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Teresa Gil

El país del terror

LIBROS DE AYER Y HOY

No se sabe si habrá sido la línea  o la percepción de la mayoría, el caso es que muchos dignatarios de la iglesia católica coincidieron en hablar del miedo los últimos días de junio.

Quizá algunos están alertas y temerosos por la acusación  de pederastia del tercer hombre del Vaticano, el nativo de Australia George Pell, responsable de las finanzas de ese estado teocrático.

Y piensan que los tentáculos pueden extenderse a México. Hay miedo, dijeron, cuidadosos de no usar la palabra terror que es lo que se extiende ante una nación cuyo poder perdió la brújula.

Nada detiene ese terror, cuando familias enteras, con niños pequeños, son masacradas, cuando niñas y jovencitas desaparecen sin dejar rastro y cuando no pasa un  mes sin que nos enteremos de que un periodista ha sido asesinado.

El propio subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa, admitió la incapacidad del gobierno para enfrentar el problema.

Pero ellos ahí siguen, en el puesto. Las respuestas son las mismas, el principal suele lamentar el hecho, las investigaciones se instalan y los expedientes se suman a miles que duermen en algún cajón.

Los días y las semanas pasan y nuevos expedientes se acumulan.

Los medios ya tienen sus espacios especiales para dar la nota diaria de los muertos del día anterior.

En mayo, lo recalcamos, fueron asesinados 2 mil 186.

Lo curioso es la forma como el gobierno asume la situación, como si nada estuviera pasando.

El presidente asiste a sus actos, fustiga a sus opositores, se lamenta de algún hecho, se retrata sonriendo con sus aliados y sigue con  sus insistentes viajes, como si su propósito de sexenio hubiera sido recorrer el mundo.

Ya prepara otro viaje, se entrevistará con  Trump de nuevo en la reunión  del G-20 en Alemania, que se inicia el 7 de julio.

Periódicamente, algún miembro de su familia aparece en actos públicos que presumen de normalidad.

Los gobiernos de los estados y de los municipios hacen lo mismo en esa venta de la normalidad, mientras atrás está el terror.

Los restos de Salvador Adame el periodista michoacano asesinado, fueron encontrados desde el 14 de junio y las autoridades tardaron  casi dos semanas en anunciar su muerte mientras preparaban  la justificación de ese crimen: se peleó con el narco.

Esas son las justificaciones oficiales, denostar a la víctima. En la definición de terror, miedo intenso, fobia a escala máxima, pavor, no se sabe que es lo que más la agudiza, si la advertencia del peligro personal o la percepción de esa indiferencia oficial, ese lavado de manos sonriente que nos deja a millones en estado de indefensión.

En el terror. Muchos son los autores que han escrito sobre el tema, llevado a las más extremas situaciones, de ficción incluso, pero el autor que más ha captado en su lenguaje esa sensación de susto que paraliza la sangre, es a nuestro entender, el también periodista y escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859, inspirador de varias películas con sus obras).

Ya alguna vez lo mencionamos. Su cuento El asesinato de la calle Ratcliffe (Los mejores cuentos policiacos del idioma inglés Editorial Novaro 1958) de la selección hecha por el poeta español  Agustí Bartra (1908-1982), es un  ejemplo de como ese sentimiento extremo puede penetrar en las letras y transmitirse a un lector que permanece despavorido ante lo que pasa en una taberna.

Un joven que trabaja en ese sitio y que duerme en la azotea de la casa, se da cuenta de que el monstruoso asesino que ha asolado al pueblo,  penetró a la taberna y por los gritos, ha matado a los dueños y a una anciana sirvienta.

Recuerda entonces que en un cuarto de arriba duerme una niña, nieta de los dueños y todo el cuento gira acerca de  como, poseído por el terror y tratando de hacer el menor ruido posible, se va deslizando por la parte exterior de la casa para llegar a la ventana del cuarto donde duerme la niña.

Se perciben en la lectura, los ruidos insignificantes que hace el asesino alertado tal vez por los pasos trémulos que da el trabajador quien finalmente se lanza en una cuerda con la niña en brazos. Y se salvan.

El asesino, a diferencia lo que pasa en México, es atrapado al día siguiente. “A la gente le gusta ser asustada en lugar seguro”, es el aforismo que matiza la obra de 25 cuentos. Pero en el caso de México, no hay lugar seguro.

laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

 

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