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Desaparece el hermano del principal buscador de migrantes en México

+ Freddy Díaz Figueroa, de 40 años de edad, desapareció en el estado de Quintana Roo. Fue en algún paraje de la Riviera Maya donde se había mudado en busca de trabajo

CIUDAD DE MÉXICO, febrero 23 de 2021.- El activista Rubén Figueroa, una pieza clave en la localización de 420 migrantes centroamericanos desaparecidos en la última década en México se encuentra frente a uno de los retos más impactantes de su vida: encontrar a su propio hermano.

“Por las mañanas hago el trabajo de buscador de siempre y por las noches… ¡lloro!”, cuenta en entrevista con este diario en medio de un ir y venir por diversos estados del país como un sabueso que olfatea pistas por brechas y caminos, entre las ciudades y el campo; entre el tren y la playa. “No es nada fácil enfrentar esto”.

Freddy Díaz Figueroa, de 40 años, desapareció en el estado de Quintana Roo. Fue en algún paraje de la Riviera Maya, donde se había mudado en busca de trabajo. Entre Playa del Carmen y el paradisíaco balneario de Tulum.

Eliú, un amigo de Freddy, le había pedido que acompañara a él y su hermano René a recoger algunas cosas en el rancho “San Carlos”, donde las guardaba. Pero nunca llegaron por ellas.

Desde que se mudó del estado de Tabasco a la Riviera Maya en busca de trabajo, Freddy se comunicaba constantemente con la familia. Hablaba con sus dos hijos de ocho y seis años y con su mamá. Por eso les pareció extraño que pasaran lo días sin noticias desde la tercera semana de junio de 2020. Así comenzó la angustia de pensar que uno de los suyos se convirtiera en una cifra más entre los más de 80,000 desaparecidos que suma el país.

Los datos contundentes y espeluznantes: los desaparecidos en este país pueden terminar en fosas clandestinas como bien lo reconoció el gobierno recientemente al dar a conocer los datos oficiales sobre el hallazgo de 4,974 cuerpos en 3,024 fosas desde 2006 hasta la fecha. De ellas, 524 localizadas en 2020.

Los desaparecidos también pueden ser parte de los restos humanos no identificados por una mala integración del expediente, por la falta de pruebas de ADN o porque en los ministerios públicos no registraron los datos de identificación del cuerpo (aunque la hubiera) por negligencia o por falta de tiempo, personal…

Rubén Figueroa sabe a detalle sobre todo el horror de las desapariciones en México porque ese ha sido su trabajo: buscar gente. Particularmente centroamericanos para el Movimiento Migrante Mesoamericano, la organización civil que ayuda a madres salvadoreñas, hondureñas, guatemaltecas y nicaragüenses a rastrear a sus hijos que iban hacia Estados Unidos.

Huele pistas a través de las redes sociales, de fotografías, de entrevistas en los lugares donde se vio por última vez a los infortunados; escribe correos, tramita visitas a algunas cárceles y así mueve los hilos que lo llevan a los indicios. Puede ser alguien que recuerde, alguien que haya visto, que haya escuchado…

La última noche, Rubén Figueroa no durmió pensando en nuevas estrategias, en una iluminación o nueva pista. Después de todo, él es el experto, el que ha encontrado 350 migrantes dentro del trabajo para M3 y otros 70 en búsquedas que ha emprendido por su cuenta. Entonces, ¿dónde está Freddy?

La última vez que éste llamó a la madre fue con el teléfono de su amigo Eliú. Rubén Figueroa no dudó en marcar y marcar hasta que contestó Samuel, el papá. Así supo que eran tres desaparecidos porque en el mismo coche iba René, hermano de Eliú, y que la otra familia no estaba tan preocupada. “Es normal que a veces no se comuniquen”, dijo el hombre.

Pero los días pasaban y los malos pensamientos volvían. El estado de Quintana Roo, donde se encuentran varios de los complejos turísticos más importantes del país, es disputado por grupos del crimen organizado por las ganancias que deja la venta de droga, la explotación sexual, el cobro de derecho de piso y las extorsiones a bares.

Organizaciones como el cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ha consolidado algunas empresas que le sirven para lavar las grandes ganancias que obtienen por sus actividades ilícitas.

Ahí se ve de todo. Un reporte de la organización internacional Insigh Crime, recuerda puntualmente asesinatos de políticos locales en  2020 como el alcalde Mahahual, Obed Durón, cuando pretendía puso una barricada con la cual se pretendía detener la propagación del coronavirus que pudo estorbar a los capos para sus actividades ilícitas.

O el de  Alfredo Flores Manzanilla, coordinador local del Partido del Trabajo, en Tulum —cerca de donde despareció Freddy— Y, Román Guzmán González, ex diputado del Partido de la Revolución Democrática en las afueras de Bacalar, un balneario cerca de la frontera con Belice.

Ahí, en Playa del Carmen, la fiscalía del estado encontró a 21 mujeres de entre 21 y 25 años que fueron obligadas a trabajar. Muchachas de  Venezuela, de Argentina, Colombia, Alemania y México mientras los desaparecidos se cuentan por decenas sólo en esa zona.

Hace unos días se busca en la zona a Nirvana Sánchez, una jovencita de 17 años y a Daniela Cruz, de 16; se buscan los restos de María Monserrat Leyva, de 27 años, y Ricardo Co, de 28; hace unos días que no se encuentra al dueño de la compañía turístic Price Travel, Edgar Lorenzo Vargas, de 31…

La pandemia hace mil veces más complicada la búsqueda, dice Rubén Figueroa. Las madres centroamericanas que buscan a sus hijos, por ejemplo, no pudieron venir los primeros días de noviembre pasado como todos los años y tuvieron que conformarse con encuentros virtuales con las autoridades para exponer sus problemas.

Rubén Figueroa intenta ayudarles a su modo, como siempre y aunque partido en dos. Para localizar a su hermano presentó la denuncia ante las autoridades y dio las muestras de ADN con pocas esperanzas. Más bien, para no quitarle la responsabilidad que tiene el Estado. Es el gobierno el que debería responder y no los familiares aunque éstos lo hagan por inacción del otro.

“Teníamos la esperanza de  que con el nuevo gobierno iba a ser más fácil la búsqueda, pero nada ha cambiado: sigue la impunidad y los casos son cada vez más cercanos, un vecino, un amigo, mi hermano…”, detalla.

“Sé que la desaparición es un dolor que nunca sana y no me gustaría que mi mamá lo viviera. Ahora, todavía tiene fe, pero, ¿cuánto tiempo más?”.

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