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Adiós Vlad, adiós

+ El vampiro que se queda sin casa.

La primera vez que vi al vampiro fue una noche brumosa, serena y oscura. Hacía mucho frío en la ciudad casi solitaria con calles que parecían interminables; el pavimento estaba mojado y unos pequeños focos de mínimo voltaje colocados en postes muy distantes conseguían dar la sensación de terror y soledad casi absoluta (¿existe la soledad absoluta o casi absoluta?) y hacían aún más notable ‘esa’ oscuridad.

Vampiro

Debió ser por diciembre o enero porque en la ciudad de México hace frío por esos días y se veía ‘el vaho del aliento’ de uno, o dos transeúntes que caminaban como fantasmas, abrigados hasta el rostro y con sombreros de fieltro. A lo largo de una de esas calles sólo estaba abierto un pequeño cafetín cuya luz se extendía tenue hacia el exterior desde sus puertas de vidrio, como con miedo a salir de su pequeño espacio. Adentro había unas cuantas personas, cinco o seis; todas ellas de tipo trabajador, que con ojos adormilados tomaban algo caliente, en silencio.

…Ahí estaba, también, una joven rubia vestida de forma, digamos ‘extravagante’, con maquillaje elocuente y con zapatos de tacón dorado. Se veía muy cansada también. (¿De qué?).

Ahí, en la penumbra y en silencio, caminaba a media calle, con paso firme, erguido, con ese aire aristocrático que lo identifica siempre. Iba vestido con frac con camisa blanca y pajarita. Lo envolvía una capa también obscura. Su mirada de cristal observaba fijamente hacia el cafetín. Naturalmente su rostro imperturbable permanecía iluminado todo el tiempo.

De porte distinguido, alto, flaco y huesudo del rostro, sus ojos expresaban al mismo tiempo avidez, venganza, reproche, odio, ansiedad, sed: todo junto: ya ni sé. Rojos ellos, los ojos. Hoy se diría que venía como “pacheco”. Pero no. Iba resuelto hacia aquel lugar en esa noche no te vayas.

De pronto llega al lugar, se planta en la entrada que tiene esos ventanales con vidrios añejos y sucios, uno a cada lado de la única puerta también de vidrio. Él se planta en la puerta de entrada, de pronto abierta y desde ahí vislumbra a todos sin que nadie lo perciba. Su vista se fija en la joven rubia solitaria y triste que ‘maquillaje a granel usaba a diario…’.

El lleva un pectoral con una enorme piedra brillante. Con sus dedos flacos y uñas afiladas lo frota en redondo, momento en el que la joven, como autómata decide salir del lugar y se echa a caminar por esa calle tenebrosa.

Cuando la ve a cierta distancia y bajo un poste de tenue luz, el vampiro esboza una sonrisa diabólica, se agacha un poco y de pronto se eleva por los aires, ya convertido en murciélago que emite un sonido espeluznante y se lanza sobre la muchacha que ya consciente de la situación voltea para ver al animal volador y que ya se le ha prendido del cuello para chuparle la sangre.

Ella alcanza a emitir un grito de terror, pero ya es tarde: el vampiro ha cumplido el ritual nocturno de su renacimiento… sólo por esa noche…

Y decía: Esa fue la primera vez que vi al vampiro. Era una película mexicana en la que actuaba como el monstruo de la noche el actor español Germán Robles (“El Vampiro” 1957, dirigida por Fernando Méndez). Después siguió “El ataúd del vampiro” con el mismo actor y el mismo director y hasta ahí el murciélago mexicano. De ahí en adelante todo fue volverlo a ver de tiempo en tiempo con otros actores, aunque nunca como ese vampiro tan querido y que uno lleva prendido en los recuerdos de infancia como al balero, el trompo, el tacón, las canicas y al padre Benet que se encargaba de darnos coscorrones.

El cine ha contribuido a incrementar la leyenda del muy elegante, triste, romántico y solitario personaje que camina por las noches, que se trepa por las paredes y las escala en un ritual felino imposible de olvidar. Todo para salvar su eterna vida condenada a la oscuridad, a lo frío y cavernoso.

Bela Lugosi lo interpretó y jamás se pudo separar de su personaje. Dicen que murió creyéndose que de veras era el vampiro. Klaus Kinski hizo aquel gótico “Nosferatu”.

