En este primer año de gobierno las expectativas ciudadanas de cambio político generadas en el 2010 se han topado con una gobernabilidad semiatrofiada, provocada por la falta de coordinación y los revanchismos entre quienes despachan en las diversas dependencias, cuyas consecuencias se reflejan en los bloqueos por movilizaciones de todo tipo.
Todos los días observamos expresiones de protesta que se arrastran desde la pasada administración y han sobrevivido a la alternancia, así como otras de carácter espontáneo, por parte de organizaciones que surgen un día y desaparecen al siguiente.
La situación ha llegado al extremo, que los transeúntes tienen que buscar atajos por cuenta propia para salir de cada atolladero, casi al grito de sálvese quien pueda.
Seguramente a esta situación responde el llamado a las diversas organizaciones por parte del Secretario de Gobierno, Jesús Martínez Álvarez, “para suscribir un pacto por la gobernabilidad y otro por la educación, a fin de generar mejores condiciones de convivencia”.
En la reunión en la que se hizo el anuncio, representantes empresariales mencionaron que “el gobierno está invadido por quienes incitaban a las manifestaciones” y exigieron que “el compromiso del gobierno es pedirles cuentas, no puede ser que más del 60 por ciento de la estructura gubernamental esté ocupada por quienes sirvieron a los gobiernos anteriores” (Noticias 29/03/12).
Por su parte, dirigentes de algunas organizaciones han expresado la incapacidad del gobierno estatal para resolver las demandas y evitar las manifestaciones, y han advertido que seguirán con sus actividades; lo que podría llevar a que los “pactos” deriven en meros formalismos sellados en un diálogo de sordos por la continuidad de las rebatingas callejeras.
Más allá de las buenas intenciones por enmendar el rumbo, la política que se conoce en Oaxaca como herencia del autoritarismo, funciona de esa manera, a partir de recursos de presión y negociación.
Dependiendo de la capacidad de movilización es la respuesta gubernamental, por lo que querer hacer las cosas de manera diferente no depende de la intención de una sola de las partes.
La conflictividad tampoco se ha resuelto a partir de la integración de los dirigentes de los partidos de todos los colores al aparato estatal.
Tenemos la muestra en la experiencia del primer año de gobierno, en donde los priístas (en más de un 60 por ciento según el cálculo de los empresarios), así como los panistas, perredistas y demás, se repartieron y se siguen repartiendo los puestos del gobierno, del congreso y de los organismos “autónomos” como si se tratara de un pastel.
La consecuencia ha sido la falta de coordinación, la fragmentación y la confrontación entre quienes se encuentran a cargo de las diversas instancias, con el ánimo de cada uno por mantener el dominio de sus parcelas y respectivas clientelas, como si se tratara de patrimonios particulares.
Además, el clima electoral va marcando el ritmo de los desencuentros, los cuales no se dan por pertenecer a un partido u otro ni por ideologías de izquierda o derecha, sino por el reparto de puestos y candidaturas.
Aunque la mayor parte de los desenlaces revelan que el PRI sigue exportando nuevos jefes dentro del gobierno de alternancia y candidatos en los partidos opositores.
A estas alturas habría que apuntar que se ha borrado la línea que identificaba a la oposición y que todos los políticos se parecen entre sí. Ahora, los ciudadanos tenemos la oferta de votar por candidatos priístas- panistas, por priístas- perredistas, o “nuevos” priístas (aunque el PRI no se haya renovado).
Se recuerda la metáfora de la licuadora sugerida en alguna ocasión por la gran beneficiaria de la “transición democrática”, Elba Esther Gordillo, cuando se refería a la mezcla de los candidatos de todos los partidos para que saliera “uno”, “algo distinto”.
Cabe mencionar que la maestra es la principal destinataria de las movilizaciones de protesta de los maestros oaxaqueños pero su fuerza radica en que es aliada de los gobernantes de todos los partidos y en todos los niveles.
El caso es que los viejos- nuevos líderes, beneficiarios del “cambio político”, se han impuesto sobre quienes se formaron en las filas de las antiguas oposiciones durante décadas; estos últimos terminan sus carreras políticas alineados y frustrados bajo la jefatura de algún tricolor. Los idearios partidistas fueron olvidados en algún rincón.
El detalle es que esas pugnas no se quedan en las oficinas del gobierno y de los partidos, sino que se extienden a lo largo y ancho de la capital del estado y de sus municipios, en las plazas públicas, en los cruceros y en las calles, en donde los ciudadanos de a pie resienten las incompetencias de los burócratas de arriba.
No se trata solamente de desplazar al PRI sino de hacer las cosas de manera diferente, aunque quedan en el aire las preguntas ¿se podrá cuando se trata de los mismos? o ¿con quiénes desde la oposición aprendieron el modelo de la vieja escuela?
sociologouam@yahoo.com.mx