OAXACA, OAX., mayo 14.- Era el año de 1960 y en la Villa de Díaz Ordaz festejaban al Maestro como lo hacían en comunidades del todo el Estado. Uno de los alumnos del cuarto grado de primaria regaló a su profesor una caja repleta de las conocidas galletas de animalitos.
Ese 15 de Mayo, la autoridad municipal encabezada por Lorenzo Martínez, un elemento activo y dedicado a cumplir con sus obligaciones como pocos Presidentes lo hacen, anticipadamente había invitado al personal docente de la escuela a participar de un almuerzo servido en uno de los corredores del palacio municipal.
Como ha sido tradicional en muchas de las comunidades del Estado de Oaxaca, se sirvió una barbacoa acompañada por el clásico e indispensable mezcalito que según habitantes del lugar y comensales, era indispensable tomarlo para que no afectara al organismo la grasa de lo que se iba a comer.
Terminado el almuerzo, vino un pequeño acto a manera de festival para festejar a los maestros y maestras. Ahí estaban los niños y niñas, algunos sosteniendo en sus manos un regalo sencillo, por supuesto, dadas las condiciones económicas de los habitantes del lugar, en su mayoría campesinos.
No se olvida. Tenía a cargo el cuarto grado y ahí estaba uno de los alumnos que con base en su inteligencia había obtenido primeros lugares en los concursos de la zona escolar, que eran elementales y obligatorios.
Llevaba en sus manos una caja poco más grande que la de un cartón de cervezas y, soy sincero, despertó en mí la curiosidad por conocer lo que contenía: vino la entrega de regalos y aquel niño Esteban me entregó la caja.
No podía abrirla de inmediato y pensaba de acuerdo con lo que elaboraban los pobladores de las comunidades del distrito de Tlacolula de Matamoros, que eran unos huaraches o un sarape lo que contenía la famosa caja.
Terminado el acto, de inmediato nos fuimos a los lugares habilitados como casas para el Maestro. Se trataba de salones de la vieja escuela que fueron suplidos por los de un nuevo edificio escolar de los que construía el CAPFCE en aquellos años.
El cuarto asignado lo ocupaba con otro compañero maestro de nombre Daniel, e interesado por conocer lo que contenía la caja, la abrí y sorpresa, estaba repleta de galletas de animalitos.
Pasada la curiosidad, se despejó el interés por saber y conocer el contenido de la caja; sin embargo, estábamos en una comunidad sin luz y para entonces mi señora madre —q.e.p.d.— me había dotado de una pequeña lámpara de alcohol que me servía para preparar, particularmente por las noches, café que combinaba con la leche Nestlé enlatada.
Esas galletas de animalitos fueron el pan de algunos días porque remojadas en el café con leche eran sabrosísimas y las comíamos la pareja de maestros que habitábamos lo que antes había sido el salón de clases de la vieja escuela.
Eran otros tiempos, el aprecio y respeto para los maestros por parte de la autoridad municipal, habitantes y por supuesto los escolares era palpable; no podía faltar a una festividad popular o particular. Era un orgullo tener al maestro en la casa donde había jolgorio. Se le atendía a cuerpo de rey.
Lamentablemente esos tiempos quedaron atrás y son parte de la historia. En la actualidad el llamado “movimiento democrático magisterial” ha dañado la imagen del maestro con sus paros, movilizaciones y pérdida de tiempo. El profesor se han confrontado con autoridades y padres de familia y todo ha cambiado.
Fatalmente, en comunidades rurales e incluso en escuelas de la capital del Estado han sido rechazados, ya no los quieren.