LIBROS DE AYER Y HOY
Ante el dopaje, cuyo escándalo ha envuelto a las actuales Olimpiadas, ¿qué papel jugaron a lo largo de todos estos años, los organismos encargados del antidopaje? ¿ Y los que estuvieron directamente revisando a los deportistas antes de las justas deportivas, que responsabilidad tuvieron para no detectar el consumo de substancias tóxicas? Esos que se rasgan las vestiduras contra Rusia y sus atletas, llegan a un país pobre, devastado por la traición, gobernado por un hombre, Temer, que como en la leyenda de Judas, violó todos los principios de la lealtad.
Se acentúa desde hace semanas -la UNESCO y la AMA entre las protagonistas, con la suma de una oportunista FIFA-, la responsabilidad del gobierno ruso, pero en un tema de tan altas dimensiones en el que indudablemente hay una enorme carga política, nunca vimos nada similar cuando casi – si no todos-, la mayoría de los países están involucrados.
¿Sabía el gobierno australiano que el nadador olímpico Ian Thorpe se drogaba y el canadiense detectó a Ben Johnson antes de sus inigualables carreras? ¿Y los gringos detectaron a la corredora negra Marión Jones cuando se daba sus pasones? Multitud de atletas han estado en esa situación y no se ha hecho el escándalo actual.
En otros deportes, Estados Unidos se hizo de la vista gorda durante muchos años cuando el ciclista Lance Armstrong acumulaba siete campeonatos y lo mismo hizo el gobierno italiano con el ciclista Marco Pantoni, igual que el español con el también bicicletero Roberto Heras.
Martina Hingis la tenista checoslovaca ni tibió a su gobierno y muchos menos a esos tenaces defensores del antidopismo y lo propio hicieron los gringos cuando Andre Agassi su tenista dio positivo.
Hasta los argentinos que adoran al pibe Maradona tuvieron que aceptar que se daba sus ayudas y aquí en México -haciendo a un lado a las esgrimista Paola Pliego cuya denuncia está en discusión-, ha habido varios casos pero uno escandaloso en el boxeo fue la llegada envuelto en mariguana del junior Julio César Chávez, en uno de sus pleitos.
Nunca se acusó a ningún gobierno. En esta vez, la explicación está clara independientemente de los casos que en Rusia y en todo el mundo deban de sancionarse: se trata de golpear a Rusia y en lo inmediato quitarle la sede del Campeonato Mundial de Futbol 2018.
Lo han dicho no solo atletas y funcionarios rusos. Se pretende que a nivel mundial, Rusia no se luzca y en esa guerra fría que desde luego encabeza Estados Unidos, los que han resultado agredidos son los atletas.
Ni Zeus lo hubiera permitido en la vieja Atenas. Mientras, Rio de Janeiro se llena de luces- y de policías-, antigua bahía de Guanabara entonces llena de bosques y de especies, bahía que cobijó a los Sambaquis cuando llegaron por el estrecho de Berhing, como los nuestros; Sambanquis que cedieron su imperio a los Tupi-guarani que los portugueses vieron cuando llegaron a conquistar esta tierra prometida; en la bahía.
También En la bahía (Club Bruguera, Editorial Losada, Argentina 1981) escribió la neozelandesa Katherine Mansfield, para fincar en sus orillas aquel barullo de gente que delineó una de sus memorables novelas cortas.
Visualizando quizá, a quienes deambularían en el invierno brasileño de Copacabana, la escritora muerta a los 34 años en 1923, ya enraizaba el efecto que causa el remolino del agua en las personas.
Y los muchos acentos que le dejaron a su novela aparentemente sin historias, pero paralela en algo, con Chejov -con quien la han comparado-, en la forma como se diluye el sencillo contar.
Mas complejo desde luego en Chejov. Ella estaba en la bahía de Crescent en Nueva Zelanda, rodeada de personajes tibios, soñadores, algunos desencantados, otros deseosos de devorar el mundo como los actuales atletas.
Y quizá como uno de aquellos, éstos dirán un día cuando el 21 de agosto concluya la XXX1 Olimpiada, RIO 2016: “¡Si, la recuerdo! ¡Cómo podría olvidarla! Fue durante un verano, en la bahía…”
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