OAXACA, OAX., agosto 10.– ¿Hay galerías responsables en Oaxaca? De acuerdo con el artista plástico Felipe Morales (San Pedro Mártir, Ocotlán de Morelos, 1959), una que lo sea tendría que vender a buen precio por lo menos una pieza al mes del pintor o escultor o grabador correspondiente, cuestión que recientemente a él no le ha ocurrido.
–¿Es difícil el mercado de arte en Oaxaca?
–El mercado del arte, promover éste en el país y ser artista al mismo tiempo que su propio representante y, por lo tanto, comercializador, sí, es muy difícil– responde el maestro Felipe Morales en entrevista con el diario digital E-Oaxaca, efectuada en su depa-estudio de la calle Santos Degollado.
Sabe de lo que habla este artista que llegó, en 1975, a los 13 años, casi 14, de la mano de su maestro de primaria en San Pedro Mártir, Enrique Ramírez, a formar parte de la primera generación del Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo, cuando sólo hablaba su lengua madre, el zapoteco, y nada más dibujaba, pero estaba a un año de exponer en una muy importante primera colectiva.
La situación a la que se refiere la ha vivido en carne propia: en este 2014 cumple 15 años de comercializar su obra de forma independiente, luego que saliera de la galería La Mano Mágica y dejara de ser su representante Mary Jane Gagnier, esposa del recientemente fallecido Arnulfo Mendoza (qepd).
Galería en la que, por cierto, él vivió, durante una década, de 1990 a 1999, su mejor época en cuanto a comercialización de su obra: “De La Mano Mágica no me puedo quejar”, asienta el también ceramista.
Sólo que, a pesar que sea realmente arduo comercializar de forma independiente su propia obra –amén que si hubiese, aclara, la oportunidad adecuada, regresaría a una galería que lo representara–, Felipe Morales piensa que, después de 15 años de práctica, puede seguir sobreviviendo de la venta de sus piezas hecha por cuenta propia. Su historia al respecto así lo demuestra, igual que permite atisbar en los entretelones del mercado de arte en Oaxaca.
Llegó al Taller Rufino Tamayo sin nada, con una cajita de zapatos y un cuaderno de dibujos de diferentes héroes nacionales: “Están bien”, le dijo Roberto Donis (qepd), en ese tiempo responsable del espacio, pero “hacen faltan algunos que sean imaginarios”. Y se fue, Felipe Morales, a crearlos para después regresar y quedarse en el Tamayo durante alrededor de diez años, hasta que cumplió 23.
En la Ciudad de Oaxaca vivió un tiempo en la casa de su maestro Enrique Ramírez. La madre de éste le regaló un cuaderno de dibujo. Él trabajaba en labores domésticas para retribuir el alimento que ahí le proporcionaban. De cinco de la tarde a nueve de la noche se iba al Taller Rufino Tamayo, donde comenzó a aprender las diferentes técnicas que enseñaban ahí. “Fueron los días más difíciles”, dice.
Pasó esa etapa. Había en el Tamayo, que entonces estaba en Murguía 306, esquina con Avenida Juárez, seis habitaciones. Se quedaban los que vivían muy lejos, entre ellos Felipe Morales. Cuando él llegó, lo recibió Filemón Santiago, “muy simpático, activo, buena persona”.
En el Taller Rufino Tamayo, el entonces artista adolescente trataba de comunicarse como podía, pues sólo hablaba zapoteco. Observaba y practicaba, dibujaba y pintaba. Un año después, en 1976, lo incluyeron en una primera exposición colectiva montada en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México: “Ocho pintores oaxaqueños”, se intituló.
–¿Cómo te mantenías en el Tamayo? ¿Generabas dinero como artista?
–El taller era autónomo y sólo el director, Roberto Donis, sabía cómo mantenía el espacio, la renta y todo eso. Para conseguir el alimento íbamos al Mercado 20 de Noviembre, pagábamos por mes: éramos “abonados”, como se decía entonces. Donis se dedicaba a vender nuestras pinturas, tenía su caja chica o grande, quién sabe, hablaba de entradas, de ingresos y egresos. Era paternalista, digamos: daba el dinero para comer, para el jabón, para la ropita. Nunca nos aclaraba el asunto de los dineros, algo así como, “mira, chaparrito, tú vendiste tanto”. No, eso no.