Hoy a Robles y a Lugosi, se le asocia con el personaje porque en estas historias fantásticas hay la unidad del actor con el personaje que se posesiona de él, para ser él mismo. Y al final: La cruz como salvación.

Así, el personaje cumple con el objetivo de generarnos miedo intenso y hacernos reflexionar sobre la existencia, o no, de fenómenos incomprensibles. Aún así, en la histórica galería del terror no hay personaje más temido, pero también más apreciado, que Drácula.

Ahí está Frankenstein el personaje que Mary Shelley escribió a los 18 años, en 1818 y con el que se inicia el género de ciencia-ficción.

A saber: Frankenstein está formada de tres narraciones concéntricas. En la primera, Robert Walton platica a su hermana, en sus cartas, su viaje al Polo Norte. En una de esas cartas se inserta la narración de Víctor Frankenstein a Walton, que incluye a su vez la narración del monstruo a Víctor Frankenstein quien es, al mismo tiempo, el moderno Prometeo, el protagonista que recibe el fuego de la vida y que es capaz de crear, muy a su pesar, un monstruo sin nombre. “Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida a un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y de salud”, confiesa Víctor.

El monstruo que nace de la materia inerte va transformándose en ser humano a medida que adquiere el lenguaje. Se le menciona en la obra como “engendro”, “monstruo”, “aquel ser”, “la criatura”, “horrendo huésped”, “demoníaco ser”… y, aunque nace inocente, su soledad y el horror y el desprecio que produce su contemplación a las demás personas le van convirtiendo en un ser brutal.

Persigue a Frankenstein, destruye a su familia y luego es perseguido por su creador que, responsable de su obra, trata de evitar otros males que la criatura pueda causar. Hasta aquí el relato. Pero el personaje no deja de parecernos fantástico, como si fuera más producto de la imaginación que de una realidad oculta en el secreto de nuestra conciencia.

O la Momia, cuya leyenda nació en el contexto de la gran eclosión que experimentó en Francia y en el siglo XIX la egiptología. La Momia destaca como una de las primeras novelas inspiradas en el Antiguo Egipto:  El descubrimiento de una misteriosa tumba inviolada en el Valle de los Reyes es el suceso sobre el que Théophile Gautier (1811-1872) levanta la historia de una enigmática momia, que no es otra que la bella Tahoser, hija del gran sacerdote Petamunoph.

Es un relato de amor y misterio, combina una vívida descripción del Egipto faraónico con la recreación imaginaria de los acontecimientos que precedieron a la huida del pueblo judío hacia la Tierra Prometida.

Ya el cine se encargó de hacer de este personaje más una chunga que un oscuro objeto del terror. Quizá se salva la momia protagonizada en 1932 por Boris Karloff (sin menosprecio de la muy querida y siempre saludable película “El Santo contra la momia”, pero hasta ahí).

Acaso la leyenda del  Hombre Lobo podría aproximarse a la del Conde Drácula en lo de recreación popular.

El hombre lobo, también conocido como licántropo, es una criatura legendaria de la que se habla en muchas culturas del mundo. Mucha gente cree en la existencia de los hombres lobo o de otras clases de “hombres bestia”, como el famosísimo y siempre bien ponderado “Nahual” mexicano que es un hombre que se convierte en coyote en las noches de luna llena.

Y bien: según esto, un hombre lobo es una persona que se transforma en lobo, ya sea a propósito utilizando magia o involuntariamente, a causa de una maldición o de otra circunstancia exterior.

El escritor medieval Gervase de Tilbury asoció la transformación con la aparición de la luna llena, pero esta idea fue raramente asociada con el hombre lobo hasta que fue tomada por los escritores de ficción moderna. En todo caso, la mayoría de las referencias modernas coinciden en que un hombre lobo puede ser asesinado si se le dispara una bala de plata, aunque esto no aparece en las leyendas tradicionales. Literatura fantástica, pues.

Nadie sabe con exactitud cuándo se originaron las leyendas sobre hombres lobo. Puede que se trate de una superstición tan antigua como la idea del bien y el mal, originada como explicación de diversas patologías pero lo cierto es que, a pesar de que existe en el imaginario popular, éste raramente se asocia a razones ajenas a la violencia misma con la que el personaje efectúa sus tropelías. A diferencia del vampiro, que seduce, el hombre lobo arremete, hostiga, persigue y destruye.

