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Con la vida o muerte detrás del volante, los taxistas sólo esperan vivir para contarlo

Sentado en el asiento mullido de su automóvil –culpable del dolor de riñones que hoy lo aqueja– Juan ha visto de cerca la vida y la muerte.

Durante sus 17 años como taxista ha sido asaltado una vez, chocado tres veces y asistido a un alumbramiento.

Amaneceres trágicos, noches violentas, tardes inesperadas, días prósperos, días de escasez, todo visto detrás del parabrisas que enmarca la vida del pueblo oaxaqueño que este 12 de agosto será partícipe de la celebración de otro Día del Taxista.

“Dios quiera y me preste más vida”, exclama Juan al recordar aquellas historias de taxista, sobre todo aquellas de las cuales pensó no viviría para contarlas.

“Fue en el 2002. Un muchacho me hizo la parada y me pidió una dejada al centro. Mientras me distraía preguntando cuánto le iba a cobrar una segunda persona me agarró del cuello y amenazó con una navaja debajo de la oreja”. Casi de inmediato el otro sujeto lo encañonó con una pistola y entre palabras altisonantes le exigió el dinero de ocho horas de trabajo.

“No sentía miedo, tenía coraje, rabia, mucha impotencia”, recuerda Juan, quien en aquél momento sólo pensaba qué sería de sus hijos sin él.

“El miedo vino después. Conduje unos 500 metros y me detuve, el cuerpo se pesó, las piernas no me respondían. Me detuve y pedí auxilio a los compañeros”, recuerda.

Ese mismo año Juan se vio envuelto en dos accidentes de tránsito: uno ocasionado por un conductor ebrio y otro por un urbanero.

“La satisfacción de mi trabajo”, agrega, es que además de ser el sustento de sus tres hijos, le permitió asistir un parto.

Una noche estando en turno, rememora, “entre las 12 y una de la mañana, un hombre me hizo la parada, muy alterado me dijo que su esposa estaba a punto de parir y que necesitaba que los llevara al hospital”.

La mujer estaba recargada en un poste en medio de un charco de agua, se le había roto la fuente.

“No amigo, tu esposa ya no va a aguantar”, le dijo y la trasladaron unas calles hasta la casa de una partera.

“Échame luz”, le ordenó la partera. Pocos minutos después, el llanto de un bebé irrumpió aquella noche inusual.

A sus más de 45 años, Juan afirma convencido que su vida seguirá detrás del volante.

 

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