LIBROS DE AYER Y HOY
Yo como creido me equivoqué, decía el gran Alfonso Esparza Oteo, en su famosa canción Albur de amor. Así están ahora millones de mexicanos que creyeron en las promesas oficiales.
Así está ahora la comunidad lésbico-gay, que se reunió con el Ejecutivo federal y obtuvo una promesa de él, que ya fue desechada por su propio partido.
Los satélites lo siguieron y el matrimonio igualitario fue pospuesto al menos en la Constitución.
Tuvo más fuerza la decadente institución llamada Iglesia católica que impuso su posición a través de las caras ceñudas de los prelados mexicanos; sonriente la redonda cara del nuevo nuncio, el señor Coppola.
La vieja historia que en México llevó a la Reforma, avanza peligrosamente a la par que el fascismo y el conservadurismo en el mundo.
Ya ganó Trump, Macri reivindica militares en Argentina. Ahora los curas deciden la vida civil, porque eso es, quieran o no, el matrimonio, un contrato entre ciudadanos.
No les basta con el gran negocio de los servicios que imparten; se mueven como Pedro por su casa en las funerarias, en las cárceles, se meten a los mercados y hacen misas públicas, sin que la Constitución los perturbe.
Las construcciones que pululan en la Ciudad de México abrieron un buen negocio misal para ellos, ahora también controlan las cenizas y dentro de poco se meterán a otras instituciones civiles.
En el gran negocio de la fe, el laicismo es letra muerta. En una crónica anterior, La familia según los curas, del 3 de junio pasado poco antes de las elecciones, advertíamos que la iniciativa presidencial no iba a pasar. Era un gesto electoral.
En estos meses un gran sector se ha pronunciado a favor de que la comunidad lésbico-gay ejerza sus derechos plenos plasmados en la Constitución, frente a clamores de quienes niegan el derecho igualitario y se lanzan a la calle a defender una familia tradicional que está en severa crisis.
Ahora la lucha tiene que reforzarse, ¿como?, la mencionada comunidad dará la pauta. Mientras, los legisladores siguen haciendo méritos para no irse al infierno.
La devastación de Óscar Wilde, recluido en el penal de Reading, que se expresa en su epístola De Profundis, fue responsabilidad de una sociedad retrógrada, conservadora -los victorianos en pleno- y de hecho la conductora a su muerte temprana.
Murió a los 46 años, pobre, marginado, despreciado por los de doble moral y lamentando haber jugado su vida por una pasión depredadora y no haber sido más práctico y firme para librarse de los que le hacían daño.
Muchos ciudadanos mexicanos que han optado por su preferencia sexual, han sido asesinados, bloqueados, perseguidos desde siempre, pero eso se ha acentuado en los últimos tiempos, sobre todo con los transgénero.
Hay un serio y contundente yo acuso de la comunidad lésbico -gay contra la iglesia católica.
Pero igual que los legisladores serviles al poder, los organismos persecutorios se están haciendo los omisos.
El trato que se aplicó a Wilde es uno de los más degradantes y miserables de las llamadas sociedades constituidas; una sociedad que hunde a uno de los principales y más grandes poetas irlandeses, solo por su opción sexual.
No hubo violación ni estupro en el caso –el involucrado Alfred Douglas era un adulto con experiencia comprobada–, sólo un señalamiento de sodomía que se remontó a las oscuras penalidades de la Biblia.
El tal Douglas, tipo que estuvo extorsionando a Wilde durante años, lo abandonó a su suerte, tal como el escritor lo describe en su famosa carta y, como sucede con muchos canallas, logró sobrevivirlo 45 años.
Algunos dicen que escribió cierta poesía pasable, pero el destino no lo perdonó. Así como había ocurrido con el irlandés, él terminó un tiempo en la cárcel, en este caso por sus fraudes personales.
De Profundis fue rescatada por el editor de Wilde y dada a conocer públicamente en 1960, aunque se escribió a fines de los noventa del siglo X1X.
Pese a ser un documento personal, trasciende toda la crítica que Wilde trasmina a la sociedad y de ahí surgen las opiniones que dieron otros notables como Rubén Darío, por ejemplo, acerca de que era una sociedad, la inglesa, “que no estaba preparada para la grandeza de Wilde”.
Levantemos nuestra tristeza por el autor de El retrato de Dorian Gray, para incluir algo de la canción de don Alfonso y recordar a los que se la juegan en la vida por un amor, una pasión o un futuro:
ALBUR DE AMOR
Yo como creido me equivoqué
triste es mi vida
Joven querida ese albur yo lo jugué
Para que quiero vida sin honra
si malamente aposté
si me matan en tus brazos
que me maten al cabo y qué.
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laislaquebrillaba@yahoo.com.mx