En ese tiempo, el maestro Felipe Morales no generaba dinero para aportar a su familia. Iba a ver a sus padres a San Pedro Mártir y éstos le decían: “Qué cosa traes; pues nada”, respondía. No llevaba ni tenía en claro nada. “Eso duró varios años”. Pero como a los 18 o 20, platica, “despertó”. Rechazó un beca de mil pesos, “bueno, me la dieron como dos o tres meses”.
Se dio cuenta, relata, que pagaba de más con su obra. “Me rebelé, intenté vender por mi cuenta, por mí mismo, por mi vida, por todo. Roberto Donis puso el grito en el cielo. Yo trabajé y trabajé y junté como 20 acuarelas. Me fui a intentar comercializarlas a la Ciudad de México. Me relacioné bien, a través de Abelardo Carreón, en ese tiempo yerno de Donis, ayudó mucho un librito que ilustré, ‘El agua’, y a la segunda o tercera vez que fui, vendí todo”.
Cuando Felipe Morales regresó a Oaxaca, ya corría el chisme de que andaba vendiendo económico, barato. “Pero qué, si era mi obra, mi pintura; sencillamente quise probar si podía sobrevivir como pintor comercializando por cuenta propia mis cuadros. Y desde ahí me di cuenta que ser artista era, es agotador”.
A los 23 años salió del Taller Rufino Tamayo. Se fue un tiempo a su pueblo. Se acomodó como pudo y pintó y pintó y pintó. Regresó y estuvo algunos meses en el espacio de Juan Alcázar. Un lustro después, cuando tenía 28 y vivía en San Felipe del Agua, llegó ahí gente que iba a abrir una galería frente a El Paseo Juárez El Llano: se convirtió así en artista participante en la fundación de Quetzalli.
Sin embargo, esa participación le fue un tanto decepcionante, porque nadie compraba sus pinturas. “Aunque sí, después hubo cierta venta. Luego estuve en El Sol y la Luna, donde realicé mi primera exposición individual, en 1984, y vendí una que otra pieza”.
Eran tiempos de cierta incertidumbre para Felipe Morales, pero posteriormente, Mary Jane Gagnier y Arnulfo Mendoza le dijeron: “Tranquilo, vamos a abrir una galería. Es cuando surgió La Mano Mágica y viví mi etapa mejor en cuanto a comercialización. Fue un tiempo muy bueno en el que me vaciaba totalmente en la pintura y no me preocupaba por vender, pues tenía representante”.
También tenía ya “teléfono de casa y me llamaban para decirme: ‘Felipe, ven por tu cheque’. Y yo pensaba: ‘Sí sirve el teléfono”. En otras ocasiones, “iban personalmente a verme para que fuera yo a conocer a un cliente determinado”.
–¿Qué paso de 1999 a la fecha?
–Me independicé. No sé. Las galerías cada vez venden o trabajan menos, le ponen pocas ganas a ello. Como que se quedan cruzadas de brazos. Así, es difícil creer en ellas. Sobre todo si realizan una exposición y no la repiten, no la llevan a la Ciudad de México, a Estados Unidos, a Europa. Aunque entiendo que no les ha de resultar fácil comercializar el arte; de hecho, es muy difícil.
Cuando el maestro Felipe Morales empezó a comercializar sus obras de forma independiente, también se le fue aclarando el panorama sobre el mercado y el ambiente artísticos de Oaxaca.
De hecho, eso había comenzado a suceder dos o tres años antes, cuando una reconocida galerista espetó: “Los artistas somos nosotros y ustedes los pintores”, y entonces, cuenta el artista zapoteco, como para demostrar que no era así, varios “colegas nos juntamos y organizamos por nuestra cuenta una exposición en una galería del ISSSTE.
“Ahorita no tengo galería ni representante, qué más quisiera, pero no. Por cierto, para mí, la palabra representante es muy fuerte: según pienso, sólo lo es quien venda a buen precio por lo menos una pintura al mes”.
–¿Cómo ves la situación en relación con los artistas jóvenes, los que vienen desde abajo?
–Ciertos pintores son capaces de sobrevivir por cuenta propia. Lo que les hace falta a los artistas de primera generación es viajar a exponer a la Ciudad de México, tratar de conseguir espacios, promoverse, vender. Por qué no, pues, ser comerciantes de su propia pintura.
“Ahora, hay artistas que son, han sido excelentes como tales y como comerciantes y como sus propios promotores. Les funciona muy bien, incluso se vuelven caciques y pueden tener dos o tres casas en la Ciudad de Oaxaca”.