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De escarlata y púrpura

LIBROS DE AYER Y HOY

Guillermo del Toro anuncia su nueva película La cumbre escarlata y el adjetivo favorito de lo gótico aparece otra vez, justo cuando los escarlata-púrpura del Vaticano se enfrentan a un nuevo escándalo.

Crimson-Peak

Un teólogo gay, Krzysztof Charamsa, quien ha sido alto funcionario de la Santa Sede, sale del clóset e informa que es feliz y vive con una pareja estable.

Como en aquel filme en el que actúa Kevin Kline, Es o no es, pero sin dar nombres, el teólogo saluda con afecto a los muchos clérigos gay que existen en su iglesia.

Un bombazo para las estructuras medievales, góticas, de escarlata y púrpura que se aferran a lo viejo para negar lo explícito de la naturaleza humana.

Se perdona a los gay y a las mujeres que abortan pero el verdadero problema, el derecho de cada quien a optar por sus preferencias, se deja en el baúl.

Se oculta la visión apocalíptica de la mujer montada en un dragón, vestida de escarlata y púrpura, que simboliza a las grandes estructuras con problemas.

El cineasta del Toro al anunciar el estreno de su filme actualiza la preferencia de un sector por lo gótico que en lo inmediato se evidencia por sus arcos ojivales y por un periodo bárbaro que se inicia desde el siglo XII.

Por alguna razón en la larga época que atravesó el gótico, florecieron esos ostentosos vestuarios de colores rojo carmesí oscuro que caracterizaron a cierto sector de la iglesia católica y a las clases poderosas.

Hay toda una historia de esa moda en la que participaron sastres, químicos y grandes diseñadores a partir de piezas rojizas oscuras que se auxiliaban con un tipo de caracol, el color púrpura e insectos, el escarlata, para dar el colorido.

Hasta la cochinilla mexicana anduvo metida. Todo para simbolizar el poderío y la riqueza a partir de dos colores. El cineasta enfatiza lo romántico de su filme pero hay visiones adelantadas y relevantes de esa época, sobre todo a finales del siglo XVII, que se enfrentan a lo estratificado del concepto.

Jane Austen en su novela La abadía de Northanger (Plaza & Janes, editores, De bolsillo 2002) se yergue irónica, bromista, como Cervantes contra las novelas de caballería, para criticar las novelas góticas que usan como recurso el suspenso de tenebrosos castillos y abadías.

Los personajes se pierden en pasillos oscuros en busca de cofres misteriosos que pueden contener documentos reveladores.

El recorrido ya inspira pavor a los lectores, con aullidos de lobos, figuras fantasmales, mayordomos silenciosos y secretos familiares que desembocan en un doble final: la felicidad y la tragedia. Hoffman, Wilkie Collins, las hermanas Bronte, el propio Poe, no desestimaron el estilo.

La avanzada Austen -por algo es una clásica inglesa-, coloca a su protagonista Catherine Morland, en medio de una abadía en busca de tesoros y secretos misteriosos.

Pero los documentos que encuentra son listas de lavandería y los presuntos misterios que cree hallar, sólo causan problemas en la familia que gentilmente la ha acogido. Fueron los aportes críticos de Jane a la caída brutal de ese género, que hoy resucita el cineasta del Toro. Pero hay que ver la película.

laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

 

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