Lloramos a Toledo como se llora a los muertos en Oaxaca, con un buen trago de mezcal.
De pronto, surge la conversación y la pregunta, ¿qué es aquello con lo que más se identificó a Francisco Toledo en la arena pública?
Es difícil encajonar a Toledo en una sola faceta. Toledo fue un personaje de identidades múltiples. Su versatilidad y dinamismo lo hace aparecer a nuestros ojos lo mismo como artista plástico, escultor, pintor, grabador; pero también como gestor, promotor cultural, diseñador de espacios y constructor de infraestructura cultural.
A la vez, fue un férreo defensor del patrimonio cultural y natural, activista que abrazó distintas causas, incómodo opositor al poder en el estado y en el país.
Toledo fue todo esto y mucho más. Resulta muy complicado quedarse con una parte de él. Fue un personaje total.
Pero, si algo de él marcó a mi generación, quienes nacimos en los setentas, fuimos niños y adolescentes en la década perdida (los ochentas), vivimos en la flor de la edad el zapatismo noventero, observamos el deterioro de Oaxaca con los gobernadores voraces del PRI de finales y principios de siglo, nos sumamos a la revuelta social del 2006, gozamos y sufrimos, en ese orden, la alternancia política en el estado.
Para quienes atravesamos ese pantano de la historia y casi llegamos al quinto piso con la muerte de Toledo, éste personaje fue un referente ético y estético de la lucha social, con una pedagogía del cambio a partir del arte. Fue un poderoso comunicador de la inconformidad social con su sola imagen y su genio creador.
Toledo logró un perfecto equilibro entre sus argumentos lógicos, emocionales y estéticos. Esa era su genialidad, descolocar el discurso oficial, generar un contradiscurso y desarmar las iniciativas tan autoritarias como irracionales del gobernarte en turno, o del secretario de Cultura en turno, o del de Turismo en turno, etcétera.
Toledo contribuyó con una nueva cultura política al movimiento de protesta social en Oaxaca.
En los movimientos de no-violencia activa se concibe el término “meter el cuerpo” en acciones concretas por la justicia, Toledo lo hizo, metió el cuerpo cuantas veces fue necesario: por los presos políticos, por las víctimas de la represión y sus familias, por los desaparecidos, por las viudas.
La principal contribución de Francisco Toledo a la sociedad es la transformación desde una ética y una estética social creativa, lúdica y plagada de símbolos e identidades propias: el territorio, la lengua, el trabajo colectivo, la fiesta.
Por eso duele la muerte de Toledo. Por eso le lloramos, como se llora a los muertos en Oaxaca, con un buen trago de mezcal.