El vampiro, que es el conde Drácula, es otra cosa. Es un personaje al que se le teme, pero por el que se siente tristeza y consideración por la profunda soledad que expresa. Vaga solitario, lucha por su supervivencia, se comunica a través de sombras y silencios y sabe de su eterno peregrinar pero en el fondo ya no lo quiere: un ataúd diurno es su tumba momentánea.

El conde Drácula tiene un castillo en Transilvania en el que se refugia para pasar del día a la noche, que es cuando debe surgir de las tinieblas para saciar su necesidad de vida, y esta vida sólo puede otorgársela la sangre humana, particularmente de gente inocente y mucho más particularmente la de la gente que él ama, o por lo menos eso queda asentado en la obra del irlandés Bram Stoker quien inició el largo peregrinar del vampiro en 1897…

El personaje que dio origen al imaginario vampiro, el cual tiene que salir de su tumba cada noche para chupar la sangre de gente inocente y así poder subsistir es el príncipe Vlad Dracul.

Nació en 1428 y provenía de una familia aristócrata rumana. Hijo de Vlad y nieto de Mircea el grande, se le educó como noble en la corte de Segismundo de Luxemburgo. Fue ahí en donde se incorpora a la Orden del Dragón, por lo que los rumanos le sobrenombraron Dracul, que en rumano quiere decir dragón, pero que en lenguaje campesino también quiere decir ‘demonio’. Pero no fue por ello que se le conoció como ‘hijo del diablo’, sino por sus hechos de gobierno.

“Tras años de luchas intestinas su padre Vlad consolidó su trono y se decidió a tener hijos, entre ellos su futuro sucesor. Este se crió entre batallas, pillajes y ejecuciones, mostrando desde niño una morbosa fascinación por las mazmorras de su padre. Al crecer, los vientos de la política lo llevaron a servir como oficial del sultán turco. Finalmente a los 25 años, tomó el trono de su padre (Valaquia, que hoy pertenece a Rumania) y ahí comenzaron los problemas…

“Su primera medida fue la de ejecutar a todo el consejo de Boyardos que tradicionalmente moderaba a los príncipes: primero empaló a sus mujeres y niños, luego los hizo trabajar reconstruyendo una fortaleza y cavando túneles, para finalmente empalarlos también.

“Según las crónicas, usó su sangre para teñir de rojo el cemento de las torres. Esa crueldad era sólo el comienzo. Vlad Dracul Tepes (esto último por empalador) desató un reino de terror que transformó Rumania en una tierra sin crímenes, sin insultos, la menor contradicción a la voluntad del príncipe significaba muerte inmediata”.

Digamos que hasta aquí una de las facetas del famosísimo Dracul… pero hay otras que bien le favorecen.

Por ejemplo, el que en Rumania se le considera un héroe nacional porque defendió los intereses e independencia de su país y del cristianismo. Aún se relata ahí, por ejemplo, que durante su reinado, de 1452 a 1462, ejecutó a 50 mil personas empalándolas en largas estacas, particularmente prisioneros capturados en las guerras con los turcos,  de quienes aprendió este sistema de tortura.

Pero más allá de la leyenda del malévolo príncipe Vlad Dracul Tepes, o de él mismo en su faceta de héroe nacional rumano, está la historia de ese un personaje que produce escalofrío tan sólo de pensar que pudiera aparecérsenos una noche clara ‘de inquietos luceros’, ya en la intimidad de nuestra habitación o en alguna calle solitaria por la que podríamos vagar alguna vez, luego del trabajo o de una farra sabrosona.

En todo caso, todavía hasta hace algún tiempo ese personaje solitario, seductor, misterioso, elegante, callado y triste, muy triste, tenía el consuelo de un refugio nocturno al cual llegar cuando los rayos del sol estuvieran a punto y cuando él requiere el descanso para recuperar fuerzas y salir, con la luna, a perseguir la vida sin fin. Vivir, para poder vivir suena aquí a necedad también interminable.

Siempre hay un refugio. Hay un lugar en el que se resumen el día, la noche, la felicidad, la tristeza, la soledad y la alegría, la nostalgia y la esperanza. Drácula tiene su refugio.

