LIBROS DE AYER Y HOY
La enérgica protesta de miles de ciudadanos españoles contra la proliferación turística que agrede la vida cotidiana de las familias, es un fenómeno que se ve en muchas ciudades y aquí lo sufrimos en la Ciudad de México y otros lugares de atracción.
Recuérdense los siete millones de peregrinos de que presume Miguel Ángel Mancera cada diciembre y de las peregrinaciones que llegan durante el año que contribuyen al enrarecimiento del ambiente ya de por si turbio por industrias y automóviles.
Aparte de las toneladas de basura que dejan en la cercanía de sus rituales. A la Secretaría de Turismo (SECTUR) no parece importarle el problema como tampoco los que están creando las guarniciones de policías federales y soldados que se hospedan en hoteles, y que ponen en peligro a los residentes y trabajadores.
He estado en dos hoteles que albergaban a policías y soldados y la planta laboral estaba expuesta a un ataque de la delincuencia organizada cosa que ha ocurrido en Acapulco.
Desde hace décadas la molestia de los ciudadanos europeos contra el turismo, era evidente, expresada en Barcelona días antes de la terrible agresión terrorista que sufrió esa ciudad en Las Ramblas.
En un viaje a Toledo recuerdo el vocerío agresivo de los residentes, contra los turistas que poblaban calles y edificios.
Los franceses, que para algunos organismos ocupan el primer lugar turístico -la torre Eiffel es la más visitada del mundo-, son fríos con los turistas, no se diga los del Reino Unido, que no están precisamente en los primeros lugares de la lista por su fobia a los extranjeros.
En México el exceso de amabilidad de los servidores, a veces rallando en servilismo, se desploma con los altos precios; con una Procuraduría del Consumidor que permanece ajena.
Mostrar la belleza e importancia del pasado histórico, los paisajes, las zonas de recreo y todo lo grato que tiene un país es válido y representa no solo un orgullo, sino un reconocimiento de quienes acuden a disfrutarlo.
Es. además, una fuente de buena cobertura económica. Pero queda siempre la idea, de que los gobiernos al nutrirse del pasado y de la naturaleza- en los que no han aportado nada -, se atienen a lo que existe sin que hayan movido un dedo y descuidan cuestiones fundamentales, el campo, la industria, la producción en suma.
Es un poco como esa actitud de mantenido que asume el gobierno mexicano ante las divisas de los migrantes, respecto a las cuales no tiene porque sentirse orgulloso, ya que las envían personas que fueron en su mayoría expulsadas del país.
En este momento se hace la alharaca de que México está en el octavo lugar turístico, reconocido por la Organización Mundial de Turismo (OMT).
Se habla de 35 millones de turistas en el último año y de un ingreso de 19 mil 600 millones de dólares, lo que coloca al país en el número 14 en ingreso de divisas por turismo.
Se presume además, de que ese sector creció casi el 5 por ciento en los últimos tiempos.
La pregunta es, ¿como se refleja en el bienestar de los mexicanos? Países como Grecia que poseen las más extraordinarias bellezas de la antigüedad tienen problemas económicos, lo mismo puede decirse de otros, como Italia, que está en el quinto puesto de visitas turísticas, con más de 48 millones en el último año.
El 17 de agosto, se informó que en los últimos 9 años, el turismo en la Ciudad de México aumentó 40 por ciento su aporte y dejó una derrama de 24 mil 991 millones de pesos.
¿Y que ha sido de ese dinero?, porque en el mismo medio, Mancera les advierte a los ancianos que su pensión está segura, pese a “los momentos difíciles que vivimos (que) provoca que muchas veces nos invada la incertidumbre…” La mucha lana que produce el turismo y que es motivo de orgullo, ¿no es suficiente para resolver problemas sin tener que recalcar lo que obligan las leyes y mucho menos, retener pensiones como se viene haciendo desde hace más de dos años? En otros niveles, federal y local, se ve lo mismo, pese a la presunción permanente acerca de sectores que repuntan.
Se les olvida que para seguir viviendo del pasado, hay que invertir en el presente.
Y sobre todo, cuidar el entorno para que no perjudique a los nativos.
Los grandes viajeros, turistas empedernidos de la curiosidad y la investigación, no siempre fueron bien recibidos por los pueblos.
El gran viajero Herodoto cuenta en algunas de sus anécdotas las reacciones de los pueblos que visitaba; lo mismo hacen sobre México Humboldt, D H. Laurence. Graham Greene, Jack London y otros viajeros y escritores.
Somerset Maugham quien recorrió el mundo oriental y todas las colonias que tenía su patria, Inglaterra, describe las emociones de los nativos ante ingleses y estadounidenses y el conciliábulo que se daba entre ellos frente a los extraños.
Lo hace en La carta (llevada al cine por William Wyler), y en varios de los cuentos algunos publicados en la recopilación del título Lluvia (Argos Vergara 1983).
El propio Nobel Albert Camus, al hablar de su amada Argelia pone los acentos en algunas taras de esa tierra, para advertir a los paseantes.
Y al final les advierte en su relato Pequeña guía para ciudades sin pasado (edhasa 2000) “¡No, decididamente no vayan a ese país aquellos que sienten su corazón tibio, aquellos cuya alma es una bestia pobre! Pero para aquellos que conocen los desgarramientos del si y del no, del mediodía y de la medianoche, de la rebelión y del amor, para aquellos, en suma, que aman las piras erigidas frente al mar, hay allá una llama que los espera”.