LIBROS DE AYER Y HOY
Aunque el asunto se opaca periódicamente para dar paso a otros acontecimientos, el auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM –Justo Sierra para las autoridades-, se ha convertido en un reducto de confrontación de muchos de los problemas que tiene la juventud mexicana.
En esos dos nombres se expresa, como decía Monsiváis, ser revolucionario como el Che, o porfirista como Justo Sierra. El tema ha polarizado al oficialismo y al radicalismo, sin que los términos medios hagan una propuesta que satisfaga la situación.
Eso, quitando de en medio a los vivales que aprovechando la presencia estudiantil han sacado partido de muchas formas. Será difícil llegar a un acuerdo porque lo que subyace son problemas de fondo, que como en el caso del magisterio, el gobierno no va a solucionar. Tiene un mandante externo. Lo que se teme es una intervención extra universitaria con resultados que pueden ser catastróficos.
Son muchas las fuerzas que están actuando. En el movimiento del CEU -1987-88-, la izquierda tradicional representada en parte por el STUNAM , estaba muy molesta por el protagonismo de ese grupo estudiantil. En el destacaban Punto Crítico y Línea de masas a la que pertenecía Rosario Robles, con los resultados lamentables que todos conocemos.
En el apoyo reciente a José Narro Robles, priista que permaneció agazapado durante las presidencias panistas como opositor, están en el archivo los nombres de los firmantes de tal apoyo, -intelectuales progresistas y de izquierda-, que no presagiaban – me supongo-, el regreso jubiloso de Narro “a mi casa”, como él dijo. Lo que le permite ahora, aparecer públicamente aplaudiendo al jefe del ejecutivo.
En el caso del auditorio hasta el zapatista ex Marcos -ahora Galeano-, ha salido a ponerle una barrida a medio mundo Graue incluído, tal como suele hacerlo periódicamente contra AMLO. Metidotes desde luego los priistas de la Facultad de Derecho que desde siempre ha tenido grupos porriles que ahora con el regreso del PRI, toman nueva beligerancia.
Cuando estudiaba la maestría en Ciencias Penales en esa facultad, un día llegué y en un gran cartelón estaba mi nombre como miembro de una planilla desconocida. Nadie me había consultado. Protesté y me borraron, pero poco después supe que ese grupo de la planilla que era del PRI, se había enfrentado a los opositores con garrafones de ácido y lastimaron a varios. Así estaba la cosa y no anda muy distante en este lugar en disputa, el auditorio, centro de batallas.
Para muchos críticos El lugar sin límites, es la obra más acabada del escritor chileno fallecido en 1996 José Donoso, aunque algunos siguen colocando a El obsceno pájaro de la noche como una de las novelas cumbres del siglo XX. Quizá se deba a lo accesible de la primera, un libro de poco más de cien páginas, frente a ese extraño maremágnum que incluye varias historias, que es la segunda. Pero la obsesión donosiana se nota en las dos con figuras centrales que controlan el poder, un cacique y un dictador.
El lugar sin límites ( editado por primera vez en 1966 por la editorial Ayacucho ha sido publicado por muchas editoriales, Joaquín Mortiz, Alfaguara, Bruguera, Cátedra, etcétera) fue llevado a la pantalla por Arturo Ripstein en 1978, en un significativo filme que pone énfasis (tal vez sin querer) en un secreto oculto del escritor difundido después de su muerte, su presunta homosexualidad.
Según su propia hija, él se dolía de no poder expresar sus preferencias y eso fue una angustia que lo acompañó hasta el final. En la obra y en el filme, se relata la dramática historia de Manuela, un travesti, sometido a todo tipo de vicisitudes en un pueblo característico, Estación El Olivo; personaje de controversia en el que subyace esa atracción que muchos sienten por los homosexuales pero que su machismo les impide reconocer.
Son los que reaccionan contra su propio deseo, agrediendo o matando en muchos casos, al que les provoca esa sensación. En el filme se observa en la escena crucial, la forma como el Pancho, personaje que representó Gonzalo Vega, persigue al travesti de manera infame y cruel usando un camión, hasta terminar con él. Roberto Cobo, el Manuela, entre gritos y saltos, exacerbado por aquella persecución, dio una prueba de porqué en la vida real le decían Calambres, por su flexibilidad en el baile.
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