El conflicto por la candidatura del PRD al gobierno de Oaxaca ha rebasado el ámbito local y ha provocado divisiones entre diputados federales, senadores y la dirigencia nacional de ese partido. Las acusaciones son de todo tipo, desde reproches personales, trampas, corrupción, hasta presuntas alianzas con el gobierno estatal y federal y “negociaciones en la oscuridad”, que se ha publicado en espacios importantes de diarios del centro del país (El Universal, 27/02/16; La Jornada, 27/02/16).
Las advertencias de desbandadas y más fracturas en el PRD, muestran que el caso de Benjamín es un pretexto más para el conflicto y la descomposición que el partido ha sufrido desde hace varios años, debido a la progresiva e indiscriminada postulación de ex priístas con el mero propósito de ganar sin saber con quién ni para qué, y los malos resultados de sus gobiernos.
En Oaxaca, la cuestión es ¿quién gana con el despedazadero de la expresión más importante de la izquierda electoral? ¿acaso Morena que va por cuenta propia a lo que se le advierte como una derrota electoral asegurada? ¿o el PRI, desde donde el candidato a la gubernatura ofrece cobijo a los perredistas inconformes y a todos los “defraudados y decepcionados”? (Noticias, 27/02/16).
El desafortunado trance se coloca como un choque de personalidades que anteponen rencores y revanchismos, como si a los ciudadanos eso les importara. Lo central está en la discusión de un proyecto y de una agenda progresista e incluyente de gobierno, y en una política efectiva de conciliación; es en esto donde deben concentrarse los dirigentes del ámbito nacional, estatal y legisladores de ese partido.
Desafortunadamente, en sus miopías, los dirigentes arrastran a los militantes en sus animadversiones con pretensiones de ir por cuenta propia, alientan la confrontación entre sus bases, quienes en muchas ocasiones ignoran el motivo de las rivalidades aunque de buena voluntad comparten los enojos y las pasiones de sus dirigentes.
El aislamiento de Morena solo puede explicarse en el sentido de que la gubernatura no les importa, que su apuesta está en el mediano plazo con una agenda que no es de la organización local, sino de su líder nacional, y que sigue insistiendo en el personalismo de AMLO y no en lo que pueden aportar sus bases.
Por su parte, el PRI ha respondido con habilidad al alineamiento de sus diversas corrientes, que por tradición vertical muestran disciplina y apego a las jerarquías, aunque ello no descarta el trabajo subterráneo que algunos grupos que se digan presentes y que resultaron excluidos de la designación puedan realizar a favor del candidato de otro partido.
La fuerza que pueda mostrar el PRI no está tampoco en la inclusión ni en la renovación democrática, sino en la persistencia de sus viejos motores de organización corporativa y de relaciones clientelares. El sistema electoral funciona así y el tricolor ha podido importar sus métodos de control a los demás partidos.
¿Cómo resolver los conflictos que se multiplican en estas instituciones? ¿cómo mirar más allá de las rencillas entre actores plagadas de denostaciones personales ? ¿cómo evitar los disciplinamientos verticales y jerárquicos para dar paso a una ciudadanía más crítica y proactiva?
Las respuestas apostarían no solamente al “gana- gana” de los actores políticos, ni a la continuidad del “todo o nada” en las negociaciones o alineamientos de las personas, sino que quienes ganen sean los ciudadanos y en donde se anteponga el proyecto a la persona. La debacle de estos organismos electorales también podría observarse como una oportunidad para la renovación de reglas en donde los electores dispongan de mayor incidencia y no sean convocados únicamente cada periodo electoral.
Los traspiés del PRD, el soliloquio de Morena, el aceitamiento de la antigua maquinaria priísta, la caída del PAN en las preferencias electorales, la creciente desconfianza de los ciudadanos en los partidos políticos, revelan el agotamiento de un viejo modelo político que “afecta la salud pública del país”, debido a que la fuerza de los personalismos debilitan a las instituciones.
Así lo advirtió Daniel Cosío Villegas hace más de cuatro décadas en su libro “El estilo personal de gobernar” (J.Mortíz, 1974), quien mencionaba que la salida a los personalismos debería estar en la información y en la educación de los ciudadanos, no solo en las escuelas, sino en los hogares y en todos los espacios públicos en donde se aliente el debate libre de ideas.
Investigador del IISUABJO. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores Conacyt.
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