A RESERVA.- Un proceso electoral, en una sociedad medianamente democrática o cuando menos en proceso de serlo, tendría que pasar por impactar con argumentos la intelectualidad del electorado, además, claro, de generar expectativas de cambios prácticos en la vida cotidiana, cuando la propia experiencia del pasado y el presente resultan negativas o de menos lívida, sin movimiento, sin avance social.
Los soliloquios de quienes se ostentaron como candidatas y candidatos en las pasadas elecciones locales en México, que pretendieron erigirse como propuestas electorales que no alcanzaron a permear en más de la mitad del electorado que, seguramente de manera inteligente, creó barreras de autoprotección en la defensa de sus ideas, ni toda la verborrea mediática, pretendiendo justificar lo costoso del voto y el balín argumento de “si no votes, no te quejes” y como comentaban un grupo de jóvenes universitarios que debatía el reciente acontecimiento electoral en Oaxaca –había quienes sí votaron y los y las más no acudieron a las urnas- “…de cualquier manera tenemos derecho a quejarnos hayamos o no votado…”; “…es cuestión de números, hagan cuentas, si casi el 60 por ciento no votó y el candidato del PRI ganó solo con diferencia de uno por ciento ¿le dará al próximo gobierno municipal la representación legítima para gobernar? ¿Podrá consensar los grandes cambios sociales que dice hará?…
Claro que no, objetaron, es solo un juego mal jugado que disfrazan de democracia. Otra joven indignada adujo: “yo quería votar por la izquierda, aunque el PRD ya no se parezca mucho a lo que sabemos debería ser la izquierda; pero aun así ¿Cómo votar por una izquierda atravesada por la derecha?
Sin duda estos argumentos de jóvenes, si bien es cierto, privilegiados por ser universitarios, podrían ser principio del análisis de un gran sector de la sociedad que manifiesta articuladamente o no tanto, su hartazgo ante la política electorera, marrullera y francamente corrupta que no representa aún a todas y todos los mexicanos.
Un elemento más que descalifica los resultados de las elecciones en México es el conocido mecanismo de acarreo de votos de los sectores más empobrecidos y marginados cuya voluntad está mermada necesariamente por la necesidad, el desamparo, la violencia y la poca educación, que ha sido criminalmente explotada con prebendas indignas por todos los partidos políticos.
Casualmente, previo a las recientes elecciones en 15 estados de la República Mexicana, se publicó una encuesta de Transparencia Internacional que arroja como resultado que poco más de la mitad de la población mundial (53 por ciento) cree que los partidos políticos son las instituciones más corruptas.
El mismo porcentaje de población percibe que la corrupción ha empeorado en los últimos dos años y señala como responsables a los partidos y a los gobiernos. La misma encuesta señala que en Latinoamérica la corrupción se percibe empeorada en casi todos los países analizados (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela). Se destaca México donde 71 por ciento de los encuestados percibe que el nivel de corrupción se ha incrementado.
Es cierto que el fenómeno del abstencionismo tiene innumerables variables y que pareciera simplista determinarlo exclusivamente desde la apreciación subjetiva del rechazo de una buena parte de la ciudadanía a los partidos políticos, también es cierto que ha resultado muy cómodo y hasta conveniente el reiterado dogma del IFE de que “no existe una tipología universalmente aceptada para caracterizar el abstencionismo” ; también hay que decirlo el propio IFE concluye afirmando la relación absoluta y “su importancia en el desempeño negativo de los regímenes democráticos”.
Lo inevitable es la realidad que rebasa cualquier buena voluntad –si la hubiere- de un partido o candidata o candidato, una población mayoritariamente joven, que solo ha vivido tiempos de crisis y que ha experimentado desde siempre la pobreza –la propia o la ajena- siempre de cerca, impactando de una u otra forma su vida; esa pobreza que se vive y no hay forma de desecharla, la pobreza alimentaria, creciente, que impide el desarrollo del país, que las elecciones y su costo ofende a quienes la padecen, que por cierto son millones; la pobreza patrimonial que año con año afecta a millones de familias, que ven mermado sus bienes y vive endeudada permanentemente, este tipo de pobreza disminuye a pasos agigantados la clase media, que sostiene el equilibrio en los países modernos; y la pobreza de capacidades, la que padece la mayoría de mexicanas y mexicanos, la que menoscaba día a día la capacidad de compra, de adquisición, pobreza que se siente en el bolsillo y genera resentimiento creciente frente a las ofertas del mercado neoliberal.
Entonces, en estas condiciones frente a la pantomima de las elecciones ¿para qué votaron, los y las que si votaron? ¿ya no se quejarán?
@BarbaraEGCH