Esta crónica podría iniciar como una parábola: Por aquellos días todos subieron a la montaña de basura a proclamar una buena noticia.
La vida es una parábola que se mide por la cantidad de locuras que la habitan. Este lugar hace apenas tres meses era tierra de nadie. Reinado de aquel a quien eufemísticamente se llamó “Don Panchito”. Hombre con todo el poder y todo el control. Amo y señor de la vida de los lugareños. Intocable y protegido por las cúpulas de poder y las copulas políticas que engendran este tipo de monstruos.
Ahora este espacio público luce esplendorosamente limpio, en pleno basurero. La vida nos juega ironías cuando todo tendría que ser más serio y solemne. Un parque, una cancha de futbol rápido y juegos mecánicos encima de la basura. Todos hacemos conciencia cuando vemos un vaso de plástico recorrer el centro del escenario.
El profesor Daniel Glineur, procedente de Bélgica y voluntario de la Escuela de Música Santa Cecilia, se gana el corazón del público. Aquejado por una enfermedad del sistema nervioso, el profesor belga dirige la Camerata de Cuerdas con emotividad y maestría, como si estuviera en la sala de conciertos más refina del mundo.
La explanada es insuficiente para recibir a cerca de 1 mil 500 personas de las 33 colonias y las dos agencias, además de invitados especiales.
Se imprimieron más de mil hojas de cantos y se elaboraron igual número de banderitas blancas. Todo se acabó.
Esto no sólo es un concierto inédito, como declara la prensa, es el inicio de un proceso de resistencia de una nueva generación que ve en las artes y la música un nuevo lenguaje político.
El discurso de las bienaventuranzas cobra fuerza cuando las niñas y los niños tocan sus instrumentos, un quinteto de metales interpreta Shalom, la pastoral de sordos canta y baila el Himno a la Alegría. Incluso cuando un grupo de niños lanza las palomas al aire y un perro pesca a una con el hocico. Espectáculo de horror o un performance para explicarnos cómo era la vida por acá.
En estas tierras muere el Sol en los montes, literal, pero no muere la esperanza de la gente que reparte y comparte tamales y agua fresca. Los zopilotes vuelan, merodean y danzan al ritmo de la Negra Tomasa.
Hemos subido a la montaña de basura a escuchar la buena nueva. Una asamblea litúrgica tan perturbadora como alegre, tan fascinante como revolucionaria.
Un nuevo sujeto histórico está emergiendo. Está surgiendo desde la periferia. Un sueño nace en la montaña.
*Director de Radio Universidad de Oaxaca.