Se trata de exponer dignidad y marcar las reglas de lo que habrá de ser la relación con el gobierno de Trump.
Es verdad que la relación de México con Estados Unidos ha sido difícil siempre. Es histórico. Desde el siglo XVIII cuando los gobiernos de aquel pequeño país consiguieron su independencia miraron con codicia hacia las tierras del sur. Y desde el principio decidieron expandirse a costa de los bienes y los territorios de su vecino, la aun colonia española.
Meticulosos en su calvinismo, no dejaban de interesarse por los territorios y bienes ajenos. Ya en el siglo XIX, a la vista de los mapas de México que les mostró Alexander von Humboldt, quien regresaba a Europa luego de su estancia en este país, se atizó la necesidad imperiosa de hacerse potencia a toda costa. Josefina Zoraida Vázquez, historiadora eminente, lo explica así:
‘Es pertinente recordar que hasta el siglo XIX los Estados Unidos colindaban con regiones marginales de la Nueva España, el reino más rico, próspero e importante del Nuevo Mundo: “la joya más preciada de la Corona española”.
‘También está la diversa herencia cultural que han recibido los países vecinos, lo que influye en una pobre comunicación y en las percepciones distorsionadas que cada uno se ha formado del otro…
‘A pesar de que el país del norte se ha constituido de la confluencia de múltiples pueblos, en su cultura predominan los valores protestantes calvinistas, con su culto al trabajo, su aprecio a los logros materiales y su convicción de un mundo dividido entre elegidos y condenados.
‘El pueblo mestizo del sur es básicamente católico, con un sentido de destino que confía en la Providencia para la solución de los problemas graves, que trabaja para vivir y está convencido de que la salvación se alcanza por las obras. Las dos formas de percibir el mundo se han enfrentado desde los años de la rivalidad anglo española…’
En todo caso, el espíritu que los define, hace que los estadounidenses se sientan obligados a ‘redimir’ a sus vecinos, aun contra su voluntad. Y esto porque desde su percepción, desde el siglo XVIII, afirmaban que los del sur eran “crueles, perezosos, corruptos y afeminados más allá de cualquier ejemplo” según dijo Thimoty Pickering en 1799.
John Adams (1735- 1826) decía que era ‘tan absurdo hablar de establecer democracias entre los pájaros, los animales y los peces, como entre los hispanoamericanos’. Esto era un buen motivo -decían- para justificar el expansionismo estadounidense.
‘Una vez consumada la conquista de los territorios septentrionales de México, los estadounidenses culpaban al vecino del sur de su propia suerte: “ladrón, pendenciero, revolucionario.”
Luego vinieron las guerras de anexión e intervenciones militares en tierra mexicana. Por muchos años los mexicanos han visto a los estadounidenses con rencor; muchos de ellos ven a los mexicanos con desprecio.
Esto a pesar de que después de la mitad del siglo XX los mexicanos comenzaron a sentirse subyugados por la cultura y la forma de vida de los estadounidenses, a tal grado que para finales de ese siglo Carlos Monsiváis afirmó que ya comenzaba a nacer la primera generación de gringos nacidos en México. Su cultura y sus propias locuras se trasladaron a México.
Con todo, México ya no es aquel del siglo XVIII ni está aquí esa precariedad poblacional como la pobreza y fragmentación política de la que se aprovecharon durante el siglo XIX. Ya en el siglo XX se han dado muestras de que los mexicanos tienen forma de defensa en sí mismos, como ocurrió con la expropiación petrolera y la eléctrica…
Hoy la mayoría de los 120 millones de mexicanos al grito de guerra que aquí viven, crecen, producen, se reproducen y nunca mueren, están indignados y temerosos por lo que se ve y lo que se presagia en la relación con el presidente más enloquecido de la historia de los Estados Unidos, Donald J. Trump.
Indigna a muchos el tono y la forma, pero sobre todo la intención del presidente Trump de mostrar fuerza y coraje hacia México. Sabe que este país pasa por un trance en el que su gobierno es débil y las estructuras institucionales están frágiles; en donde la corrupción y el abuso de los partidos políticos e instituciones de la democracia han sido voraces consumidores de la fortaleza que se necesita en tiempos revueltos. Un país en donde la violencia parece incontrolable.
Aun así, cada día, desde el 21 de enero pasado, en México hay la expectativa de qué nueva locura, qué nuevo agravio, qué nueva forma de intensificar y desahogar su indignación en contra de México y lo mexicano se le ocurre al presidente menos querido en el mundo: Donald J. Trump.
Pero también hay indignación por la actitud del gobierno mexicano, cuya lentitud, casi parsimonia y temor, muestran más debilidad que fortaleza, ignorancia, inexperiencia y desconocimiento, aun de la potencia mexicana. No se trata de cerrar puertas y ventanas y mucho menos de agraviar a un país en donde muchos quieren a México: no tiene sentido.
Pero sí se trata de exponer dignidad y sacar provecho de esta situación para marcar las reglas de lo que habrá de ser la relación con el gobierno de Trump y de desarrollar un nuevo sentido a la vida productiva de nuestro país, en nuestro país. Todo a partir de una estrategia inteligente y firme; oportuna, orgullosa e intensa.
Los mexicanos están enojados y aun temerosos de las locuras del presidente Trump. Pero también de la falta de coraje del gobierno del presidente Peña Nieto. La unidad nacional es indispensable –respetando las diferencias-, pero para esto se requiere liderazgo… ¿en dónde está?
@joelhsantiago
@OpinionLSR
Tomado de la Silla Rota: http://lasillarota.com/mexico-indignado/Joel-Hernndez-Santiago#.WJK1aZl96M9