PALABRA DE ANTÍGONA.- De cara a la jornada electoral del 1 de julio, estamos viviendo un estado de verdadera tensión que proviene, por un lado, de si habrá o no zonas de alto riesgo, habida cuenta de la espiral de violencia que se vive en México desde hace seis años; del activismo permanente de este movimiento juvenil #Soy132 que ha permeado al país, sin que nada ni nadie pueda señalar de qué tamaño es su potencia, aunque sepamos que más de 29 millones de personas con capacidad de votar son jóvenes menores de 25 años.
Al mismo tiempo en los últimos días han menudeado los pronunciamientos que advierten del significado que puede entrañar que el gobierno federal vuelva a las manos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), pronunciamientos firmados por personas que en este país piensan, analizan y estudian la realidad.
Por otro lado, persisten y sistemáticamente se difunden en los medios de comunicación “grandes” e “influyentes”, las encuestas, unas 9 o 10 de lo que se reconoce como “serias” y de cierto nivel de confianza, que dan al candidato del PRI hasta 13 o 15 puntos por arriba de Andrés Manuel López Obrador.
He observado con tremenda inquietud que el duopolio televisivo está insistiendo cada día, aunque falte muy poco para la elección, en que AMLO no reconocerá, en su caso, una derrota en las urnas y que se prepara una protesta que podría ahondar la situación de “inseguridad”. Hay quienes insisten en que ello significará problemas postelectorales y judicialización del proceso. O simplemente que AMLO quedará marginado y su movimiento reducido a cenizas.
También crece, paralelamente, un sector de opinión que incluye a muchas organizaciones civiles y sociales, de que la institución que está encargada del proceso, el Instituto Federal Electoral no es confiable. La respuesta televisiva en masa procura decir lo contrario y aunque existan cientos de organizaciones civiles, éstos no tienen, por sí mismos, la penetración de la televisión.
Por ejemplo, si nos refiriéramos a los grupos feministas, podemos constatar que hay momentos brillantes de avances en leyes y algunas políticas públicas, pero entre 1993 y a fecha, han pasado 19 años desde que se develó el feminicidio en Ciudad Juárez, que corrió la cortina de una realidad que no ha cambiado y que ahora sabemos que los homicidios contra las mujeres son miles y sistemáticos en todo el país. Sin que se haya modificado casi nada respecto a la impunidad. Sólo el tres por ciento de los casos se investigan y prácticamente ninguno ha sido cabalmente solucionado.
Lo mismo podríamos decir sobre migrantes, líderes campesinos y de periodistas perseguidos, desaparecidos o asesinados. El tamaño de la impunidad es gigante. No hay fuerza social que haya logrado detener tanta estulticia.
Las redes sociales son un factor inquietante para el Estado. Ahí se muestran escenarios de polarización, que no parecen estar en las calles, ni en los mítines ni en los ánimos de muchas personas, pero existe esta batalla. Los jóvenes del #Yosoy132 han cuestionado a los grandes medios de comunicación, abriendo un flanco de suma importancia, aún así sigue archivada la ley que lograría el equilibrio en los medios electrónicos y pondría fin al duopolio televisivo.
En estos días las madres de mujeres y hombres desaparecidos han anunciado y realizado una inmensa caravana de protesta y han documentado fehacientemente la militarización, la desaparición y desarraigo de decenas de defensores y defensoras de Derechos Humanos, pero no hay una fuerza capaz que pudiera, como en otros países, empujar cambios reales, ni la protesta está cohesionada, sino dispersa. Tenemos miles de pequeños grupos de “indignados”, regados en todo el país.
El panorama no es sencillo a unos días de la votación. La inteligencia de México, sus mejores hombres y mujeres, manifiestan un amplio rechazo a la idea de que vuelva al gobierno el antiguo grupo que gobernó México 70 años, el que inundó nuestro país de un sentimiento anticomunista, que desarrollo sistemas de control de la ciudadanía, el mismo que mantuvo un mecanismo constante de represión y persecución a quienes levantaron la voz contra el sistema en los últimos 40 años de manera recurrente.
Este grupo inmenso de personas que en el año 2000 festejó que el PRI fuera derrotado y defraudado con la imposición, que quieren y creen en la transición democracia, han dicho no, no al regreso del PRI.
Ello significa que existe una masa crítica permanente, que se preocupa porque desaparezca la corrupción, la burocracia incrustada en toda la administración pública, cuyos modos y métodos nos hacen un país de la tranza, del toma y daca en nuestras prácticas sociales y de intercambio.
Grave que sería que el PRI regresara al gobierno en estas circunstancias, con una sociedad dominada y paralelamente con esa masa crítica, inteligente e informada que rechaza al PRI por lo que ha significado, por lo que ha hecho, por la sistemática represión y la cantidad de muertos que asolan a la población.
Este rechazo pensado, congruente y profundo se une a esos miles y miles de indignados que no creen en el sistema, me imagino un como si fuera una olla de presión que sólo será controlada con nuevos actos represivos.
La suerte está echada. Para cualquier nuevo gobierno, las cosas no están sencillas. Apenas el último viernes el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica concluyó que no habrá paz y que la espiral de violencia no será detenida. Que se ha quebrantado la gobernabilidad y que se han profundizado las desigualdades y nos rodea la injusticia como un destino irresoluble. ¿Quién podrá gobernar y dar soluciones?
Desde luego, quienes buscan el botín de muchas, todavía, muchas riquezas, de recursos que en el panorama mundial nos colocan como una economía interesante y más de cien millones de consumidores, ellos, ellas, no recapacitan, no tienen idea de hasta qué punto hemos perdido nación, territorios, pero sobre todo confianza. Una masa deprimida y doliente, atomizada e infeliz, saben o creen, es verdad probablemente, que les dejarán administrar y mantener esta desgraciada realidad. Las elecciones no parecen ofrecernos más que seguir por la pendiente, hasta que realmente nos decidamos a lo contrario.
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