+ El escritor Jaime Montell cuenta en su novela “Océlotl el último sacerdote de Anáhuac”, a través del personaje en primera persona, cómo los misioneros franciscanos reemplazaron unas creencias por otras, mientras la población originaria era despojada de sus tierras y de su identidad
MÉXICO, D.F., junio 19.- La historia nunca calla ni termina, porque es una pregunta a la que siempre se vuelve. Así se siente en la novela “Océlotl el último sacerdote de Anáhuac”, del historiador Jaime Montell.
“¿Cómo fue posible que un puñado de religiosos lograran convertir al catolicismo a millones de indígenas?”. Hacia 1536 únicamente había 60 sacerdotes franciscanos en la Nueva España, número que creció a 380 en 1559. Y aun así fue posible desarraigar una religión e implantar otra.
A través de una narración transparente y ágil, Montell da cuenta del final cataclísmico del imperio azteca. Lo hace enlazando historia y novela tan delicadamente que los límites entre una y otra desaparecen.
Océlotl, protagonista y narrador, se encuentra en su celda. Preso, es obligado a entrevistarse continuamente con fray Juan de Zumárraga; cada encuentro resulta en una creencia cuestionada y negada, en su mundo condenado como herejía. Y en el despojo de su identidad cuando se le cambia el nombre por el de Juan Ucelo.
Desde su confinamiento, reconstruye, recuerda instantes, hechos y disposiciones clave que amplían el conocimiento de la desaparición de una civilización.
El relato revela el espanto que el encuentro de dos mundos tan dispares suscitó en ambos. El terror cósmico que poco a poco fue apoderándose de los pobladores originarios conforme eran sometidos y miraban su mundo interior y exterior perderse.
Unos impotentes, otros dejándose arrastrar por los acontecimientos, y otros, cooperativos o indiferentes, vivieron la veloz extinción de los tlatoanis, la súbita esclavitud y como consecuencia el despojo de sus tierras.
Océlotl es valioso por una característica relevante: es el único sobreviviente de la casta sacerdotal. Él y Zumárraga son los representantes de las dos religiones enfrentadas, poderoso territorio en el que se decidirá la suerte de dos imperios.
Pero en su recorrido nada queda sin revisar, porque la Conquista se realiza desde diversos frentes, como el lenguaje. Para conseguir que los indígenas aprendieran las plegarias católicas, sólo cabía la posibilidad de asemejar sonidos: “por ejemplo: para pater dibujaban pantli que era una banderita que usábamos como símbolo del número 20, para noster era nochtli, tuna, con lo que se podía entender “20 tuna” en vez de padre nuestro”.
La desaparición de los colegios y su sustitución por iglesias y conventos fue otra forma de barrer la diversidad cultural que al mismo tiempo dinamitaba los ritos y cultos.
Atestigua el lector la orfandad en que todos fueron sumiéndose y sumándose, pues no deja el protagonista de asombrarse ante la pasividad de tantos ante el sometimiento.
El desarraigo, la incredulidad y una enorme tristeza es el tono en que este sacerdote narra su trayectoria de la libertad a la prisión. En el camino también deja huella su propia lucha por mantener viva su religión, la arenga constante a no olvidar sus dioses le acompaña hasta el último momento.
Combatir la religión politeísta para imponer la creencia católica definió el destino de la Conquista y de un país, sin duda, pero otros factores como la prohibición de sembrar maíz y favorecer el cultivo de trigo, o el despojo de bienes y tierras que empujaron al consumo de bebidas alcohólicas, trajeron consigo el extravío de identidad y de sentido.
Todo queda registrado en este relato que nos habla desde lo profundo de un personaje esencialmente místico.
Jaime Montell es historiador y novelista mexicano. Ha realizado estudios en México y en Londres. Es autor de los libros como: “Mexicas” (Grijalbo, 2011), “La Conquista de México Tenochtitlan”; “México, el inicio” (1521-1534), y “Karuna, historia de un encuentro”.
Jaime Montell, Océlotl –el último sacerdote del Anáhuac–. Grijalbo. México, 2013. 172pp.