Utopía
Cualquier movimiento social sufre el desgaste con el paso del tiempo, más si es una década la transcurrida desde el 26-27 de septiembre y todavía más si la dirigencia que se presenta como abogados y defensores y que en realidad son los que encabezan, incurren en errores de conducción que la soberbia les impide asumir y tomar medidas correctivas y optan por responsabilizar a otros actores políticos y victimizarse, como si no fuera suficiente la situación de tener a 43 desaparecidos que con alguna regularidad queda en segundo plano la exigencia por su localización y la retórica de la confrontación se coloca en primer lugar.
Lo más notable de la conmemoración de la primera década de la Noche de Iguala en la Ciudad de México el jueves 26, no fue la participación de apenas 10 000 manifestantes, según las autoridades capitalinas, o “más de 10 000” (Infobae), mientras otros sólo hablaron de miles y no faltó el calificativo de “multitudinaria” (La Octava), sino la definición a cargo de un padre de familia en su discurso: “Gobierne quien gobierne, esté quien esté, aun con desprestigios, con descalificaciones, aunque nos pongan barreras, las saltaremos, continuaremos adelante, exigiendo la presentación con vida de nuestros 43”.
La independencia de los movimientos sociales respecto de los poderes institucionales y facticos es básica para que los intereses y demandas de las luchas sociales estén a buen resguardo. Y no es un secreto que la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación desempeñó un papel prominente en las movilizaciones saturadas de prácticas vandálicas en contra de bienes públicos y privados. Y en los últimos tiempos las ONG que apadrinan el movimiento y que en efecto, no son gubernamentales, pero están patrocinadas económicamente por fundaciones y organismos vinculados a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea.
Luego están los desplantes retóricos estimulados por el dolor por la pérdida irreparable de un hijo, pero que no se corresponden con el severo desgaste del movimiento por Los 43 que en sus primeros meses realizó manifestaciones multitudinarias –al decir de expertos– y superiores a la Marcha del Silencio del 13 de septiembre de 1968 que contó con 250 000 asistentes. Es decir, el desgaste es tremendo y uno de los principales administradores del conflicto, el abogado Vidulfo Rosales (y socios) se resisten a tomar nota de lo obvio y optaron por la provocación por sistema. Por cierto, este luchador social del que se escriben maravillas, calificó a los padres de Los 43 como “pinches indios piojosos” (El Universal, 15-IV-06).
En este ambiente en el que una veintena de provocadores, en los que por supuesto habrá algún luchador social, imponen su vandálica voluntad sin que las autoridades los “encapsulen”, contengan, lo que no es sinónimo de represión, vale la pena rescatar el juicio de la Oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos: es “imprescindible” recuperar el diálogo, restablecer la confianza y adoptar acciones renovadas que permitan esclarecer plenamente lo sucedido, develar la verdad y castigar a todas las personas que participaron por acción u omisión en los hechos, frente a “la extrema gravedad de lo ocurrido y los resultados insatisfactorios”.
También rescató el “importante” encuentro sostenido entre la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, los padres y madres de los estudiantes, y subrayó que “el diálogo franco y constructivo es indispensable para revertir el estado actual del proceso y generar los resultados tangibles”. Amén.
Eduardo Ibarra Aguirre
Autor de Utopía. Coordinador del Grupo María Cristina. Perseguido por la Sedena (1993-2002) por difundir la propuesta del ombudsman militar. Demandante laboral del CEN del PRI (1992-93). Editor de Forum en Línea desde diciembre de 1993. Redactor de cinco libros y coautor de ocho. Corresponsal en Moscú (1977-79) y becario en Berlín (1967-68).
Colaborador desde el 12 de abril de 2021.
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