WASHINGTON, D.C., febrero 14.- El consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Michael Flynn, ya se fue —y no es algo que haya tomado mucho tiempo—, pero deja detrás una famosa y ominosa pregunta: ¿Qué tanto sabía el presidente Donald Trump y desde cuándo lo sabía?
Trump ha sido presidente por menos de un mes y ya esta cuestión al estilo Watergate se ha convertido en el tema que todo mundo toca en Washington y, en consecuencia, hay un sentir generalizado de que la Casa Blanca está en problemas, quizá, de dimensiones catastróficas.
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La lista de fracasos y tropezones de la administración Trump es tan conocida como abundante: se trata de una letanía de mentiras evidentes al público y a la prensa; incuria en el gobierno y fieras peleas palaciegas; nominaciones al gabinete pestíferas; mensajes confusos desde la cúpula, muchos de ellos generados uno detrás del otro; fugas de información que chorrean más que un hidrante; huevos en la seguridad nacional que podrían resultar cómicos de no ser que poseen enormes riesgos; y una aprobación de la gestión de gobierno más baja que cualquier presidente entrante haya mostrado en la historia.
Y todo esto es poco si se compara con la actual conflagración.
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Flynn renunció luego de que resultaba evidente que los investigadores federales y los medios nacionales están a punto de detallar su relación estrecha—la cual aparentemente tuvo un costo ya pagado—con Vladimir Putin y sus secuaces en Moscú.
La ex procuradora general interina Sally Yates informó a Trump y a su entorno hace unas semanas que el FBI trabajaba en una información de que a Flynn lo comprometían sus vínculos personales, y financieros, con Rusia.
Pero ahora, vienen las preguntas obvias y, para Trump, peligrosas.
¿Qué tanto sabía el presidente, y cuándo lo supo, sobre las llamadas amigables y potencialmente comprometedoras de diciembre con el embajador ruso? En esas conversaciones, Flynn supuestamente dijo que los rusos deberían soslayar las nuevas sanciones impuestas por la administración de Barack Obama pues Trump las levantaría apenas tomara posesión.
¿Es posible que Flynn sostuviera esas conversaciones con el embajador de Rusia y que no le dijera nada a Trump al respecto? ¿Volaba a ciegas Trump cuando aplaudió a Putin por no reaccionar ante tales sanciones? ¿Quién más en la línea de mando, tan caótica como pueda ser, tuvo conocimiento de las conversaciones de Flynn y sus garantías a Rusia?
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Ahora que Flynn está fuera de la Casa Blanca, no puede defenderse con el privilegio ejecutivo si lo citan para testificar ante el Congreso. ¿Se apegará a la Quinta (Enmienda, que da el derecho de guardar silencio)? Es probable. ¿Hablará? No, probablemente.
Yates informó de sus preocupaciones al abogado de la Casa Blanca, Don McGahn, un consejero de hace tiempo de Trump, cuya principal calificación es su lealtad al presidente y el nivel de conocimiento de sus negocios y las finanzas de su campaña. Él sabe poco o nada sobre seguridad nacional.
¿Y qué probabilidades existen de que McGahn no le haya comunicado al presidente las advertencias de Yates?
Con Flynn fuera, ¿quién será el consejero de Seguridad Nacional? ¿Tiene relevancia ese puesto? ¿Tendrá ahora la CIA un respiro, luego de que llegó a considerar a Flyn un ¡riesgo de seguridad!?
En casi 200 años desde que se promulgó la Ley Logan (que prohíbe las conductas privadas en actos diplomáticos) nadie ha sido fiscalizado. Sin embargo, si Flynn no le dijo la verdad al FBI, él estaría en riesgo de ser procesado.
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La salida de Flynn inevitablemente volverá a centrar la atención en el papel de los hackers rusos y las fugas de información durante la campaña presidencial de 2016, y a las exigencias, que Trump ha soslayado, de que presente sus declaraciones fiscales. El presidente ha dicho que no obtuvo préstamos de Rusia o de los rusos. ¿Será verdad?
Desde la noche del lunes, la lista de preguntas sigue creciendo, y hay un consenso en Washington de que la historia verdadera de la administración de Donald Trump apenas se está comenzando a contar.