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Miley Cyrus: sulfurosa e hipersexualizada; la Bandera nacional contra su trasero

MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Tres días después de desatar indignación en Monterrey cuando uno de sus bailarines azotó la Bandera nacional contra su trasero falso, la cantante estadunidense Miley Cyrus se presentó anoche en la Arena Ciudad de México, colosal templo del entretenimiento propiedad de Guillermo Salinas Pliego, hermano del dueño de TV Azteca.

Afuera del lugar el público, en su gran mayoría adolescentes y jóvenes adultos, tiene grandes expectativas sobre el show.

A ellos no les importa la violación a la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales. O, más bien, no les importa tanto como a la Secretaría de Gobernación (Segob), que emprendió un proceso administrativo para sancionar a la cantante.

Los muchachos están fascinados por la actitud provocativa de Miley y su estilo de baile, el twerking, que consiste en que la mujer se agacha con las piernas abiertas y realiza movimientos bruscos de ida y vuelta con el trasero.

Varios de los jóvenes seguidores de Cyrus, varones y chicas, llevan una gorra con la leyenda #Twerk.

“Quizá (Miley Cyrus) haga alguna cosa medio rara por allá”, dice Diego, de 25 años, antes de que su amigo Rodrigo, dos años menor, afirme: “Se va a encuerar, seguro”.

A finales de 2012 la cantante anunció la llegada de la “Cyrus 2.0”: como muchas artistas pop jóvenes en la industria de la música, cambió su personaje por una versión desafiante, sulfurosa e hipersexualizada de la que fungía, en este entonces, como egeria de Disney e ídolo multimillonaria de las preadolescentes.

Desde su conversión en “Cyrus 2.0”, ocupa las primeras planas de las revistas de todo tipo. Sus extravagancias –las llaman “polémicas”– se comentan en el mundo entero; y la revista Forbes la colocó en el lugar 17 de las celebridades más influyentes del mundo en 2014.

Un grupo de tres muchachos de 18 años, gorras clavadas sobre la cabeza, asevera que espera ver a Cyrus como “perra loca” y de buen humor. Cada uno se ríe de la broma.

¿Qué les gusta de Miley Cyrus?, se les pregunta:

–”Está loca en su desmadre. Se droga y baila bien estúpido”, asegura Arturo.

Las chicas, por su parte, se reconocen más en el personaje de la cantante pop. “Está bien fashion y está loca”, asevera Mari, una adolescente de 14 años.

“Además, le vale lo que le diga la gente, hace sus cosas sin que le importe nada”, añade.

Varias chicas coinciden: Cyrus hace lo que le da la gana y no toma en cuenta las críticas. Representa una figura rebelde con la que las jóvenes se identifican.

Cyrus entró a la industria del entretenimiento a los 12 años como actriz y cantante en la serie Hannah Montana, que produjo Disney en 2005. Por lo anterior, muchas de sus Smilers –sus fanáticas– crecieron con ella y la siguen desde sus inicios.

SEXO MERCANTIL

En el escenario de la inmensa arena, cubierta de pantallas gigantes así como de carteles que anuncian refrescos y a TV Azteca, Miley Cyrus aparece vestida con un tipo de traje de baño color naranja. Se cambiará varias veces durante el espectáculo, pero todo su vestuario tiene algo en común: siempre descubre sus piernas hasta las caderas.

Frente a ella, cientos de celulares, tras los cuales los adolescentes excitados gritan de alegría. Sin embargo, a diferencia de las tribunas, la pista no está llena: no todos pudieron gastar los más de mil 500 pesos para tener el privilegio de estar cerca de su ídolo.

La tropa abigarrada de bailarinas, entre ellas una enana y una mujer alta y corpulenta, balancea sus cuerpos –especialmente sus partes erógenas—mientras Cyrus interpreta sus éxitos con una voz fuerte, segura y agradable, aunque no suene muy diferente de muchas cantantes pop actuales.

Salvo algunos detalles –como escupir agua sobre el público, que lo recibió con alaridos histéricos– el show retoma todos los códigos de cualquier superproducción estadunidense: espectaculares efectos de luz, un ritmo sostenido y un sonido impecable.

Destaca la pseudosexualidad que emana de sus protagonistas mujer-objetos, una estrategia de venta que utilizan los publicistas para deshacerse de su mercancía.

Y funciona: durante el concierto, cada vez que Cyrus adopta posturas lascivas, se toca los genitales o mima actos de masturbación, subleva emoción entre sus fans. Una cámara se enfoca sobre el trasero de la cantante cuando da la espalda al público.

Sus bailarinas fingen azotarse el trasero o hacen twerking detrás de ella. Al volver del bastidor con enormes nalgas falsas –las mismas que quitaron su “pulcritud” a la bandera nacional–, las presenta sucesivamente a dos bailarines, quienes simulan una sodomía.

Para hacer esperar al público mientras se cambia, la pantalla central exhibe un video en blanco y negro de Cyrus, cuyo estilo evoca los comerciales televisivos de perfumes.

En las imágenes, la joven estrella unta un líquido negro sobre su cuerpo, muy ligeramente cubierto. Cada primer plano sobre sus labios, su lengua o su ropa interior despierta gritos fervientes en el público.

“Esto representa quién era y quién soy yo. ¡Seré quien carajo quiero ser!”, vocea Cyrus y exhorta: “Ustedes también deben volverse quienes quieren ser”. Y enseguida interpreta We can’t stop (No nos podemos detener), que levanta a todo el público sentado en las gradas.

TABÚ

Una hora y media después de haber empezado, Cyrus cierra su espectáculo, vestida con un traje corto que retoma los colores de la bandera de Estados Unidos, bajo una lluvia de lentejuelas y rodeada de dos bailarinas con gigantescas imitaciones de cigarros de mariguana.

La mayoría de los jóvenes salen entusiasmados por el concierto, y lo comentan con sus amigos en las redes sociales.

A Jazmín, una adolescente de 15 años, le gustó el “manejo del escenario (de Miley), el impacto que causa en la gente, así como las cosas que utiliza para que la gente voltee, la vea y se vuelva loca”.

Su amigo Francisco afirma que “muchos dicen que el espectáculo es sexo. Sí lo es (se ríe), pero no debe verse como un tabú. La gente lo ve malo”. Y añade, en eco a las palabras de Cyrus: “Simplemente, cada quien tiene que ser como le gusta”.

A María, quien ronda los 20 años, también le encantó el espectáculo. Pero opina que fue demasiado corto y que Cyrus hubiera podido esforzarse más para acercarse el público, como gritar “¡Viva México!”. “Si vienes tan lejos, ven a lucirte, ¿no?”, agrega.

Mientras la gente deja la Arena Ciudad de México, las pantallas gigantes promocionan los próximos eventos que habrá en el coso: un espectáculo de Monster Jam, esos vehículos con ruedas desproporcionadas que se arremeten uno contra el otro; un torneo de artes marciales mixtas que consagrará el “luchador último” –ilustrado por una cara llena de sangre– y un torneo de lucha estadunidense.

El espectáculo sigue.

 

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