Libros de ayer y hoy
El consumo en el país abarca por lógica el ciento por ciento de la población aunque las formas de consumo e inversión sean diferentes. Si las seis partes de la población mexicana son de clase media baja y casi la cuarta parte de clase media, de hecho el gran consumo popular y medio se realiza en todo el país y es a los que ejercen su derecho como consumidores a los que debe proteger la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) ¿Protege bien realmente?.
Las alzas sorpresivas de precios, ese extraño mecanismo de los sistemas digitales que alteran los precios a solo metros de que el consumidor los vio anunciados en carteles con precios diferentes, debe de estar en miles de denuncias pero es lo mismo. Ese abusivo mecanismo que singularmente siempre protege a la empresa, tiene varios años y ahí sigue constante y es una agresión permanente al que consume. Millones ganan las empresas, sobre todo de autoservicio, por ese que ellas consideran error.
Otra evidencia que al parecer no alerta la Profeco, es el cambio brusco de aumento de precios antes de campañas de ofertas, lo que resulta ilógico para el consumidor, pero que sigue la línea de quedar como antes una vez pasada la campaña. Pero da la casualidad de que los precios vuelven a subir después de esas campañas. Para RIpley, pero eso es parte de las muchas estrategias comerciales. Algunas de las cuales se han aplicado cómodamente pese a la pandemia. Como propósito comercial es entendido, pero millones de consumidores resultan perjudicados y el organismo oficial debería fijar límites sobre todo a productos de consumo general. El alza de carnes y frutas son algunos de ellos.
Muchas dependencias oficiales ante un consumidor desatendido
El consumo implica muchos actores y factores y se estanca negativamente, por lo general en el trabajador que depende de las grandes tiendas y en el consumidor de pocos o regulares recursos. Se supone que las instancias del trabajo tanto federal como estatal deberían vigilar los salarios que se pagan, irrisorios a cajeras, personal de oficinas y servicios de limpieza en esas tiendas, a los que tienen a disposición en horario corrido y a los que no apoyan ni siquiera con botellas de agua, como se ve en todas las cajas, por ejemplo.
No hay cursos de adiestramiento para tratar al cliente, que es finalmente del que viven esas empresas. Dentro de las contrataciones que permiten uno de ellos es el de los estacionamientos con trabajadores que no ganan salarios por cuidar carros, servir al cliente y que por el contrario pagan una cuota semanal por tener derecho a ese trabajo. No obstante, son utilizados por las empresas para barrer, acomodar carros y pintar líneas, Los obligan a levantarse al amanecer.
El consumidor que lleva su carro aparte de ir a comprar tiene que pagar el consumo del estacionamiento y últimamente con la cancelación del plástico que al parecer se ha suspendido temporalmente, tiene que comprar sus propias bolsas para envolver. Además, paga esa envoltura con el regreso de los ancianos que envuelven alimentos. Todo en contra del consumidor y el trabajador ante el gran negocio de empresas que nunca pierden.
Volviendo al tema del plástico ha aparecido en escena una forma de violar su uso a través de la fabricación de utensilios que se entregan en buena parte de los productos. Yo acumulé en menos de un mes, alrededor de 30 de esos utensilios que por su dureza, son más peligrosos para la depredación de las especies marinas.
Las tiendas de los horrores y un consumidor atrapado
La realidad del consumo, rebasa todas las teorías económicas, porque es lo que está a la mano y en la necesidad inmediata de un consumidor que en buena parte es trabajador, ama de casa, proletario, campesino, de una clase media que se mueve a los tendajones en busca de ofertas porque su estatus ha devenido a la baja.
Todo se convierte en una especie de horror cotidiano porque la necesidad de comer, sobre todo, es vital. Y era vital la extracción que hacía aquella planta carnívora de La tiendita de los horrores, como muchas tiendas lo hacen para ir depreciando la economía y por ello la salud del consumidor. Dos filmes se basan en la comedia musical de la mencionada tiendita, una de 1960 dirigida por Roger Corman y la de 1986 de Frank Oz.
La sangre que precisaba esa planta para subsistir convirtió al humilde dependiente de la tienda, en asesino. Menos mal que es comedia, que fue escrita por el letrista Howard Ashman. Ambas películas son consideradas de culto actualmente. En la primera hizo su aparición por primera vez el famoso Jack Nicholson en un papel secundario. En la segunda se dio vuelo Rick Moranis.
Hay un libro que se llama igual La tienda de los horrores, publicado también como Escalofríos, de la autora Betsy Haynes que por un tiempo vendió Amazon y que fue publicado en 1996 por la editorial Molino en Barcelona. Las películas causaron mucho impacto y desde luego, en ambas había una especie de metáfora de lo que hacen las tiendas en la vida real, que en el caso de México, no tienen al parecer mucha comparecencia de la presunta defensora del consumidor: la Profeco.
Teresa de Jesús Gil Gálvez
Nací en La Colorada, Sonora, estudié en la Universidad de Sonora que me dio mención honorífica por mi tesis La libertad de prensa en México. En la UNAM hice estudios de maestría en Ciencias penales. En medios sonorenses trabajé, desde la adolescencia, en los más importantes del estado y en julio de 1972 salí en un tren hacia la gran capital, donde he trabajado en medios importantes, diarios, semanarios y revistas, con breves retiros al mundo entre ellos una corresponsalía en España.
Colaboradora desde enero de 2017.