LA SUAVE PATRIA
Luis Alberto García / Oaxaca, Oax.
* Arte, historia, cultura y naturaleza en la antigua Antequera
* Fernando Benítez supo dar profundidad a nuestros indígenas.
* La belleza y el arraigo étnico en los Valles Centrales.
* Magnificencia de los templos de Santo Domingo y del Rosario.
* Para Pablo Neruda, México estaba representado en sus paliacates.
* Tejidos, bordados y sombreros en el mercado 20 de noviembre.
De Teotitlán del Valle y San Bartolo Coyotepec, de San Martín Tilcajete a Hierve el Agua y San Pablo Teposcolula –en un itinerario que también incluye a Santa María del Tule y Mitla–, hay que gozar de la presencia del arte y la naturaleza en todo su esplendor, como alternativas únicas y completas que ofrecen las poblaciones cercanas a la capital de Oaxaca.
Todas esas maravillas son para quienes buscan conocer lo más genuino del México profundo en un viaje sin límites por los entornos de la bellísima ciudad histórica que posee cultura, raigambre, costumbres ancestrales y unos habitantes generosos y llenos de vida..
Desde el valle de México hasta el Istmo de Tehuantepec, del Golfo de México al Océano Pacífico, se extienden territorios que tienen a Oaxaca como epicentro de historias cuyos paisajes milenarios forman parte de los pasos que hemos seguido los viajeros que disfrutamos de ellas, y de la cortesía de los oaxaqueños que profesan el arte de la hospitalidad.
Esa huella queda en la fisonomía de los pueblos indígenas, en las culturas originarias que tienen en Oaxaca la mayor emergencia de grupos étnicos y lenguas mesoamericanas concentradas en una región sin igual por sus costumbres, artesanías, rituales, música, fiestas.
También su gastronomía y otras muestras culturales de ese territorio que, con toda razón, el escritor y maestro Fernando Benítez –quien supo dar profundidad y valor a la saga de nuestros indios- llamó “el país de las nubes” en una de sus obras monumentales dedicadas a la patria mexicana.
Las estribaciones de San Felipe del Agua, en el valle donde se asienta la antigua Antequera –hoy capital del estado- son el sitio, el espacio magnífico que permite relajarnos integralmente con sólo mirar la ciudad a manera de balcón panorámico hacia ella.
Con impaciencia para ir a comer al centro, imaginamos el pollo en mole negro, coloradito, chichilo, verde, amarillo o mancha manteles, además de chapulines dorados, empanadas y quesadillas, cecina y quesillo, que deben ir bien acompañados de mezcal y su respectiva rebanada de naranja con chile piquín o, para los abstemios, una nieve de garrafa.
El menú de Oaxaca no se agota si de postres o bebidas dulces se trata: tejate de maíz y cacao, plátanos endulzados, nieve de pétalos de rosa o de tuna roja con leche quemada, como en el mercado o en el carrito del nevero de la esquina de cualquier plaza de la ciudad capital.
Oaxaca hipnotiza por su belleza y arraigo étnico, cabecera de los Valles Centrales, zona culturalmente variada con maravillas infinitamente antiguas como los vestigios de Monte Albán y Mitla y escenarios naturales que también deben visitarse.
La puerta grande para adentrarse en ella es el ex convento de Santo Domingo, construcción de mediados del siglo XVI, en cuya planta alta se ubica el Museo de las Culturas de Oaxaca, que expone la historia del estado.
A lo largo de numerosas salas permanentes y temáticas se muestran piezas arqueológicas y detalles relacionados con las culturas mixtecas y zapotecas que, durante siglos, dominaron estos parajes de leyenda.
Sigue la capilla del Rosario y su cúpula gallonada descansando sobre un tambor octagonal y sus nichos de columnas salomónicas decoradas en baño de oro que, resplandecientemente, causan admiración en el techo por sus 24 pinturas de santos, rematadas con un óleo de la virgen dentro del templo de Santo Domingo.
De sencillez extrema –igual que la basílica de la Virgen de la Soledad-, la catedral de Oaxaca tiene una hermosa fachada principal barroca del siglo XVII, con nichos, marcos, relieves florales y esculturas, entre las que destacan las de San Pedro y San Pablo.
El poeta chileno Pablo Neruda dijo con sabiduría que –además de todo México representado en sus paliacates de colores-, de Oaxaca se quedaba de por vida con la historia y la cultura que se respira por sus calles, y por supuesto con las delicias que hay en sus mercados.
Para probar los más genuinos y verdaderos sabores de esta ciudad prodigiosa –no sin antes atravesar a pie la plaza principal con su algarabía y el Palacio de Gobierno de cantera verde como todos los edificios del centro histórico- es imprescindible recorrerla pacientemente.
Y así hasta llegar al cercano mercado 20 de noviembre para admirar y adquirir tejidos, bordados deslumbrantes, sombreros de palma o de fieltro negro, sin dejar de perdonar una probada a la incomparable gastronomía lugareña, cuya descripción se antoja leer ya, al término de la distancia y de inmediato y seguir hacia otros rumbos de esta bendita tierra.
*Premios Nacional de Periodismo / 2011, 2015, 2019 / Categoría Crónica.