La sublevación de elementos de la policía estatal marca un foco rojo en el trabajo gubernamental, que refleja no sólo lo que se está haciendo mal dentro de la corporación policiaca, sino del gobierno mismo.
El asunto no es menor si consideramos que la seguridad pública es puesta en cuestión por quienes deberían garantizar su vigilancia y correcta aplicación.
Se podría suponer que la insubordinación de los policías es provocada por personajes de la alta burocracia debido a los divisionismos e intereses que existen, aunque habría que agregar que antes de prender la mecha, la pradera estaba seca, las condiciones en la corporación estaban listas para la sublevación. A rio revuelto, ganancia de pescadores.
Antes que la descalificación inmediata de quienes protestan por una presunta conspiración o manipulación, habría que observar cuáles son las demandas de quienes protestan, qué exigen, en cuáles exigencias tienen razón, qué se ha dejado de atender, qué se está haciendo mal, quiénes están fallando.
De entrada habría que revisar cuánto ganan los que protestan, si esos salarios dan para una vida digna y si sus condiciones laborales han mejorado en los últimos años.
Es sabido que la policía de Oaxaca es de las que tienen salarios más bajos a nivel nacional; ganan la tercera parte de sus similares en otras entidades. El asunto no es secreto, está en las cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública en línea.
Si el asunto no fue observado y atendido con oportunidad por el encargado de seguridad pública, responsable directo de la corporación, seguramente fue por soberbia y desdén. Tal vez pensó que los policías tenían que aguantarse porque no les queda otra y no creyó que fueran capaces de insubordinarse.
Al parecer, no se preocupó por saber si hay condiciones para hacer una policía más capacitada, más profesional, más contenta y satisfecha con sus entornos de trabajo.
Tampoco le ha importado trabajar en el mejoramiento de la corporación para eliminar la corrupción y la cadena de abusos en la jerarquía de mandos y en la relación entre policías y la población.
Los atropellos a los derechos y los abusos de los más débiles no sólo se dan de los gobernantes hacia el pueblo, sino adentro y arriba de las corporaciones policiacas y en el entorno de la élite política. Con esos colaboradores, un gobernante no necesita enemigos.
La hazaña de los policías estatales tuvo una réplica días después por la corporación municipal de Juchitán, donde los efectivos se sacudieron el miedo y denunciaron las prepotencias de sus jefes, aun cuando éstos también llegaron al poder con un discurso progresista. Nuevamente observamos la brecha abismal entre lo que se dice y lo que se hace.
Pero el asunto también puede observarse como la oportunidad de enmendar el rumbo, de cambiar actitudes y prácticas de los mandos policiacos, de dejar a un lado las prepotencias, de hacer una política distinta adentro y afuera del aparato gubernamental.
Para corregir lo que se está haciendo mal no es necesario contratar a expertos en espionaje o indagar en los grandes tratados de seguridad. Las mejores respuestas las podemos encontrar en la literatura infantil.
El mejor método para la práctica de un buen gobierno está indicado en la novela infantil “Momo”, de Michael Ende, que presenta como argumento central “saber escuchar”. Buen principio para entender, para corregir.
De la misma manera, lo más dañino para el gobierno es el discurso de autocomplacencias, de justificaciones a la medida, del autoengaño, de echar la culpa a los demás, de no querer observar, al estilo de la bruja de Blanca Nieves que siempre espera del espejo la respuesta que le conviene.
Una versión de ese espejo pueden ser las “cartas de lealtad” que hicieron firmar a los policías sublevados para evitar su despido, con la amenaza de que quedarán “boletinados” para que no encuentren empleo.
Habría que preguntarse si esa medida resuelve problemas de fondo o sólo sirve como atenuante para una vanidad maltrecha, como le ocurrió a la bruja del cuento.
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*Investigador del IISUABJO