparo.

Todo ello me hizo reflexionar muy seriamente. Hay una masa de mexicanos y mexicanas, que realmente está de acuerdo y aplaude que el ejército hoy haga labores policíacas, pero es una violación constitucional y hay un clamor nacional para que los militares vuelvan a sus cuarteles.

Es posible que estemos en presencia de un México distinto, muy distinto al pacífico que marchó por las calles cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional le declaró la guerra al régimen, en esa ocasión llenamos las calles para parar la guerra declarada e hicimos lo imposible por evitar la masacre y la persecución.

Sin duda, todo ha cambiado y forma parte de una permanente campaña mediática que engaña a muchas y muchos mexicanos, que sólo tienen como elemento de identidad nacional, a las fiestas patrias, denominadas así, por venir del padre, del patriarcado. Es una verdadera revelación a mis ojos y a mi inteligencia. ¿Qué pasa?

saralovera@yahoo.com.mx

 

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