LIBROS DE AYER Y HOY
La propuesta que hizo Andrés Manuel López Obrador en San Miguel Allende para que los partidos políticos dejen de recibir dinero público, podría analizarse en diferentes niveles. De hecho ha habido organizaciones, analistas y especialistas en derecho electoral que han hecho a lo largo de décadas, la propuesta de limitar o disminuir tales apoyos.
El barril sin fondo en que se han convertido las elecciones en México no ha merecido una respuesta congruente de parte de los órganos involucrados, antes bien, hay un avorazamiento que se capta en cada elección y a lo largo de los períodos de presunto descanso. Si los partidos son organismos de interés público que en concreto existen para estimular la democracia, muy pobre ha sido su aporte.
La sola mención electoral plasma la idea de presupuestos inequitativos, alteración de padrones, fraude, manejo oscuro de situaciones -tarjeta Soriana, Monex-, imposición de candidatos, resoluciones sospechosas de tribunales electorales, cancelación de multas a hechos descaradamente violatorios -sobre todo del Partido Verde-, gastos aparatosos de organismos electorales (casi mil 500 millones para el edificio del INE, pese a las muchas justificaciones que da su presidente), etcétera, etcétera.
En datos publicados se asienta que del 2000 al 2010, los partidos le costaron al pueblo mexicano 22 mil 760 millones de pesos, de los cuales un alto porcentaje fue para el PRI, aunque en ese lapso no estaba en el poder. En el 2015 se planearon 5 mil 556 millones y este año el presupuesto se redujo a un poco más de 4 mil millones de pesos.
La base de una república democrática si bien se fundamenta en la opción ciudadana de nombrar a sus representantes, esa opción tendría que expresarse en distribución equitativa de la riqueza, igualdad ante la ley, ausencia de corrupción y en proyectos concretos: más empleo, mayor apoyo a salud y educación, a ciencia y cultura. Todo lo que provee de mejores herramientas a un país.
La propuesta de AMLO se inclina por un subsidio popular de la ciudadanía a partir de porcentajes equitativos. Pero estando las cosas como están en el país, es difícil imaginar recursos de equidad con partidos de ricos, con partidos corruptos y con partidos que se subsidiarían con ciudadanos pobres.
Por lo pronto, la propuesta está hecha, pero un cambio electoral, ¿sería la llave para una verdadera democracia en México? La llave de cristal (Biblioteca Hammett Alianza Editorial 2003), se desarrolla en el marco de un conflicto preelectoral en Estados Unidos, controlado por mafias, como suele a veces suceder.
Dashiell Hammett refleja en una de sus más famosas novelas, el ambiente que privaba – y priva- en el control político para hacerse del poder; mafias de gánsteres y funcionarios que son uno solo en el crimen, el ocultamiento y la impunidad.
Inserto como lo hicieron los pioneros de la novela negra como Raymond Chandler, en la etapa cruenta y desatada de los años treinta, que también describió más tarde Mario Puzzo, el gran escritor estadounidense autor de El halcón maltés llega al extremo de que sea uno de los integrantes -Ned Beaumont, el guardaespaldas del más poderoso rufián- el que descubra el crimen y lo lleve a la justicia ¿Se aplicará?, queda la duda.
Hammett, se inició como ha sido reiterativo en su biografía, en las revistas de series, black mask, que publicaban relatos de suspenso y crimen. Fue un hombre progresista y comprometido miembro del partido comunista de su país y aliado de su compañera de muchos años, la escritora y activista Lillian Hellman. Ambos fueron objetos de la persecución macartista. Dashiell Murió en 1961.
La llave de cristal aparece en un sueño de la novia de un gánster, la muy rubia Janet, que ve como la llave se le rompe cuando quiere cerrar la puerta e impedir que las serpientes de un nido, salgan de su cuarto. “Era de cristal y se rompió”, dice. Y claro, como ahora sucede en México en los procesos electorales, las serpientes, víboras venenosas, quedaron libres.
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