Viajé a Bolivia en 2005 y luego en 2009, antes y después del triunfo de Evo Morales. La primera visita fue para participar en un taller de capacitación a observadores electorales; la segunda, una intervención en un seminario de participación ciudadana.
La Paz es una olla, una ciudad caótica y fría. Una tarde quedé de ver a una amiga en el Paseo del Prado. Mi amiga tardaba en llegar. Antes de salir del hotel tomé cuatro tazas de mate de coca, hacía frío. Empecé a caminar como loco buscando un baño.
Llegué a la Plaza Murillo, había un hombre que estaba haciendo contorsionismo, al que no vi hasta que trastabillé con él y patié su cajita con monedas. Hice un esfuerzo sobre humano para levantar una a una sus monedas, en tanto el hombre me veía fijamente con su cara de contorsionador.
Terminé de arrejuntar su dinero y corrí al baño, que me esperaba a una cuadra. Agradecí a la Pachamama ese momento que me hizo entender más Bolivia, la paranoia aimara.
En 2005 Evo ya era una leyenda. Era el gran dirigente de los cocaleros, además de diputado, que lo mismo tomaba carreteras y edificios públicos, y a la vez se sentaba a negociar y pactar con los hombres del poder.
En 2009 Evo estaba ya sentado firmemente en el gobierno y había decretado el Estado Plurinacional; iba por la reelección que ganaría sin problema.
La fuerza del MAS crecía, lo mismo que su gobierno. Se hablaba en Bolivia del salto tecnológico por la producción de hidróxido de litio.
Sin embargo, en ese tiempo, en 2009, ya iniciaba una disidencia política a erosionar el poder conquistado por Evo Morales. Raquel Gutiérrez había escrito su libro “Los ritmos del Pachakuti”, que era una abierta crítica al modelo político económico de Evo Morales y García Linera, a lo que llamó el “Capitalismo Amazónico”.
Raquel Gutiérrez sostenía que el triunfo electoral de Evo interrumpió el proceso revolucionario del pueblo boliviano y de las organizaciones de masas, que habían emergido con fuerza en episodios como la Guerra del Agua en Cochabamba y la Guerra del Gas en El Alto.
En las dos ocasiones que estuve en Bolivia siempre afloró el debate y la discusión.
Guardando las proporciones, observé una cierta semejanza entre Bolivia y Oaxaca, por la diversidad cultural de sus pueblos y organizaciones, por sus movilizaciones constantes.
La cosmovisión aimara y su constante reescribir la historia o hacer una contrahistoria, en cierta medida, y a distancia, definía esas culturas del altiplano.
En un vuelo de regreso de Bolivia expresé a mis compañeros de viaje mi deseo de conocer Cochabamba. A los veinte minutos de haber despegado escuchamos la voz del piloto: por fallas en el tren de aterrizaje tendremos que hacer una escala en Cochabamba.
Por supuesto que no quería conocer Cochabamba por ese motivo. Aterrizamos de manera un poco accidentada y estuvimos dos horas varados en el aeropuerto.
Cosas de Bolivia. Ahí todo puede suceder…
DE GOLPES Y BIBLIAS
“Ha vuelto a entrar la Biblia al palacio”, declaró el líder de la oposición golpista de Bolivia, Luis Fernando Camacho, después de la renuncia forzada de Evo Morales.
En México, de acuerdo con estudios sobre análisis de discurso, en 20% de las mañaneras, el presidente Andrés Manuel López Obrador, cita la Biblia.
Mientras en el palacio de Bolivia, de acuerdo con Camacho, va a entrar apenas la Biblia, en México ya habita desde hace casi un año.
La sentencia popular afirma: “Pocas cosas hay tan peligrosas como un político que siente que trae a dios en el bolsillo”.
*Director de Radio Universidad, UABJO.