Libros de ayer y hoy
El ataque a Ciro Gómez Leyva, ha terminado por exhibir los puntos ciegos de parte de lo que se llama cuarto poder. Después de conocer opiniones y argumentos -aunque se mezclen otros grupos en peores situaciones-, da preocupación observar el tipo de periodismo que tenemos, salvo honrosas excepciones y ver y leer los efectos que causan en algunos de sus congéneres.
La situación no es rara porque cada vez que ocurre algo en el país, la gente no va ante la autoridad responsable de su zona, sino que se viene con toda la indignación que porta, a la gran ciudad. Después de escuchar a un periodista sostener en el Senado que todos los días matan periodistas en el país, me pregunté cuál es la verosimilitud que confrontan esos mentirosos.
En este caso, esos mismos grupos se jalan al lugar oscuro en donde las apreciaciones personales son las que definen la verdad. Los conceptos de la información viajan entre la percepción personal y los datos explícitos que busca la autoridad. Pero estos no les interesan porque su punto ciego ya determinó cual es la verdad que hay que presentar.
Los puntos ciegos de los medios opositores, los están descarrilando
Siempre que leía El punto ciego de H.H.Munro, más o menos me imaginaba cuál era ese punto que le da título al famoso cuento del inglés mejor conocido como Saki. Pero tiempo después empecé a confundirme cuando dentro de la campimetría que me hacían en el ojo derecho -golpeado por culpa de Gas Natural Fenosa que dejó una fosa abierta-, el punto ciego que tenía que evadir era totalmente luminoso. Nunca me explicaron por qué.
Ahora que vienen a cuento los puntos ciegos con la agresión a Ciro, recordé que en relación a mi ojo, le pregunté a la arquitecta, maestra e investigadora de la UNAM Esther Muñoz Pérez, qué es realmente ese fenómeno y me respondió que es un concepto que no existe en arquitectura. Es más bien algo que no se ve, que no se capta en la línea de una perspectiva, como suele suceder, por ejemplo, en el espacio que queda fuera de los espejos retrovisores de un carro. He ahí una causa, otro ejemplo, de los muchos atropellamientos de motociclistas y ciclistas.
Los que mejor pueden explicarlo son los oftalmólogos y comienzan con la vieja teoría del filósofo y matemático Edme Marotte, quien descubrió en 1668 ese fenómeno perceptivo en el que nos acecha la oscuridad. Está en el polo posterior del ojo que carece de células sensibles a la luz, perdiendo toda sensibilidad óptica. Tal fenómeno ha dado para mucho en la filosofía y en las artes. Marotte decía que hay momentos en que vemos algo que no existe y que deja vacía nuestra imaginación. O metafóricamente como lo sostenía Conan Doyle, es ver algo que uno no está viendo.
El punto ciego utilizado, revela la verdadera catadura del acusador
Lo singular en el caso actual, es que los puntos ciegos que tanto se han mencionado son los más reveladores y paradójicos de la trama, porque no explican por qué el señalamiento es directo, cuando no aportan ninguna prueba. La que en todo caso, que es fundamental, está en la historia personal del que señalan. En las viejas historias de los inocentes a los que se quería culpar, la acusación era fundamental aunque las pruebas no existieran.
Al legendario Cristo le ocurrió. Y por el contrario, en otros casos de plena culpabilidad el punto ciego se utiliza para neutralizarla ¿Cuántas veces lo utilizó el PRI en su largo dominio? Así lo planteó H.H. Munro -ya lo hemos mencionado en otra ocasión-, quien nació en Birmania, pero era de origen inglés y se educó en Inglaterra. Está considerado dentro de los 30 mejores cuentistas del mundo y su libro más famoso Los increíbles cuentos de Saki (Organización Editorial Novaro S.A. 1967) describe a una sociedad inglesa deslindante, altiva y cruel.
Son cuentos irónicos de gran sentido humorístico, que recuerdan a Oscar Wilde y que exhiben la pedantería de una clase social privilegiada, inmersa en sus propios intereses. El punto ciego relata la forma como un noble destruye las pruebas que involucran a su cocinero en un grave crimen. Al interrogarlo, responde que el cocinero – y quizá ahí está el punto ciego-, puede ser un asesino vulgar, “¡pero es un cocinero muy poco vulgar!”.
H.H. Munro participó en la Primera Guerra Mundial y murió durante un ataque a su trinchera, a los 46 años. Sus últimas palabras pueden ser útiles a los que luchan contra el tabaquismo, “apaguen ese maldito cigarrillo”.