LIBROS DE AYER Y HOY
Adiós, Madrid, dice el malhablado Belascoarán de Paco Ignacio Taibo II, inspirado en una canción de Zitarrosa, tal como lo irán diciendo las huestes del ultraderechista Mariano Rajoy en esa ciudad, que ya no es totalmente suya. Si es que alguna vez lo fue.
En la misma medida en la que los habitantes de la Ciudad de México dejaremos de cantar el México Distrito Federal de nuestro cronista musical Chava Flores. Cambio de rumbo para aquellos, cambio de nombre para nosotros.
Como nos llamaremos en el futuro con la reforma política de esta fracción del país, es algo que no parece preocupar a muchos. Después de todo ser señalado como “capitalino” en el que compartíamos el apelativo con millones de capitalinos en el mundo o distritofederalense, largo y feo, nunca nos preocupó. Tampoco el epíteto de chilango.
Les preocupa a los de Aguascalientes que se llaman hiodrocálidos o a aquellos habitantes lejanos de Óputo que clamaban por décadas el cambio de nombre de su municipio sonorense. Ahora son hidalguenses, nada original, pero menos abrumador. A los de Montemorelos les dicen ombligones, por aquello de las naranjas de ombligo, aunque parece que no les gusta. Igual les pasaba a los regiomontanos de Monterrey, cuando les decían monterreyenos o codomontanos.
A los sonorenses que tenemos mucho tiempo viviendo en la capital nos dicen con jiribilla sonoguachos, por aquello del guacherío que llegaba del sur a devastar. Así como llamaban a los soldados e invasores gringos -green go, ¡verde lárgate!-, desde la época de José Hernández y su Martín Fierro. Y seguiríamos largo y tendido.
Si se aceptara el gentilicio mexica, como propone la antropóloga Amalia Cardós de Méndez, yo me sentiría orgullosa de nombrarme sonomexica. Respecto al cambio de rumbo que se observa en España, todo parece indicar que aunque como mal cristiano Rajoy no puso la otra mejilla cuando se lo sonó un adolescente de 17 años, sus opositores cubrieron el faltante y le dieron duro no solo en la mejilla contraria.
Un punto a favor de la democracia, después de los eventos argentino y venezolano. Paco Ignacio Taibo II sostiene en su pequeña novela Adiós, Madrid que la expresión tiene un sentido no sólo de despedida, sino de resignación, como si se dijera ni modo, no hay para donde hacerse.
La nueva situación de España así parece plantearlo para el Partido Popular, cuyo gobierno ha aplicado el totalitario permanente. Un mandato dividido abre interrogantes a los catalanes que habían sido puestos contra la pared con las amenazas de Rajoy.
La obra de Taibo, novena de su serie con el detective Héctor Belascoarán transcurre en un Madrid de principios de los noventa del siglo pasado con una alusión muy descarada a los amores de Díaz Ordaz y la tigresa Irma Serrano, a la que se dice que el ex presidente cedió joyas históricas y en este caso, el pectoral de Moctezuma. Belascoarán va en su búsqueda para concluir que muy al estilo mexicano, se trató de una gran farsa para obtener una fortuna. Mientras está lejos, el detective suspira por su chilanguismo, cosa que ya no podrá hacer. Ya no seremos chilangos.
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