El refugio de Drácula está ubicado en una colina entre los frondosos bosques de los Cárpatos y tiene su historia. A saber: Dietrich, de los caballeros de la Orden Teutónica, en Brasov, centro de Rumania ordenó construir el castillo de Bran en 1212 el cual fue  reconstruido en 1377 cuando se decidió cambiar la estructura original de madera a una de tipo gótico de piedra y ladrillo. Desde 1412 pasó a ser propiedad del abuelo del príncipe Vlad, Mircea el Viejo, y durante la Edad Media sirvió para defender el camino comercial que comunicaba Valaquia con Transilvania. El príncipe Vlad “el Empalador” utilizó esta fortaleza para fines militares varias veces durante su reinado y la leyenda asegura que allí mismo fue encarcelado.

El edificio cuenta con una intrincada construcción; una gran cantidad de pasillos subterráneos generaron la leyenda de que los niños encantados por el flautista de Hamelin llegaron hasta Transilvania por medio de las grutas de ese lugar, leyenda a la que se agregó la de que durante el gobierno comunista el corazón de la reina María de Sajonia fue puesto en ese lugar en una vasija de plata adornada con 307 joyas.

Está construido sobre una colina y tiene cuatro torres distintas en cada uno de los puntos cardinales. Tiene una extensión de cerca de 30 hectáreas y está rodeada por un alto muro de piedra. En su interior hay varios dormitorios, dos de ellos están conectados a un par de calabozos. Y aunque su leyenda negra predomina, lo cierto es que al convertirlo en museo se le ha dado un aspecto menos sombrío y hoy parece más un castillo de cuento de hadas.

Cerca de 1920 el castillo fue regalado a la Reina María, esposa del Rey Fernando I, por la municipalidad de Brasov en gratitud a su contribución a la incorporación de Transilvania a Rumania. En 1938 la reina se lo heredó a su quinta hija, la princesa Ileana, esposa del archiduque Antón de Habsburgo. Luego de la II Guerra Mundial y a la llegada del comunismo al poder en Rumania, la fortaleza fue confiscada, pero en mayo de 2006 fue devuelta a los herederos de la realeza rumana luego de un litigio de más de cinco años en base a un decreto por el cual los bienes confiscados durante el régimen comunista rumano deberán ser devueltos a sus antiguos propietarios.

Siete meses después de hecha la devolución, los herederos de la princesa Ileana: el ingeniero Dominic de Habsburgo Lotringen y sus hermanas María Magdalena Holzhausen y Elizabeth Sandhofer anunciaron que el castillo estaba en venta. Setecientos noventa y cinco años después de haber sido construido se puso a disposición del mejor postor.

El hábitat del príncipe de la noche; la casa refugio del elegante y sombrío noble que para vivir habría de recorrer el mundo y su historia como castigo cruel por su ambición de ser infinito; el hombre-nada que sólo tolera la luz lunar y la de las estrellas que le miran silenciosas desde otros espacios a los que tampoco puede llegar porque habrá de permanecer pegado a una tierra que asimismo lo rechaza y en donde el temor a una estaca clavada en el corazón o el terror al símbolo de la injusticia humana, como es la cruz, que podrían acabar con su peregrinar son, asimismo, su esperanza para poner fin a su destino silencioso y solitario y sin más ilusión que la noche siguiente en una vida-muerte repetida hasta el infinito.

Los cables internacionales anunciaron la venta del castillo de Vlad el 8 de enero de 2007. Se vendió. Ahora venden ahí chucherías. Souvenirs. Recuerditos…

Adiós Vlad, Adiós, ahora vagarás sin refugio, sin techo, sin cobijo, sin la luz mortecina que se asoma a los pequeñas ventanas de lo que fue tu castillo, al que llegabas cada madrugada para sentarte a la orilla de tu ataúd a reflexionar sobre la vida, el dolor y la muerte del profeta; el que pudo morir y el único que podrá salvarte algún día.

Vaya, pues, Dracul, a caminar, a caminar, que la jornada apenas comienza y la noche es larga… muy larga.

Tan-tan. Se acabaron las palomitas, chin.

@joelhsantiago 

@OpinionLSR

 

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