LIBROS DE AYER Y HOY
La llegada de Melania Knauss a la Casa Blanca en la que desempeñará esa extraña denominación llamada Primera dama, actualiza un tema que solo tiene explicación en un contrato civil.
Los esposos no son parientes, -salvo que alguien se haya casado con un consanguíneo -ni siquiera políticos.
Y en una elección controvertida como ha sido la de Estados Unidos, la esposa, salvo el papel de acompañante y simple ciudadana, no tiene ningún fundamento legal, público.
En muchos países , como en Cuba, esa figura no existe y cuando la mujer aparece en escena, lo hace con una posición pública propia. La posición de primera dama se desprende de una tradición familiar con tintes religiosos que en la doble moral de la llamada monogamia, confiere a la esposa el papel de compañera en actos y programas que solo son obligación del personaje electo.
La personalidad de algunas mujeres que vivieron esa situación- como fue el caso de Eleanor Roosevelt activista y pionera de los derechos humanos, en Estados Unidos-, enriquece políticamente al funcionario y en casos de mujeres comunes, exhibe en países que la cultivan, la vida interna de una familia como parte de la concepción conservadora de la familia tradicional.
Con esos tintes, pero más humanística y sensible se desarrolló la familia de Barack Obama, cuya esposa Michelle supo captar el respeto de millones de conciudadanos.
Caso único por su formación académica y su trayectoria como una gran abogada, Michelle sorteó durante ocho años los vaivenes de una posición puntera, pero endeble legalmente.
Sus inteligentes ideas, sus discursos, su gentileza ante los avatares, son una herencia que tendrá que revisar la señora de Trump, en medio del maremagnum que provoca su esposo.
Por lo pronto en la toma de posición se vio la poca delicadeza que éste le tiene al exponerla públicamente. Deleznable es, también, que circulen en medios y redes, epítetos y calificativos que pretenden denigrarla como extensión de su cónyuge y por su vida pasada.
El tiempo dirá de su actuación, pero solo puede ser juzgada si interfiere en la función pública.
Con el título La suerte de la consorte y un largo subtítulo Las esposas de los presidentes de México, historia de un olvido y relato de un fracaso (Oceano 2013 ) la historiadora, socióloga, investigadora y maestra de la UNAM, Sara Sefchovich, ha publicado en cuatro ediciones, un nutrido volumen que aborda el tema de la consorte dentro del contexto histórico de la mujeres de presidentes mexicanos.
Lo aborda como un tema original en el país .-en otros países hay investigaciones similares-, en una larga y profusa investigación que enriquece el tratamiento por sus contenidos históricos.
Quinientos años son hurgados en la vida de las mujeres que fueron compañeras de los hombres del poder, en un acontecer que fue difícil para la autora, por falta, en muchos casos de datos reales o porque se atravesaban informes y “chismes”, que podían alterar la formalidad del trabajo.
La seriedad no altera lo ágil del texto y se lee con gusto porque ella, además no asume pelos en la lengua.
Si hay que decir algo de una señora, hay que decirlo si la vox populi así lo consignó.
Trasciende el hecho de que queriendo poner en primer término a la mujer, siempre se acomoda la primacía del hombre en un país que solo ha tenido presidentes hombres.
Es un libro muy nutrido de información que podía leerse mejor en pequeños tomos; ha sido utilizado en el teatro, el cine y otras formas de expresión, y a él volveremos en ocasiones futuras.
A uno días de que se celebren los cien años de la Constitución de 1917 -pacto que signó la Revolución de 1910-, quisiera referirme a la esposa del caudillo Francisco I. Madero, Sara Pérez Romero, quien, como sostiene la autora, no se dedicaba a las labores del hogar, sino que salía a la calle a defender los derechos humanos.
Coahuilense como Madero, Sara vivió en pacto de castidad desde que su esposo fue asesinado y muy anciana se le veía por la colonia Roma donde vivió hasta su muerte en 1952. Cuenta la autora que José Emilio Pacheco se refirió a ella con la que se topaba en su barrio, como “una viejita frágil, dignísima, siempre de luto por el marido asesinado”.
Cuando falleció el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Rossvelt, su sucesor Harry Truman rindió homenaje a su esposa Eleanor Roosevelt, por sus abundantes tareas y luchas, llamándola Primera dama del mundo. A Sarita le dieron un título más completo: Primera dama de la Revolución.
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