“Si la calidad de nuestra vida política es el resultado de la ‘transición a la democracia’, entonces es claro que arribamos al lugar equivocado”, nos dice con agudeza Lorenzo Meyer al analizar la “transición mexicana”. El proceso electoral 2018 nos lo confirma plenamente, pero algo similar ya ha ocurrido en años anteriores.
La expresión máxima de la democracia, el momento de elegir a nuestros gobernantes, se ha convertido en un serio riesgo para la vida democrática. Pero lo es, por los valores antidemocráticos que priman en ella y que ha conducido a la desconfianza de la ciudadanía respecto a las instituciones, los partidos, candidatos y la calidad del proceso.
En México, de acuerdo a E-Cívica, sólo un 38% de su población apoya a la democracia, pero nada más el 19% se encuentra satisfecho con ella y únicamente el 17% se siente representado en el congreso y el 26% tiene confianza en la limpieza de las elecciones. Esto es, el debilitamiento de la democracia está en serio riesgo. Y el peligro no es un candidato en particular, sino un régimen que ha construido un abismo entre las cúpulas en el poder y la sociedad mexicana con toda su diversidad y pluralidad.
Ya el Informe Latinbarómetro alerta sobre estos riesgos, que ocurren no sólo en México: “El lento declive de la democracia es invisible, como la diabetes, podemos constatar la existencia del problema, pero, salvo excepciones, los países no acusan síntomas que llamen a la alarma de los actores políticos y sociales”. Hay síntomas, sin embargo, en el contexto internacional y nacional que nos hablan de los peligros que corre la democracia y que es oportuno recordarlos.
En 2016, en Colombia una exigua mayoría de quienes acudieron a las urnas —menos de la mitad de electores— decidieron decir NO a la paz. Los impulsores de la campaña por el no, revelaron que manipularon la información, mintieron y esgrimieron tendenciosamente datos para presentar como un voto por la impunidad, el aprobar los acuerdos de paz con la guerrilla colombiana.
En Inglaterra, con una participación del 72% del electorado, ganó la separación de la Unión Europea. Los promoventes de la escisión basaron una campaña en los peligros de la mayor presencia de inmigrantes y la superioridad del pueblo inglés.
En Estados Unidos, el republicano Donald Trump ganó la presidencia tras una campaña basada en el odio contra los inmigrantes, los musulmanes, la superioridad de la raza blanca, el endurecimiento contra las disidencias. Valores antidemocráticos de sí.
No vayamos tan lejos. En México, tardamos décadas en construir instituciones democráticas, para que, en unos años, la clase política y los partidos las destruyeran. La pluralidad partidista, se ha convertido en una homogénea clase política que defiende sus intereses y se aleja de la sociedad. Las elecciones, no son sino espectáculos mediáticos en los que poco importan las propuestas serias y se basan en promesas que construye la mercadotecnia.
Cual empresas mercantiles, partidos no dudan en violar de manera sistemática la ley, para tener ventajas ilegales sobre sus competidores. Jóvenes promesas de sus partidos, que ganaron sus elecciones en distintas entidades, ahora están presos o tienen órdenes de aprehensión ante los desmedidos hechos de corrupción. Pero una veintena más debería estar en capilla.
En Oaxaca, la esperanza democrática que condujo a la alternancia en 2010, terminó en un caos, con déficit financiero, acusaciones de corrupción desmedida, altos niveles de inseguridad, amplias zonas de ingobernabilidad. Esto es, sólo equiparable a los gobiernos que lo precedieron en la docena trágica de Oaxaca (1998-2010). Justo contra los que votó la sociedad oaxaqueña en 2010.
Un peligro justo cuando, como coinciden analistas y reconocen candidatos, en juego se encuentran dos visiones de país: la que marca la continuidad del modelo económico imperante, representados por las candidaturas de Anaya (PAN-PRD-MC), Meade (PRI-PVEM-PANAL) y Zavala (panista “independiente”) y una opción más ligada a la izquierda, a la tradición del nacionalismo revolucionario y opuesto a la depredación económica neoliberal, que encabeza López Obrador (Morena-PES-PT).
Sin embargo, lejos de contrastar propuestas, las mentiras, las campañas sucias, las descalificaciones, como ha sucedido en otras elecciones presidenciales, son las que prevalecen y buscan desorientar el voto; ahora está claro que mayoritariamente ese deleznable ejercicio se dirige fundamentalmente contra el candidato puntero, López Obrador.
Y el empleo de valores antidemocráticos, de mentiras y violencia verbal, es un serio peligro para la democracia. El antídoto, por tanto, es el análisis crítico, la participación informada y comprometida. Ejerzámoslo así en este 2018.
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