LIBROS DE AYER Y HOY
El periódico español El Mundo publicó una entrevista la segunda semana de noviembre con la hija del dictador Francisco Franco, Carmen Franco, mujer de 89, que acababa de matar varias piezas de cacería, en un deporte que practica desde que era niña y lo hacía acompañada de su padre.
Parte de la defenestración de Juan Carlos de Borbón, en el 2013, tuvo que ver con la furtiva caza de elefantes que llevaba a cabo en África, mientras su país estaba en emergencia; justo cuando se hacía un alerta mundial sobre la posible desaparición de ese paquidermo, ante la voracidad de los explotadores del marfil rojo.
La cantante Lucero, mujer a la que Televisa creó una imagen rosada, fue captada con su actual amante junto a la pieza que ambos acababan de cobrar.
Walter James Palmer, un cazador estadounidense, asesino del león Cecil en África, se hizo de una fama despreciable ante la indignación mundial por esa masacre, de quienes, además, rechazan que haya permisos así sean legales para matar a un ser viviente.
Últimamente han dado la vuelta al mundo imágenes en donde se ven elefantes tirados, muertos, a los que se les han extraído los colmillos.
En la Colonia Condesa, espíritus diabólicos matan perros sin que hasta la fecha se sepa quiénes son. A menudo, aparecen denuncias terribles de seres que matan perros, gatos o los someten a las peores torturas.
En un mundo y un país donde la vida del ser humano ha perdido sentido, para muchos, esas situaciones pasan a segundo término. Pero los grandes humanistas han puesto el énfasis en el respeto a los animales o a los seres más desvalidos de una sociedad, como una expresión de la sensibilidad de los habitantes de un país.
Respetar nuestro entorno, incluidas entre los seres vivientes las plantas, es mostrar el más alto nivel de humanización. Quien no respeta a un animal, es capaz de todo. Y eso que por esta vez no nos metemos con los que matan toros.
Todavía en el mes de la Revolución es bueno recordar a aquellos escritores costumbristas que surgieron dentro y posterior a ese movimiento, que al volcar sus vivencias cotidianas siempre tenían una palabra de cariño o conmiseración para los animales.
José Rubén Romero es uno de esos escritores y al leerlo se nos figura un hombre sencillo acogido permanentemente a su pueblo. Pero se trató de un destacado diplomático que fue cónsul en España y ministro plenipotenciario en Brasil y que ocupó una silla en la Academia de la Lengua en sustitución de Luis G. Urbina.
¿Quién no recuerda La vida inútil de Pito Pérez, tres veces llevada al cine –a mí me gusta la versión de Manuel Medel–, o a Rosenda que fue convertida en excelente película por Julio Bracho?
En Apuntes de un lugareño se observa ese trato terso a burritos, yeguas y caballos. En Mi caballo, mi perro y mi rifle (Editorial de Arte y Literatura, Habana Cuba, 1976), un niño enfermo les hace confidencias a los animales de la granja, gallinas incluidas.
En esta, Romero enfrenta dos concepciones del comportamiento animal que reflejan algunos de sus puntos de vista sobre la Revolución respecto a la que creía que no había cumplido sus objetivos.
En otros autores puede observarse esa intención a veces didáctica, que influyó en varias generaciones y se frustró quizá en las actuales.
Los opositores al costumbrismo –José Revueltas entre ellos–, critican que quienes lo usan no profundicen en el entorno real de lo que escriben y se diluyan en anécdotas, bromas, descripción de la madre y el abuelo y el boticario del pueblo.
Pero cada expresión literaria tiene su razón de ser y algo queda en el sentir de los que las leen. Sobre todo el amor a los animales, tan depreciado hoy en día.
laislaquebrillaba@yahoo.com.mx