El nuevo movimiento de jóvenes proviene de las redes y de todos lados; la dinámica de su crecimiento y su variedad de formas desconciertan a la clase política. La mirada autoritaria busca líderes y se pregunta ¿a quién comprar?, ¿con quién negociar? ¿Quién tiene la franquicia? ¿A quienes dividir? ¿En dónde está su padrón de afiliados? ¿Quién los manda? ¿Querrán incorporarse al sector juvenil del PRI? ¿Cómo detener esa avalancha de energía e imaginación? ¿Cómo restringir los reclamos?
Aún cuando surgió en la Universidad Iberoamericana en rechazo a la manipulación mediática, ahora el #132 no tiene centro rector. Los grupos se multiplican con agendas propias y diferentes formas de participación y organización, son independientes entre sí, no hay jefes. Su principal motor está en la creatividad y su barrera, en la intolerancia de quienes defienden los intereses creados.
Lo mismo se manifiestan ante Televisa y ante la Comisión Federal de Competencia contra la opacidad en la regulación de medios, que recuerdan la represión de Atenco en el año 2006, y exigen castigo contra sus orquestadores, el entonces gobernador y ahora candidato priísta a la presidencia de la República, Enrique Peña y su aliado de entonces y de ahora, el ex presidente panista Vicente Fox.
El rechazo al PRI es inevitable, puesto que los jóvenes universitarios han estudiado la historia política del país y saben que el tricolor no es un partido como cualquier otro, que sus raíces y sus estructuras están en el viejo régimen corporativo y en consecuencia, representa la institucionalización de las prácticas antidemocráticas que se han diseminado por todo el sistema político.
El tricolor es observado por los jóvenes como una maquinaria de control y manipulación disfrazada de partido, como la vertebra de lo arcaico que es necesario erradicar para construir nuevas relaciones políticas. Si bien promueven más debates entre candidatos, van más allá; en uno de sus manifiestos registran “No sólo el voto puede ayudar a que México crezca, podemos hacer muchas cosas más”.
La presencia del #132 no se queda en las universidades de las zonas metropolitanas. Se escuchan voces de jóvenes oaxaqueños, como en la marcha del pasado 10 de junio en rechazo a la imposición. El acontecimiento contó con la participación de estudiantes de diferentes instituciones educativas de nivel superior y medio superior, entre ellos Cebtis y Cobaos, de la UABJO, ITO, UNIVAS, ITVO, Mesoamericana, URSE, la Salle, entre otras conformadas en más de 15 comités #YoSoy132 estudiantil y #YoSoy132 ciudadano (Página 3, 11/06/12).
Destacan las inquietudes de los jóvenes de la Sierra Juárez, quienes van del Facebook a las estaciones comunitarias, Radio Yaxhil de San Juan Yagila, Radio Didza Kieru de Talea de Castro, Radio Comunal, para informar a las comunidades zapotecas, para “abrazar otras luchas”. En su asamblea informativa de principios de junio, en Guelatao, mencionaron “habría que plantear también la democratización del espectro radioeléctrico para que las comunidades indígenas, las asociaciones civiles, movimientos sociales, puedan operar sus propios medios de comunicación, en sus propias lenguas y pensamientos” (Oaxaca Libre, 9/06/12).
Las expresiones del # 132 en Oaxaca revelan que no hay olvido, que los agravios al movimiento social oaxaqueño en el 2006 se llevan como marcas indelebles, insisten en demandas de justicia y castigo contra el exgobernador Ulises Ruiz. Que mejor manera de recordar el 14 de junio que con esta explosión de creatividad para insistir en que Oaxaca no merece abusos de poder ni otro conflicto social.
En la entidad, como en el país, los descontentos se multiplican al tiempo que la memoria se sacude ante los atropellos cometidos, para decirles a las víctimas que sus luchas no fueron vanas, que otro Oaxaca, otro México y otro mundo son posibles.
Recuperando un fragmento del texto de John Berger para salvar el momento presente, “lo distinto de la tiranía global de hoy es que no tiene rostro. No es el Führer, ni Stalin ni un Cortés. Sus maniobras varían según cada continente y sus maneras se modifican de acuerdo a la historia local, pero su tendencia panorámica es la misma: una circularidad”.
Esto explica que los jóvenes que no pertenecen a alguna universidad ni son originarios del país, como los migrantes centroamericanos que atraviesan el Istmo de Tehuantepec en su paso a Estados Unidos se sumen al movimiento para exigir justicia, para denunciar que han sido golpeados, robados, extorsionados, y secuestrados por grupos criminales mexicanos y extranjeros, con la omisión y/o complicidad de autoridades mexicanas (Noticias, 14/06/12).
Otras expresiones del movimiento de jóvenes en el país recuerdan a los 60 mil muertos de la guerra de Felipe Calderón, a los niños muertos en el incendio de la guardería ABC; a los feminicidios en el norte, a los muertos de la guerra contra los neozapatistas de Chiapas, a los olvidados de San Juan Copala.
Los beneficiarios del status quo han entrado en arenas movedizas, no entienden la magnitud de lo que enfrentan, por eso inventan escisiones, de supuestos grupos que se separan, elucubran sobre quienes están detrás, conspiran, provocan autoatentados en sus filas para victimizarse, pero no encuentran más que su propio reflejo, puesto que el movimiento es en rechazo a una exclusión histórica y a sus vestiduras de política arcaica, vertical, corrupta y represiva.
Los muchos y los diversos #132 recuerdan las atrocidades ocurridas a lo largo y ancho del país para decir ¡nunca más! Las iniciativas juveniles apuestan a barrer el país de todo lo corrupto, de lo impune, de todo aquello que los jóvenes con justa razón no quieren cargar.
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