LIBROS DE AYER Y HOY
Las muchas voces que ahora se alzan del priísmo, las advertencias de que volverán que suena a amenaza, se da mientras la triste realidad de su soberbia los apabulla y cuando aún el sistema se retuerce para enfrentar no a un hombre, sino a un pueblo que se alzó pacíficamente a través del voto.
Ahora reconocen que no hicieron lo debido, que el partido se confió en los triunfos de siempre, aunque no dicen que se debía a la máquina utilitaria del estado.
Tampoco se enfrentan al culpable de la debacle -en cuatro meses y cacho dirán su nombre completo-, lo hacen indirectamente y hay quienes ya se lanzan contra José Antonio Meade -un extraño del partido, un foráneo, acusan-, que le dio el puntapié a lo que quedaba de lo que se llamó el partidazo.
Lloriqueos que no reconocen que los culpables fueron ellos por aceptar todas las imposiciones y por haberse quedado callados y -lo que resiste apoya decía Stendhal, en voz de Reyes Heroles-, ante todas las incongruencias que cometía el gobierno. La lealtad a toda costa los perdió.
No hay una sola autocrítica a fondo -al menos de lo que se lee- y hubo un caso crucial que fue mencionado en análisis públicos, que no les merece una opinión : es el de las encuestas propias, de las que el mismo ex dirigente René Juárez ha dicho que fue un engaño.
De acuerdo a esa postura, ellos confiaban en sus encuestadoras y sí creyeron que las encuestas que daban a un puntero durante meses, eran mentiras y podían ser revertidas en la votación.
Juárez no advierte desde luego, que confiaban en el fraude -que algunos sostienen que fue suspendido ante la avalancha de votos-, y que por el contrario realmente creían en las encuestadoras contratados por ellos mismos ¿Alguien puede creer que priístas con espolones, curtidos, conocedores de la trampa política, no tomaran en cuenta que las encuestas tan repetitivas de casas confiables, tenían razón? ¿Estaba convencido Meade, un tecnócrata experimentado en cinco secretarías, de que ganaría? Al menos lo demostraba por la convicción con la que auguraba su futuro triunfo.
Lo que más decepciona de los priístas -y del tecnócrata-, no es su presunta ingenuidad, sino el hecho de que confiaran en la trayectoria de siempre para seguir usufructuando un poder desprestigiado, abusivo y depredador. Si es eso lo que quieren recuperar, ¿para que volver?
JUAN MARSÉ: UN DÍA VOLVERÉ, PERO LAS AVES FENIX SON UN MITO
Tres adolescente orinan, un día de farra y en pleno franquismo, sobre un cartel con la imagen del Caudillo.
Así comienza la excelente novela del catalán Juan Marsé Un día volveré (Plaza & Janes Editores S.A. 1998), obra de desaliento, que navega por los caminos recorridos por el autor en torno a la revancha sepultada por la gran población republicana, que perdió ante el dictador Francisco Franco, y que sueña con reivindicarse.
Es el caso contrario de lo que ocurre en México. Aquí los que quieren volver son los que deprimieron al país.
Las novelas de Marsé resuman la desesperación de los que lucharon y tuvieron que convivir con un sistema corrupto, vil y represivo durante muchas décadas y de ver como iban bajando banderas muchos de los que estuvieron con ellos.
Todavía debió sentirse esa desesperación con los gobiernos posteriores al franquismo, un PSOE que cedió a través de Felipe González a las existencias del poderoso franquismo que aún quedaban y sentir la avalancha de tipejos como Aznar y como Rajoy.
La historia -en otra ocasión contada aquí-, se refiere al viejo boxeador, pistolero y luchador contra Franco, que regresa de la cárcel donde ha estado 13 años y es considerado la gran esperanza del pueblo catalán al que retorna.
Jan Julivert Mon, es el álter ego de millones de republicanos que fueron envejeciendo en sus deseos y lo demuestra en la forma como va dilapidando su fama ante los que confiaban, para terminar en un simple recuerdo de lo que fue.
Algunos analistas solo han querido ver en esta novela el regreso de un amante que busca al hombre que dejó antes de ser encarcelado. Pero eso es otra parte de la historia.
La verdadera intención del autor se desliza a la frustración de muchas décadas de la gran mayoría española y lo terrible de los anhelos sepultados.
Hay una gran diferencia con el pueblo mexicano que ahora reivindica sus esperanzas. La “dictadura perfecta”, aniquilada, pretende levantarse de sus cenizas. Pero las Aves Fénix son un mito.
La novela termina con el hijo del narrador orinando en un jardín que oculta muchos anhelos perdidos-una pistola vengadora entre ellos-, como una forma de marcar la muerte final de los sueños.